
Juan Gualberto Gómez es de esos nombres que nos llegan en retazos, a destiempo. Los libros de historia utilizados en nuestra infancia y adolescencia nos dejan con la imagen del hombre inquieto y útil a su época, no más allá. Es uno de los tantos personajes incidentales que resurgen y desparecen en las guerras de independencia y los primeros años del siglo XX, y raras veces se ahonda en el trasfondo de su quehacer periodístico o político, al margen de los sonados debates que protagonizó.
En ello quizás hayan influido los caprichos del azar, pues Juan Gualberto fue apresado y deportado nada más iniciarse las dos guerras para las cuales estuvo en condiciones de luchar, de modo que buena parte de su labor decimonónica se desarrolló en la emigración, aunque con breves estancias en Cuba. Sumamente oportuna resulta, entonces, la publicación de uno de los libros que ofrece Cubaliteraria este 2025: Juan Gualberto Gómez. La patria escrita, del periodista, narrador y editor Norge Céspedes.
A través de una acuciosa investigación, Norge muestra al prócer en todas sus dimensiones, desde la más pública hasta la más íntima y privada. Lo consigue mediante un variado fondo documental, acompañado de un testimonio gráfico a modo de caleidoscopio vivencial.
Destaca un artículo de Juan Gualberto publicado en el periódico La Fraternidad, donde relata sus inicios en el periodismo, a la vez que ofrece detalles sobre la vida parisina y su propia formación intelectual y política. También nos encontramos una muestra epistolar, consistente en once misivas que el autor dirige a sus progenitores a lo largo de sus años de presidio y destierro. Son particularmente enriquecedoras porque muestran al héroe en un escenario de suma complejidad, preocupado por su situación y la de su familia, que vive en condiciones difíciles mientras él se halla en prisión por sus ideas, y firme y cuestionador ante sus padres, incapaces de administrar correctamente el dinero que les envía.
En su condición de político republicano nos introduce «Don Juan», una semblanza de Nicolás Guillén incluida en el volumen, testimonio de las impresiones que dejara el matancero en el poeta nacional, así como de las visiones caricaturescas y maledicentes que inspiraba a sus adversarios. Se remonta, asimismo, a los años de juventud del prócer y a su trabajo para unir y concienciar a los negros en favor de la independencia. No obvia Guillén las inclinaciones poéticas de Juan Gualberto; las analiza brevemente, a la vez que elogia la concisión y asertividad de su periodismo.
Se suceden una serie de viñetas donde voces de las más relevantes del pensamiento nacional (Martí, Varona, Mañach…) ofrecen juicios valorativos sobre el luchador cubano. Igualmente aparece un soneto que le dedica Bonifacio Byrne y poemas de la autoría del propio Juan Gualberto, escogidos en su día por Fina García Marruz, de entre todos los publicados en Francia y Cuba en diferentes momentos, textos en los cuales se vislumbran sus intereses y vida polifacética.
Además de lo anterior, Norge incluye en el libro un anecdotario de la bisnieta de don Juan, Mercedes Ibarra Ibáñez. Se trata de cuatro relatos que nos conducen a través de la memoria hacia el hombre-prócer, con la particularidad de narrarse desde la evocación íntima de quien lo conoció de manera indirecta, gracias a la tradición familiar de preservar su legado en aniversarios importantes.
Las anécdotas fungen de puente entre el hombre hogareño y el público, porque lo descubren en rituales privados e inaplazables como la degustación fruitiva de mangos señora, y enredado en malentendidos tragicómicos del ámbito social, como el ocurrido en el funeral de Gonzalo de Quesada y Aróstegui, donde un policía detiene el auto en que don Juan se dirigía al sepelio y solo lo deja pasar al darse cuenta de quién se trataba.
A la coda de este libro se le ajusta la famosa frase «cerrar con broche de oro». Ibarra Ibáñez relata la historia de Villa Manuela, desde su curiosa adquisición por la familia, hasta la remodelación llevada a cabo por Juan Gualberto. Si los poemas y anécdotas funcionan como retratos del alma y la vida del prócer, este capítulo de cierre consigue que nos involucremos en las actividades íntimas de toda la familia.
Don Juan se desdobla en multitud de facetas, desde sus labores de carpintería para remodelar la vivienda, la férrea dignidad mostrada al rechazar las prebendas ofrecidas por Machado, hasta la humana cercanía con sus nietos, cuya educación organiza con esmero y sistematicidad en la biblioteca privada que poseía. Y junto a él sobresale Manuela Benítez Mariscal, su esposa; firme, diligente, voluntariosa, a ratos conciliadora y mediadora entre don Juan y el personal doméstico irascible, y siempre en busca de la belleza y el bucolismo que acabarían distinguiendo la residencia.
La propuesta de Norge Céspedes reviste una gran pertinencia hoy día. En momentos en que nos invade una incertidumbre ominosa, motivada por algunos descalabros lejanos y otros que prácticamente nos rozan, conviene regresar a una figura como la de Juan Gualberto Gómez, no tan asediada por la historiografía y, sin embargo, con mucho que aportar; y el escrutinio se hace ameno en una investigación donde el luchador aparece humanizado, en una vida familiar no exenta de disputas y portador de enseñanzas que trascienden la dimensión política, más difundida y recordada.
Así pues, recomiendo esta obra a quienes se hayan preguntado alguna vez qué fue de aquel periodista y discutidor matancero después de su rechazo público a la Enmienda Platt. El libro responderá sobradamente qué fue de él y los suyos y, sobre todo, quién era.
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El periodista, narrador y editor Norge Céspedes, es pieza importante en la cultura en Cuba. ¡Enhorabuena!!!