Insinuaciones, amagos
Entre el objeto y la sombra media el conflicto. Nunca se logra conciliar la cosa en sí y su reflejo porque la imagen está vacía, le falta solidez y, al faltarle, no se encuentran asideros que permitan asumirla, pues apenas habita el orden de lo revelado.
Todo intento por reflejar el cansancio quedará en estado vacuo. Él no es corpóreo, por lo tanto no tiene sombra, es más cosa sentida que hecha, arquetipo, sin embargo porta una contradicción y esta hace que adquiera destellos de realidad, inasible, es decir, incorpórea pero cierta, «testimoniable» de modo que puede adherirse al orden del documento o del monumento por el camino del aliento (ruah). El cansancio nos habita, nos posee, nos conoce en sentido bíblico, pero al no poderlo palpar deberíamos asumir que nuestra esencia verdadera está preñada de su no-sustancia, su nada, que somos cansancio y herida. Solo la herida es visible, lo demás es patología, luego entonces en la enfermedad encontramos, por angosta vía, una cierta forma de acercarnos al cansancio como un posible y, así lo insinúa Franz Kafka, como terapéutica. Es decir, al habitar la herida, refiriendo a Prometeo, el agotamiento de cierto modo, hace que, aun cuando el origen esté en la raíz y en el ser prometeico, concentre a través de él todas las reservas posibles para procurar su cierre y traspasar el umbral del vacío y asumir lo lleno convirtiéndose en cicatriz.
La marca que sustituye a la herida, vía el cansancio de manera contradictoria, conduce a una solución por continuidad al cuerpo sajado, es decir, habría que verlo como posibilidad y no como mal. El orden de lo patológico, sin lasitud, es foramen que se traga todo, incluyendo lo que se acerca a sus bordes que, como se sabe, es zona de perturbación sin retroceso.
El cansancio transforma la herida en cicatriz y en ella se desarrollan reacciones plásticas, precedidas primero por la inmovilidad y una cierta dureza inhabitable pero que, con lo prolongado de su acción, logra alcanzar nuevos umbrales, apenas vislumbrados, que son una solución posible al poner coto a la necrosis que hasta la parusía, al menos, no tendrá posibilidad de engendrar o reparar.
Si estas complejidades se dan en el orden de lo individual, del sujeto único e irrepetible, aventurarse en una molicie colectiva, aunque circunscrita a linderos nacionales, entra en dificultades que van más allá de las once varas. Reynaldo García Blanco en El cansancio nacional (Editorial Oriente, 2019) se coloca en los límites del hastío y no trata de explicarlo, sabe que es inútil y por demás imposible, optando por hacer su oficio de poeta: nombra y deja que la cosa puesta en orbe se exprese, aunque para ello sea necesario salir de la comodidad de lo circular y aventurarse en el filoso poliedro.
Byung-Chul Han, en La sociedad del cansancio (Herder, España, 2012) desarrolla estos asuntos con solvencia y los explica a partir de un cambio de paradigma. Michel Foucault habla de una «sociedad disciplinaria» que genera locos y criminales, el surcoreano propone un modelo de «sociedad del rendimiento» que genera depresivos y fracasados. Este parece ser el esquema de García Blanco. Sin embargo, su pudor contagia. Me aventuro… garabato, balbuceo, rasguño… tedio.
1.
Vía purgativa Iluminativa Unitiva Para hacer de estos días una zafra, una hecatombe, un peso muerto, una fatuidad, un deleite. Vía purgativa para no llamar la atención. Reventar de gozo. Reventar de nada. Iluminarnos al fin.
Expulsado de la república platónica o hacedor de la paideia griega, trovar leus o trovar clus, conciencia crítica o piedra en el zapato mandante, pícaro o visionario, ¿sabe alguien qué o quién es el poeta? ¿productivo o aburrido? ¿obediente o rendidor? Podría ser tanto y nada a un mismo tiempo. ¿Deprimido? ¿Hastiado de sí mismo? ¿Cansado de hacer? Lo único cierto es su enigma, mudanza de «caracol nocturno», misterio que suscita. Detenidos en la calle sin salida sobreviene otra posibilidad: hagamos juego en la penumbra y determinemos las estrategias del soldadito que perdiendo su pierna derecha avanza apoyado en una vara de almendro, como los zahoríes, que de pronto descubren que serán tragados por las aguas y sin embargo permanecen fieles a la misión de señalar la dirección de la fuente, aunque al encontrarla quepa la posibilidad de que esté seca de gozos o sobreabundante. Lo importante es el vuelo de la flecha, enseña el Tao.
Rompamos el ciclo cansancio-mutilación-enfermedad. No abusar de sí. Reventar iluminados. Renunciar a ser productivos. Escapar del alboroto. No llamar la atención. Estar atentos. Hacer que el ojo aprenda. «… dejar que las cosas se acerquen al ojo», según Nietzsche.
2.
Escribir con austeridad He ahí una meta. Es como darse cuenta de la inutilidad de todas las cosas útiles. ¿Huir del poema hacendoso? ¿Darse cuenta que no hay nada más grande bajo el dosel del cielo que la voltereta de un pájaro en agosto? Simples lecturancias de estos días.
La vara del poeta es siempre de naturaleza cambiante, moviéndose entre materiales pobrísimos y relumbres, lo que no cambia es su modo de obrar. Unas veces combate con un ángel hasta arrancarle los dones del nombrar, en otras, danza desnudo dejándose imponer cetro y corona de pobreza. Las más de las veces después de rendir armas, baila. Estas iluminaciones me fueron entregadas por un poeta, que bien sabe que el zafarrancho de los suyos es de antiquísima data y que solo hay variación de ropajes según la estación pero que no mudan los temas esenciales (eros y thanatos).
El bardo se cansa de faenar consigo mismo. Renuncia a su centralidad y la cede a la voltereta del pájaro en agosto. Austeridad e inutilidad, fuentes de tono y vibración, frente al agotamiento que sobreviene a la multitud de los estímulos, incluso de los placeres. El pájaro nos coloca encima, en el espacio en el que el tiempo puede ser mirado. El cansancio es rastrero. El ojo del ave mira si le contemplan. Paisajes-visiones. El fastidio es ciego o mira sin mirar, como la mosca que no es pájaro pues todo lo faceta, es decir, lo rompe, lo fragmenta, lo desvincula.
3.
Guijarro sobre guijarros se construyó esta ciudad Escayola sobre escayola creció la familia de los albañiles y fontaneros. Guijarros sobre guijarros esta ciudad se derrumbó. Escayola sobre escayola la familia de los albañiles. Desaprendió el arte de vivir. Ahora se dan cita para volver a levantar las murallas.
Desde la veta lírico-coloquial, que atraviesa los más hondos filones de la poesía cubana, se nos sitúa delante de un conjunto de raras perfecciones que se aproximan al poeta y a sus cantares desde múltiples iluminaciones. No confundamos lo ingenioso y efectista de ciertas formas hegemónicas de los sesenta con la tradición que alcanza su más puro resonar en poetas de todas las generaciones, convirtiéndose en forma criolla del cantar que aprehende herramientas líricas y simbolistas y las despliega en medio de un relato identificable, más cercano a lo épico, pero también próximo a la sugerencia, a lo escondido.
La brecha aquí, cuando se habla de constructores, está en que la sociedad les ha arrancado el alma o ellos la han abandonado a su suerte, por lo tanto, deben abordar o bordar nuevas estructuras. Pero se equivocan: las murallas volverán a cercar la ciudad, a encerrarla. El poeta-profeta avisa. No hay juicio aunque se pueda vislumbrar el chisporroteo de las hogueras que vendrán quemándolo todo. Atención y contemplación, he allí la llama que no arde.
4.
¿Falta mucho? Le preguntaba a mi madre. Ten una migaja de paciencia, decía en un susurro. Y desde entonces pongo migajas a los gorriones´ en la baranda. Y espero. Y vuelvo a esperar. Mi oficio es la paciencia.
Aquí se renuncia al efecto y la maña, apelando al tejido paciente, que procura una cierta «música callada», que busca la serena majestad de las formas populares del habla, sus estructuras rítmicas, la armonía y el contrapunto de la lengua; salvando al verso de cierto costumbrismo que empobrece y escamotea la realidad que pretende testimoniar, al someter la visión a sucesivos espejos que terminan creado una estructura caótica, destemplada, donde no se puede distinguir la cosa de su reflejo, ni la poesía del periodismo o del panfleto doctrinario, creando formas espectrales, artefactos miméticos. Ese tipo de poeta siempre me recuerda a los charlatanes de feria, resucitados en las calles insulares por obra de las durezas del vivir cotidiano.
En contraposición, el autor anuncia que la verdadera soberanía nace de la paciencia, de la calidad de la espera. «Sí… pero todavía no…».
Post scriptum
Sobre el arboló hay un pajaró y eso me dejá sin palabrás.
El poeta se rinde y cede. Confiesa no poder con la algarabía. Por eso ciñe la palabra, la embrida. Sabe que no puede explicar el cansancio… ¿O es que lo mira como enfermedad y culpa? ¿O es que hay uno fundamental, inspirador, despierto, como propone Peter Handke en Ensayo sobre el cansancio? ¿Es esta la «sociedad del cansancio» que muestra el coreano? Mejor callar y centrarnos en la escritura de Reynaldo García Blanco.
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