¿Cuestionaría alguien el desequilibrio mental de Vincent Van Gogh después de haberse automutilado una oreja? ¿Sería necesario que avalara su chifladura mediante el certificado médico de un especialista? Seguramente no.
La locura engloba tal cúmulo de manifestaciones clínicas, sicológicas y demás; revela tal diversidad de matices y especialidades; es un asunto tan serio y delicado, que precisa de la asesoría de una autoridad especializada en el tema de la siquiatría, que quien escribe ha cuidado de consultar por cuanto se trata de una palabra cuyas connotaciones semánticas pueden dar un vuelco al futuro de la persona que lo recibe.
De todas maneras, la vulgarización del tema de la locura, la generalización del uso del término en las circunstancias cotidianas y hasta el empleo metafórico de la palabra «loco», permiten aventurar un juicio acerca de la existencia de escritores que verdadera y técnicamente han sido considerados locos, desequilibrados, orates, insanos, dementes, perturbados, maniáticos, tocados del queso o cualquier otro sinónimo que encuentre usted dentro del habla popular.
El comportamiento extravagante, errático, irracional de varios escritores célebres explica que se les haya considerado locos en el momento de su muerte y por el modo en que esta ocurrió.
Veamos algunos ejemplos acerca de los cuales esperamos nadie cuestione la demencia de los protagonistas.
¿Quién se atreve a rebatir que a Edgar Allan Poe (1809-1849) no lo aquejaba alguna de las formas de la demencia? Su grandeza como escritor es comparable a su desdicha como ser humano, a los traumas que lo acompañaron desde la niñez, a su tragedia con el alcohol que lo condujo a estados delirantes, a la irracionalidad y autodestrucción que primaron en algunos de sus actos. Poe llevó una existencia perturbada, que aun así un talento como el suyo logró domeñar para dar a la luz una obra literaria magistral.
El filósofo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900) fue una personalidad influyente, poseyó una inteligencia poderosa, pero se afirma que padecía de esquizofrenia, delirio de grandeza y su comportamiento público era el de un individuo desequilibrado. Nietzsche generó un sistema de valores y superioridades con el cual nutrió su propaganda ideológica otro loco genocida: Adolfo Hitler.
Howard Phillips Lovecraft (1890-1937) fue vestido de niña por la madre, que no esperaba un varón. Este sufrimiento hizo de él un misógino incorregible. Como de niño se le dio a comer pescado obligatoriamente y por esa causa sufrió una intoxicación, desarrolló un odio atroz hacia el pescado por el resto de su vida, al punto que, más tarde, una dieta a base de helados afectó su salud y le causó desnutrición. Sus cuentos recrean lo macabro, lo grotesco, lo irracional, el horror total y escalofriante. Revelan la perturbación mental de su autor, que solo vivió 46 años de sufrimiento y desgaste.
De Ernest Heminway (1898-1961) se admira y estudia su literatura, su periodismo, su capacidad para construir una historia a partir de elementos sencillos. Ha sido denominado el dios de bronce de la literatura norteamericana y su influencia alcanza nuestros días. Pero vio demasiada sangre en su intensa vida de corresponsal de guerra y en sus aventuras por el mundo, y se dejó llevar por demasiadas irrupciones de violencia como para que ello no lo perturbara en los años altos de su vida, que transcurrieron tristes, sometido a tratamientos que controlaran su depresión y su decadencia intelectual. Sin duda, alguna de las formas de la demencia lo afectaba al morir, cuando decidió suicidarse.
El de Sylvia Plath (1932-1963) es otro ejemplo. Cometió más de un intento de suicidio, y su credo lo condensa en una frase tétrica: «Morir es un arte, como todo. Y yo lo hago excepcionalmente bien». Escribió poesía de corte confesional, abundante en información autobiográfica capaz de seguir el curso de su creciente depresión, su insatisfacción, problemas matrimoniales y desequilibrio emocional. Mujer muy cuestionada, su vida se tornó un hervidero interno constante, sin reposo. Tanto fue el cántaro a la fuente que al fin se rompió: consiguió suicidarse a los 30 años. ¿Estaba loca? Es bastante probable que técnicamente no lo estuviera, pero sí padecía de estados de depresión que requerían de tratamiento siquiátrico.
D. Salinger (1919-2010), autor de un libro clásico dentro de la literatura moderna norteamericana, El guardián en el trigal, después de su gran éxito se retiró de la vida pública, siguió escribiendo aunque se negaba a publicar. Se querelló contra quienes, según él, invadían su intimidad; se negó a conceder entrevistas, a retratarse, se convirtió en un ermitaño. Se afirma que se bebía su propio orine. Por supuesto que no estamos autorizados a certificar su estado de salud mental, pero algo andaba mal dentro de su brillante intelecto y es una lástima porque privó a los lectores de una obra valiosa.
Aun cuando los cubanos conocemos poco su obra, William Seward Burroughs (1914-1997) es un autor importante dentro de la literatura norteamericana del siglo XX. Tuvo una personalidad y comportamiento errático, estimulado por el consumo de alcohol y de drogas. Su obra, con fuerte carga autobiográfica, revela su adicción a diversas sustancias. Aficionado a las armas de fuego, mató a su esposa de un tiro en la cabeza, cuando pretendió remedar el célebre episodio protagonizado por Guillermo Tell con su ballesta. (¿Le quedan dudas acerca de cuán perturbado estaba?). Se le considera un renovador del lenguaje narrativo. Pese a sus excentricidades tuvo una larga y disparatada vida: murió octogenario.
La relación pudiera continuar, incluir otras celebridades de las letras, ahondar en los casos de autores nacionales… Escritores locos los ha habido siempre, y casi siempre, por no decir siempre, la infelicidad, la depresión, la tristeza marcaron sus desgraciadas vidas e interrumpieron el mejor aprovechamiento de sus talentos.
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