Sobre el autor
Fue la histórica ciudad de Bayamo quien vio nacer el 11 de septiembre de 1844 a José Joaquín Palma y Lasso de la Vega. Se incorporó a la Revolución de 1868 desde sus inicios y sirvió de Ayudante de campo a Carlos Manuel de Céspedes, de quien fuera su hombre de confianza durante la Guerra de los Diez Años.
Su actividad política en favor de la independencia de su país le obligó a exiliarse, lo cual condicionó su obra poética, que, por otra parte, se inscribe en la segunda generación romántica y destaca por su carácter colorista y melódico. Merecen especial mención sus elegías «A Miguel García Gutiérrez», «A María Granados», «En el mes de noviembre» y «Las tinieblas del alma». Elogiado por numerosas personalidades históricas, políticas y humanísticas, entre las que se reconocen Carlos Manuel de Céspedes, Máximo Gómez, Rubén Darío y José Martí, José Joaquín Palma se inició tempranamente en los afanes literarios que hallan cauce en el periódico La Regeneración, que publicara con Francisco Maceo Osorio. En 1986 responde de manera anónima a un concurso, y con la maestría de su lira gana la convocatoria a la mejor letra para el Himno Nacional guatemalteco.
En su poética, correspondiente a la era del Romanticismo en Cuba, se aprecia el fervor del patriota, la dulzura del hombre de familia, las palabras de persona educada, la profundidad del pensador.
Compartimos como homenaje algunos de sus versos.
Fragmentos de su obra
A Soledad
Yo he venido de otras tierras Con mis muertas ilusiones; He llegado a tus salones Y se abrieron para mí; Y en sus fiestas bulliciosas Dije versos a millares Te gustaron mis cantares Y hoy los hago para ti. Tú que vuelas con las alas De tu rica fantasía, Tú que vives con las galas Del pintado mes de abril; Tú que vas lejos, muy lejos, Hallarás en mi poesía Sólo pálidos reflejos De lo bello y lo gentil. Yo quisiera que en mis versos Se embriagaran tus sentidos, Que fueran a tus oídos Cual soplo adormecedor, Y que al llegar a tu alma Resbalaran por tu frente Los ensueños del Oriente De la luz y del amor. Que mis versos resonaran Cual perlas en copa de oro, Cual del «rawí» moro La guzla sentimental; Que sonaran cual las brisas Lánguidas y cadenciosas En las ramas olorosas Del florido naranjal. Guardo ¡oh niña! en la memoria Mil leyendas peregrinas De sultanas granadinas, De princesas de Bagdad; Si algún día la tristeza Anubla tu limpia frente, Te las diré dulcemente, Dulcemente, Soledad. Yo de mis lejanos viajes Conservo vivas memorias, Tengo cuentos, tengo historias Que poderte relatar; ¡Y es tan bello que el poeta Cuente escena peregrina A la llama mortecina Y amorosa del hogar! ¡Que te recite es tan bello En narración pintoresca, De la edad caballeresca La alta prez y el alto honor! ¡Que te cuente las hazañas De sus bravos trovadores Caballeros lidiadores Por su dama y por su amor! Que te cuente del cruzado Las bizarras gentilezas Cuando buscando proezas Para la guerra partió; Y al tornar lleno de gloria De allá de tierra lejana No encontró su castellana Ni su castillo encontró. Él sabe el oculto idioma De lo que perfuma y vuela; Lo que dice una paloma En su lánguido arrullar, Lo que murmura el ambiente En su dulce cantinela Lo que solloza la fuente, Lo que suspira el palmar. Él sabe lo que se dicen En la tarde misteriosa La esmaltada mariposa y el dorado colibrí; Él sorprende de las flores Y las estrellas los besos: Pues bien, niña, ¡todos esos Cuentos serán para ti! ¡Soledad! ¡bendita seas! Porque en tu espíritu sientes Los ensueños refulgentes Del poeta y del pintor. Tú sabes por qué las aves Cantan sus notas extrañas, Por qué se mecen las cañas, Por qué perfuma la flor. Además, ¡eres tan buena! Hay en tu ingenua mirada De tórtola enamorada La inocente languidez: Tiene tu alma luminosa De piedad la chispa viva, Y tu frente pensativa Del lirio la palidez. Eres joven y eres linda, Y tu dulce voz remeda Esa música que rueda En las alas del terral. Y tu seno vaporoso Que amor temblando perfuma, Parece copo de espuma De argentino manantial. Joven apuesta, aunque admiro Lo gentil de tu cintura Y de tu melena obscura La brillante ondulación, Lo que más gusta a mi alma Es la ingénita inocencia Y esa dulce transparencia De tu hermoso corazón. Hoy que arrojo en tus salones Mis flores más delicadas, Una por una arrancadas Del jardín de la amistad, Guárdalas como un recuerdo Del poeta vagabundo Que va errando por el mundo Al son de la tempestad. Yo he venido de otras tierras Con mis muertas ilusiones; He llegado a tus salones Y se abrieron para mí; Y en sus fiestas bulliciosas Dije versos a millares; Te gustaron mis cantares Y hoy los hago para ti.
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Poema tomado de la web institucional de la Oficina del Historiador de la Ciudad de Bayamo
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