
Si me preguntaran dónde estriba mi nexo con Martí diría que es en su capacidad de apertura a las influencias, su nexo universal porque es humano. En este sentido puede el erudito rastrear su obra y comprobar las disímiles materias, obras y autores de los que se nutrió desde su temprana juventud hasta su muerte. El conocimiento, dominio e influencia que Martí poseyó de escritores clásicos, sobre todo españoles, y de románticos han sido estudiados por la crítica si no exhaustivamente, sí con cierto detenimiento que ha permitido caracterizar el «variado alimento» que supo fundir y trascender su originalidad.
En lo referente a la poesía, considerado por muchos como un género de juventud, es indudable que los sucesivos viajes del novel escritor a España, México, Guatemala y Venezuela le permitieron formarse al calor de lo mejor de las literaturas de dichos países. Si tomamos como botón de muestra la estancia mexicana y analizamos las poesías que José Martí escribió en tierra azteca son evidentes junto a las influencias de los españoles José Zorrilla y Ramón de Campoamor, y los franceses Víctor Hugo y Alfonso de Lamartine la impronta de los poetas mexicanos con los que Martí entra en contacto a su llegada a dicho país en 1875. Andrés Iduarte al respecto señala que es «indudable que su contacto con América a través de México añade nuevos temas a su poesía y la impregna de un tono nuevo». Seguidamente sugiere:
Un cotejo minucioso con los poetas con quienes convivió nos daría el parentesco de una serie de versos que sonarían familiares a cuantos conozcan esta época mexicana. Manuel Acuña, desesperado y ya con el nimbo del suicidio; Manuel M. Flores, desbordado; sus amigos Juan de Dios Peza, doméstico y doliente y Justo Sierra, recatado, Díaz Mirón, contundente; y el precoz y exquisito Gutiérrez Nájera, viven junto con él la misma aventura poética.
Manuel Acuña, cuya temprana muerte en 1873 había rodeado su obra y su existencia de una aureola romántica que sin dudas repercutiría grandemente en los cenáculos literarios de la época; Juan de Dios Peza, el amigo más allegado de Martí en México entre los escritores; Manuel M. Flores, cultor de la poesía erótica y sensualista, que logra dar con su obra matices intimistas al movimiento romántico de la segunda mitad del siglo XIX en México, y Salvador Díaz Mirón, precursor junto con Martí del movimiento modernista.
Para dicho cotejo se escogieron por supuesto los poemas que José Martí escribió en México. El tránsito de un movimiento literario a otro, es decir del postromanticismo al modernismo, es el que marcan estos autores que con leve diferencia comparten el momento epocal donde la poesía martiana comienza a abrirse a los grandes temas y a las excelencias expresivas. Teniendo en cuenta dicha coincidencia en el tiempo, el conocimiento mutuo entre Martí y algunos de estos autores, la relevancia literaria de otros y el hecho de que la palabra literaria es «un cruce de superficies textuales, un diálogo de varias escrituras: del escritor, del destinatario[…] del contexto cultural» coetáneo o anterior, decidimos estudiar detenidamente la poesía de Martí escrita en México y cotejarla con la obra poética de Manuel Acuña, que había muerto apenas dos años antes de llegar Martí, con la poesía de Juan de Dios Peza escrita entre 1875 y 1877; con el libro fundamental del poeta Manuel M. Flores: Pasionarias, publicado en 1874 y 1892.
Es decir que analizo a estos poetas en su coetaneidad con Martí. Por eso estudio libros u obras específicas en varios casos y no me detengo en una valoración general ni jerárquica de dichos escritores mexicanos. La necesidad de este objeto de estudio no sólo ha sido señalada por Andrés Iduarte, también ha sido sugerida por otros ensayistas, por ejemplo Alfonso Herrera Franyutti, quien insinúa posibles influencias de Manuel María Flores en Martí; Ángel Augier, que encuentra cierta similitud entre los procedimientos expresivos de Martí y Salvador Díaz Mirón, y Francisco Monterde.
Este último afirma que se ha olvidado un poco la poesía de Martí publicada en México desde marzo de 1875, al señalar influjos recíprocos inevitables. Al acometer este tipo de análisis estamos dejando de pensar en cualquier poeta como si fuera un ego autónomo, por más solipcistas que sean los poetas más fuertes, como ha afirmado Harold Bloom, pues según él todo poeta es un ser atrapado en una relación dialéctica (transferencia, repetición, error, comunicación) con otro u otros poetas.
Ese tácito sentido de lo americano con que penetra Martí en el turbulento país del Anáhuac, comienza a definirse con precisos contornos ante la heroica historia, la naturaleza prodigiosa y los vigorosos acentos de aquel pueblo hermano que aún vive en esos momentos bajo la exaltación de la victoria revolucionaria de Maximiliano, el lamentable Habsburgo, y sus cómplices nativos- la reacción clerical y latifundista. Como todo movimiento de hondo sentido social, este, encabezado por Juárez, engendró un intenso proceso literario y artístico.
En el período culminante de ese renacimiento cultural encuentra Martí el cauce más propicio para impulsar su ancha ansiedad continental. Altamirano y Guillermo Prieto son las figuras rectoras de ese instante mexicano, y en él florecen poetas como Manuel Acuña […] Manuel M. Flores y Juan de Dios Peza.
Refiere la bibliografía sobre la estancia mexicana de Martí que el Presidente de la República, Sebastián Lerdo de Tejada, quien sucedió a Juárez en el poder, planeaba reelegirse como presidente, y dicha situación provocó que los triunfadores de 1867 se segregaran en dos bandos que rivalizaban tenazmente. Cada uno contaba con sus órganos periodísticos, y aún lo literario se vio perturbado por las contiendas políticas. Martí, aún en medio de la agitación propia de la lucha electoral, llegó a ser como un lazo de unión.
El cenáculo literario le brindó gran acogida. En 1875, año de la llegada de Martí a México, la capital azteca contaba con un amplio número de asociaciones de todo tipo. Dentro de las literarias ocupaba un primerísimo lugar el Liceo Hidalgo, fundado en 1850 y sucesor de la Academia de San Juan de Letrán. De dicho Liceo, que impulsó considerablemente Francisco Granados Maldonado y restableció Ignacio Manuel Altamirano, donde figuraban los más destacados literatos de la época, llega a ser miembro José Martí el 22 de marzo del propio 1875, a propuesta de Gustavo Baz, Gerardo Silva y Juan de Dios Peza.
Martí, además de trabajar como redactor de la Revista Universal, a partir del mes de marzo de 1875, concurría regularmente a «tertulias amistosas o a las sociedades literarias y científicas, tan en boga en esos días. En el seno de ellas, tomaba parte en las discusiones, recitaba versos, exponía ideas que enseguida reforzaba en el periódico».
A la llegada de nuestro escritor a México el romanticismo literario está en su cúspide. Según refieren los estudiosos que analizan la estancia mexicana de Martí y su contacto con escritores nacionales, el joven poeta que llega decidido a renovar la expresión literaria, no puede evitar el sentirse contagiado por la aureola romántica. Según Frank Dauster, la poesía romántica se caracteriza por «su violenta reacción contra las reglas, por la entronización del sentimiento – y del sentimentalismo -, por su lenguaje arrebatado y apasionado». El ensayista también afirma que si el romanticismo «a ratos era desvarío, traía en cambio a las letras moribundas un nuevo aliento […] que, si en México no produjo lo que en otros países, abrió el camino para el premodernismo de Gutiérrez Nájera y Díaz Mirón», nombres al que agregamos el de José Martí, y su cualidad de ilustre precursor. Ángel Esteban secunda nuestros presupuestos cuando afirma que Martí tiene mucho de romántico, y se refiere particularmente a sus primeros escritos poéticos. El profesor español apunta que los contactos de Martí con autores románticos en España y en 1875 en México influyen decisivamente en su obra lírica de esos años. Por lo que cita a continuación el siguiente aserto de Manuel Pedro González:
Martí es, sin duda, un post-romántico purgado de la infame retórica y pésimo gusto en que habían caído los «melenudos» en el momento que nació, pero fue el ethos romántico el que lo formó y definió.
No en balde en su poesía escrita en México el sentimiento del amor es el que va a primar, el amor que frisa a cada momento el absoluto. Augier es uno de los que señala que lo erótico llena toda la juvenil poesía mexicana. Refiere que la rima galante – desesperada en Acuña, ardiente en Flores […] quejumbrosa en Peza – convenía bien a su amoroso estado de espíritu; por lo que todo conspiraba para hacer brotar el himno pánida en la proporción que le permitía su condición de proscrito.
Su conocimiento e interés por dichos poetas no son sólo deducibles de los enfoques de ensayistas que han tratado el tema. En sus cuadernos de apuntes se halla esta nota: «Escribir un estudio: Los poetas jóvenes de América: Sierra, Andrade, Obligado, Mirón, Gutiérrez Nájera, Peza, Darío, Acuña, Cuenca, Puga, Palma, Tejera, Sellén». La comprensión de la necesidad de dicho estudio se desprende de una acuciosa lectura de Martí, sin dudas develadora de las excelencias expresivas de dichos poetas. En ese sentido las «admiraciones y rechazos de un artista son fuerzas activas en la formación y el direccionamiento de su trabajo: no puede darse el lujo de ninguna ortodoxia». Al poeta le han sido trasmitidos «lenguajes», para seguir la idea de Barthes, es decir, formas que se pueden llenar diferentemente, esos lenguajes han circulado sobre él más específicamente que haberlo influido. Por otra parte, Martí en su propia obra reconoció varias veces el hecho de que un autor necesariamente ha de beber y bebe de otros autores, y la inevitable aprehensión de los valores poéticos precedentes y presentes en aras de afanes creativos. En propia tierra mexicana describirá:
Y luego, con ser siempre una en esencia la poesía, va siendo con las épocas múltiple en formas. Dejan los hombres culminantes huellas sumamente peligrosas, por esa especie de solicitud misteriosa que tienen a la imitación. Polvo de huesos y sedimento de humus habían sido ya muchas veces los restos de Anacreonte y de Virgilio, y aún hay en la expresión rimada del sentimiento poético, tintes de aquel picaresco ingenio o de aquellos conceptos sentenciosos de los dos clásicos. El estudio es un mérito; pero la imitación es un error.
El investigador que acomete semejante tema sabe que, más que evidencias, va a descubrir secretos, desdoblar sesgos, iluminar la senda de la imitación inconsciente, pues no otra cosa que eso es la influencia según Bernard Shaw, abordar una tarea sacrificial: la mezcla de la lectura y la escritura de poemas, referir la vida imaginativa que todo texto literario engendra.
Los contactos de José Martí con autores mexicanos entre 1875 y 1877 influyen de manera decisiva en la conformación de su obra lírica de esos años. Luego del presente análisis se puede afirmar que su poesía de entonces es claramente transicional y está íntimamente relacionada con el estilo que imperaba en las letras por aquel tiempo, es decir, el romanticismo. El estudio que hemos llevado a cabo demuestra que Martí estudió cuidadosamente las obras de Manuel Acuña, Juan de Dios Peza, Manuel María Flores y Salvador Díaz Mirón, y se nutrió de ellas tratando de buscar el brote original.
La idea del cuerpo como cárcel que aparece en la poesía de Manuel Acuña es recurrente en la poesía de José Martí, no tan sólo en los textos poéticos escritos en México. El afán de inmensidad del alma humana que se manifiesta en la lírica martiana encarna como contrapartida en esa idea. Esa vecindad, esa prisión del alma en el cuerpo es imagen que toma Martí en varios momentos de su praxis poética y a partir de su estancia mexicana, y la multiplica, ya sea como símil configurativo de otras imágenes o como metáfora de fondo de un texto.
En los poemas de Martí escritos en México, y en algunas zonas de su poesía de madurez puede encontrarse la huella de la poesía de Manuel Acuña, expresada a través de similitudes en la utilización de los elementos ideotemáticos y de peculiares recursos expresivos. De no haber existido el contacto exhaustivo de nuestro poeta con la lírica de Acuña pudiéramos hablar solamente de un paralelismo en la praxis poética de ambos autores. Pero más allá de la coincidencia epocal y los preceptos románticos se respira en el texto martiano un tramar, un entremezclar tejiendo, un tomar algo creando. Semejantes confluencias corroboran la lectura detallada que hizo Martí del bardo mexicano, muerto a los 24 años, y la familiaridad entre una serie de versos de los que concibió en tierra azteca y la lírica de Acuña. La asimilación de algunos hallazgos pertenecientes a esta última pueden verificarse, como hemos tratado de explicar, en determinados poemas de madurez. En este retomar del motivo para insuflarle nuevas esencias, en esa concepción del texto como absorción y réplica a otro texto, el gran poeta José Martí demuestra, aunque parezca contraproducente, su originalidad expresiva. El poeta en plena formación que era José Martí echó mano a los hallazgos singulares para darles un margen de despliegue, enfrentarlos a nuevas asociaciones, reubicar los motivos en busca de lo intransitado.
El estudio de las poesías que tanto José Martí como Juan de Dios Peza concibieron y publicaron entre 1875 y 1877 permite comprobar la existencia, más que de referencias intertextuales, de coincidencias estilísticas propias de la poética romántica en la que los dos se hallaban insertos por aquella época, y concluir que los poemas de Martí escritos en México se identifican con el tiempo y el estilo que las letras también vivían, hallándose el joven poeta cubano al nivel de su contemporáneos. Su poesía de tal fecha, aunque ya observa indicios transgresores, contiene en esencia los rasgos y peculiaridades del romanticismo, particularmente del que se cultivaba en México por aquella época.
El análisis cuidadoso de la poesía de Manuel María Flores y la de José Martí, específicamente del libro Pasionarias del bardo azteca y los poemas que Martí escribió en México permite señalar, más allá de otras coincidencias estilísticas propias del romanticismo, una innegable similitud en el tono entre varios poemas del cubano y el mexicano. Son textos que hacen gala del mismo desborde pasional. Recordemos que el tema amoroso es el que prima en los poemas de Martí escritos en México. Asistimos en muchos de ellos a la alabanza de la potenciación del sentimiento amoroso donde la intensidad de lo erótico en su contención hace mayor dicha alabanza. Tanto Flores como Martí en las obras que venimos cotejando exponen «una doble actitud ante el amor: ora es fuente del universo, ora origen del mal».
Las coincidencias estilísticas propias del romanticismo que se hallan en la obra de ambos autores son diversas. Así encontramos tanto en Flores como en Martí poemas de abiertos planteos analógicos, en los que se sigue el mismo esquema: se expone el tenor, la comparación y luego su atributo. En Martí estas peculiaridades estilísticas comienzan a aparecer en los Versos varios, concebidos y publicados posteriormente a su estancia mexicana. Repasar estos esquemas que utilizan casi todos estos poetas románticos, saberlos al dedillo es lo que le permite luego imbricar de múltiples maneras en sus poemas lo natural y lo humano, innovar en el campo de los procedimientos analógicos, como en «Con la primavera», escrito en Key West en 1887 o en «Juega el viento de abril». En el primero ya no necesita deslindar en estrofas la comparación y lo comparado, mezcla ambos varias veces, algunas de ellas en el mínimo territorio de dos versos. O los superpone conformando un cosmos atravesado por un centro de intenciones únicas, donde un elemento gira sobre otro.
Son muy propias de estos poetas románticos las imágenes con los cabellos de la mujer, como atributo principal de su belleza y femeneidad. Dichas imágenes se encuentran en Flores más de una vez al igual que en Martí. Tanto en las imágenes de Flores como en las de Martí hay referencias de manera sutil a lo femenino, y en algunos casos al amor físico, el cabello aquí reviste una connotación erótica. Es una imagen emblema de lo femenino que el Martí maduro vuelve a emplear en el «Mucho, señora daría», poema XLIII de Versos sencillos. La imagen que se presenta en el poema «Orgía» del azteca y en el poema XLIII de Versos sencillos: el acto de desasir el cabello, en «Flores» es una llana invitación, en Martí es un convite mucho más sutil y elegante, más refinado en apariencia, pero por eso mismo, más erótico, más lúbrico. Ambas estrofas son cromáticas. En el texto de Martí la blancura que contrasta con el rojo es sugerida por la cualidad de la desnudez. En Flores dicha condición es abiertamente expuesta. Estos y otros aspectos analizados en el cuerpo del trabajo permiten afirmar que Martí conoció y leyó la obra poética del escritor azteca, lo que indudablemente influyó en su formación literaria. Su poesía escrita en México posee los rasgos y matices del romanticismo, con muchos de sus recursos sentimentales e imaginativos, particularmente del cultivado en México por aquella época.
El examen de la obra poética de Salvador Díaz Mirón perteneciente a la primera época que va de 1874 a 1892 y la poesía de José Martí escrita en México posibilita encontrar insospechadas coincidencias entre ambas obras, ya no tan sólo resonancias martianas en la lírica primera del veracruzano, sino también fórmulas diazmironianas extraídas por el bardo cubano, las cuales este retoma en sus «versos mexicanos» y en algunos de madurez.
La idea del ajuste entre formas y esencias, tan cara a la poética martiana aparece ya en un temprano texto de Díaz Mirón perteneciente a la primera etapa: «¡Qué es poesía?». Dicha idea tiene a su vez un fuerte precedente dentro de los principios de la poética romántica. En este sentido tanto Díaz Mirón como Martí conciben y aplican una estética a la altura de su tiempo. La forma reviste gran importancia pero lo que eleva a las creaciones de ambos poetas a una de las expresiones más altas de la poesía en lengua española en cuanto a armonía interior, a potencialidad contenida en el alma, dejada brotar lenta y sabrosamente hacia fuera no es únicamente el artificio de la expresión sino el genio creador de los poetas que logran la simbiosis de los tres elementos fundamentales: el sentimental, el ideológico y el técnico. Ambos poetas se dieron cuenta cabal de la necesidad de este logro y de la gesta interior que debían desplegar para alcanzar ese clásico equilibrio.
La innegable coincidencia en la asunción de los temas y la factura estilística unido a la amistad y conocimiento entre el poeta Salvador Díaz Mirón y el poeta José Martí, rematado por admiraciones mutuas, hacen muy difícil discernir si se trata en ambos de simples reproducciones de modelos románticos y paralelismos en la praxis poética de los autores o de posibles elementos intertextuales. Estimo, a estas alturas, que todos esos rasgos conforman una amalgama por momentos indescifrable. Luego del análisis podemos comprobar que precisamente los poemas que anuncian el paso del postromanticismo al modernismo en Díaz Mirón son los que tienen confluencias con los de Martí. Además los poemas «Asonancias», «A Gloria» y «Sursum», aludidos a la hora de establecer las interinfluencias con nuestro poeta, figuran entre los cien mejores poemas del autor, escogidos por Antonio Castro Leal. El carácter transicional de las obras de Martí y de Díaz Mirón que confrontamos es un elemento que ciertamente puede influir en la existencia de innegables similitudes entre el cubano y el mexicano. Pero sin duda la existencia del contacto humano y artístico entre ambos hombres arroja un marco de confluencias atendibles que hemos tratado de referir en el cuerpo del trabajo.
El estilo poético martiano se debate y se robustece dentro de la corriente romántica que abraza a los escritores hispanoamericanos de la segunda mitad del siglo XIX. Luego del presente análisis puede afirmarse que si Martí se muestra ávido ante las innovaciones ideológicas y estilísticas que enriquecen las literaturas en los diversos lugares que visitó es digno señalar que no se somete servilmente ante tales modelos, sino que esas variadas influencias literarias, entre las que se encuentran las de los poetas mexicanos que incluyo en el presente estudio, son tamizadas y asimiladas muy singularmente por nuestro poeta.
Visitas: 31
Deja un comentario