Entrevista a Radamés Giro
Conocí a Radamés Giro durante la conferencia de prensa del II Festival Leo Brouwer de música de cámara. Me impresionó su sencillez y cortesía. Al llegar a su casa y entablar unas primeras palabras con él, comprendí que conversaba con un hombre sencillamente natural.
En su amplio currículo se encuentran dos premios nacionales: el Premio Nacional de Edición en 1999 y el de la Crítica Científica en 2008. Además, ha sido el responsable de editar 78 libros y 3 diccionarios que tienen como tema central la música cubana.
En 1999 a usted le fue conferido el Premio Nacional de Edición, ¿qué importancia cree que tiene el trabajo del editor en el panorama musical cubano?
Tiene muchísima importancia porque es él, precisamente, quien tiene la responsabilidad de gestionar y promover las investigaciones que se realicen sobre la música cubana. El editor no siempre tiene que estar de acuerdo con los criterios planteados en un libro que se prepara para ser publicado. Su trabajo consiste en divulgar ese conocimiento, contribuyendo así al desarrollo de la música cubana.
Particularmente, nunca me he negado a publicar los trabajos sobre la música cubana que me presentan, siempre y cuando sean investigaciones serias y de calidad. En la medida de mis posibilidades he alentado e incentivado a los musicólogos, a los investigadores, a los estudiosos del tema, a que escriban y publiquen. Las nuevas generaciones necesitan encontrar una motivación para escribir, para hablar de música. Muchas veces necesitan de una persona que los estimule a indagar, a investigar, y —en muchos casos— ese pudiera ser el editor. Recuerdo que en el Instituto Cubano del Libro atendía la sección de música en el equipo editorial. En ese tiempo yo salía a buscar libros que pudieran ser publicados, autores que pudieran dar cauces editoriales a sus trabajos…
En 1974 publiqué el Diccionario Oxford de la música. Creo que lo más importante que tuvo este trabajo fue que influyó para que otras editoriales en todo el país se interesaran y comprendieran la importancia de divulgar estos temas. Y ahí están los libros que sobre música se hacen en Sancti Spíritus, los libros que Villa Clara dedica a sus músicos, ya en Pinar del Río existen revistas especializadas. En Santiago de Cuba se ha venido trabajando en este sentido, aunque menos de lo que yo quisiera, tomando en cuenta la enorme tradición musical de la llamada tierra del fuego.
Luego me publicaron el Diccionario Enciclopédico de la Música en Cuba. Puede sonar autosuficiente, pero este texto fue muy inspirador, pues ha servido como herramienta de trabajo para que los musicólogos e investigadores lleven a cabo nuevas investigaciones.
La mayoría de los libros que sobre música se han editado en Cuba han estado bajo mi responsabilidad. He sacado a la luz un total de 78 textos sobre música cubana, 12 sobre música extranjera y 3 diccionarios.
Por haber dedicado su labor editorial al ámbito de la música, también se le conoce como musicólogo. ¿Se considera usted como tal? ¿Qué representa para usted poder ser homenajeado en el marco de este Festival junto a figuras tan destacadas como la musicóloga María Teresa Linares?
Yo solo soy un curioso, un curioso insaciable. Creo que eso está por encima de ser considerado como un investigador o un musicólogo. Sin curiosidad no hay nada, por eso el aprendizaje debe ser infinito. Es necesario conocer de todo: filosofía, historia, física, artes. Siempre trato de estar al día en todo lo que me rodea, no solo de las cuestiones musicales. El que anda por la vida como una hoja que se mueve al compás del viento, pasa intrascendente.
Agradezco muchísimo haber sido agasajado en el Festival de música de cámara por mis 70 años de vida. Creo que este homenaje es una respuesta de Leo Brouwer al homenaje permanente que yo le dedico desde que lo conocí en 1969, cuando estaba naciendo el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC. Luego, en 1986 publiqué su primer libro: La música, lo cubano y la innovación.
Nunca he tenido la pretensión de ser homenajeado. Eso no es lo fundamental para mí. El mayor lauro que puedo recibir es este: recibir personas en mi casa que estén interesados en conocer mi obra —que a fin de cuentas es lo que perdura—, recibir a estudiantes que necesiten de mis conocimientos, de mis enseñanzas. Para mí el mejor homenaje es el que se realiza de forma diaria. Cuando cumplí 70 años, el pasado 30 de julio, me sentí muy emocionado. Pasé un día maravilloso con mis hijos, mi esposa, algunos compañeros del Poder Popular y de Cultura que vinieron a felicitarme. Para mí fue una sorpresa tremenda la interpretación que me dedicó un grupo de música de cámara, conformado por estudiantes de la escuela Alejandro García Caturla.
¿Conoció usted a Argeliers León? ¿Cuáles considera son sus principales aportes a la musicología cubana?
Cómo no, lo conocí muy bien. Mi primer encuentro con él fue en el Instituto de Etnología y Folklore de la Academia de Ciencias, donde se desempeñaba como director. En 1974 publique su libro Del canto y el tiempo, que reedité cuando trabajé en Letras Cubanas, y habrá que publicar nuevamente porque es un libro que se agota enseguida.
Argeliers aportó mucho al desarrollo de la música cubana. En primer lugar, enriqueció a la enseñanza musical con un extraordinario aparato científico, del cual deben estar dotados los musicólogos para poder estudiar a fondo determinado fenómeno musical. Recuerdo que iba a muchas provincias a hacer trabajo de campo con sus alumnos. Fotografiaban, grababan… en fin, archivaban todo el material musical que les era posible. Hasta ese momento no se había hecho nada igual.
Tuvo dos maestros que lo guiaron en sus estudios musicológicos. El primero de ellos fue don Fernando Ortiz, de quien bebió toda la savia referente a los estudios africanos y etnográficos. La otra, fue la española María Muñoz de Quevedo, su mentora. Llegada a Cuba en 1919, esta extraordinaria mujer fundó el primer gran conjunto coral que tuvo el país y la revista Musicalia. Escribió muchísimas cosas sobre la enseñanza musical y dio cursos de verano en la Universidad de La Habana. Te digo todo esto porque ello también fue vital para el desarrollo de Argeliers como profesional.
¿Cuál considera usted es la importancia del Festival Leo Brouwer para el desarrollo de la música de cámara en nuestro país?
Creo que es fundamental para fomentar y preservar el desarrollo de la música, no solo de cámara, sino la música en general. Creo que es una magnífica experiencia para dar a conocer nuestro patrimonio artístico-musical. Me ha impresionado mucho la organización del evento. Leo Brouwer y su esposa Isabelle Hernández, han hecho una labor encomiable; merecen todo mi respeto, cariño y consideración.
Uno de los atractivos principales que tuvo el festival fue el homenaje dedicado a compositoras cubanas del siglo XIX a nuestros días. Ello nos dio la posibilidad de escuchar las melodías de figuras que marcaron una época como Cecilia Arizti (1856-1930) —cuyo repertorio no había sido interpretado hasta ese momento en nuestro país—, Gisela Hernández (1912-1971) y Magali Ruiz (1941), por solo citar tres ejemplos. También, pudimos escuchar la versión de «El Manicero» que hiciera la joven Keyla Orozco.
El contexto en el cual se desarrolló esta actividad fue encantador. La Habana Vieja tiene una magia envolvente, que hizo de este festival algo único, especial. El apoyo del Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal, fue encomiable. Respeto mucho la labor que realiza en el Centro Histórico, el rescate del patrimonio, de la historia… No hay pasado sin presente.
Pero para responderte la pregunta completamente, tendría que salir de los marcos del Festival Leo Brouwer de música de cámara. Creo que en Cuba hay tres instituciones vanguardias en el desarrollo de la música de cámara. Estas son: la Camerata Romeu, el Festival Leo Brouwer de música de cámara y el conjunto de música antigua Ars Longa.
Usted es el autor del Diccionario Enciclopédico de la música cubana. ¿Cuánto esfuerzo le exigió una obra de esta magnitud? ¿De qué referentes se valió para poder desarrollarla?
Comencé este proyecto en el año 1967, y el diccionario se publicó en 2007, es decir que me tomó 40 años realizar el proyecto. Al principio no tenía una idea muy clara de lo que pretendía hacer, pero poco a poco fui elaborando un esquema de cuál era mi propósito. Ayudó muchísimo mi estancia en Nueva York. Allí estuve durante un breve período de tiempo, solo dos meses, pero me sirvió mucho. Primero porque pude recopilar una enorme cantidad de documentación sobre el tema, y segundo porque adquirí plena conciencia de la importancia que tendría este trabajo.
Leo Brouwer acostumbra venir a mi casa de vez en cuando. Un día se sentó aquí mismo, donde estamos nosotros, y empezó a hojear uno de los ficheros donde guardaba la documentación para el diccionario. De repente me dijo: «¡Ya tú tienes aquí un diccionario!».
Lo primero que hice fue estudiar todos los diccionarios de música que tenía a mano. Observé como se hacían las entradas, la información básica, las referencias. En total consulté un total de 47 textos, entre diccionarios y libros de música cubana hechos en Cuba y en el extranjero. Fui tomando nota de lo más importante y ello me permitió elaborar un esquema concreto de lo que yo quería lograr con este diccionario. No escribí nada hasta no tener ese esquema organizado en la cabeza
La realización de este diccionario nunca termina. Siempre habrá nuevos músicos por incluir y datos que actualizar de los que ya están. Esta es una obra que está abierta permanentemente. Hacer este diccionario me ha reportado muchas satisfacciones. La mayor de ellas es que este libro ha servido como referencia, como instrumento de trabajo para estudiantes de diferentes niveles de la enseñanza musical, para musicólogos y estudiosos del tema.
De poder hacer un proyecto editorial sobre música cubana que incluyera la posibilidad de multimedia —o sea, de sonido e imagen—, ¿cuál le gustaría emprender?
De poder hacer un trabajo de este tipo me gustaría incluir mucha información textual sobre música cubana, de todos los géneros. Pondría fotos —el testimonio gráfico es muy importante—, revistas, artículos. Sería interesante reproducir cuadros de pintores cuyos motivos sean musicales o tengan que ver con ella. Incluir sonido, entendido como música, es un poco más complicado. Tendrían que ser disqueras cubanas como la EGREM, pues reproducir música de disqueras extranjeras podría traer problemas según lo estipulado por el derecho de autor.
Sin embargo, la labor que realizan muchas instituciones culturales en aras de promover la música cubana también pudiera tener un espacio en este proyecto. Ahí sí pudiéramos divulgar la labor que, junto a Tropicana o los teatros Amadeo Roldán y el García Lorca, realizan sitios como el cabaret La Conga, en Estados Unidos.
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Tomado de Opus Habana.
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