Rafael Alberti (Puerto de Santa María, 1902 – 1999) Fue un poeta español, miembro de la Generación del 27, Premio Cervantes de Literatura y Premio Nacional de Literatura (1925). En su juventud, tras años de rebeldía escolar y ansias de libertad, descubre el Museo del Prado en Madrid y se ve motivada su vocación de pintor. Los dibujos que hace en esta época el adolescente Alberti demuestran ya su talento para captar la estética del vanguardismo más avanzado, hasta el punto de que no tardará en conseguir que algunas de sus obras sean expuestas, primero en el Salón de Otoño y luego en el Ateneo de Madrid.
No obstante, cuando la carrera del nuevo artista empieza a despuntar, un acontecimiento triste le abrirá las puertas de otra forma de creación. Una noche de 1920, ante el cadáver de su padre, Alberti escribió sus primeros versos. El poeta había despertado y ya nada detendría el torrente de su voz. Una afección pulmonar le llevó a guardar obligado reposo en un pequeño hotel de la sierra de Guadarrama. Allí, entre los pinos y los límpidos montes, comenzará a trabajar en lo que luego será su primer libro, Marinero en tierra, muy influido por los cancioneros musicales españoles de los siglos XV y XVI. Comprende entonces que los versos le llenan más que la pintura, y en adelante ya nunca volverá a dudar sobre su auténtica vocación, aunque muchos años después, ya en el exilio, dedicaría algunos de sus poemarios a la pintura y a Picasso.
Al descubrimiento de la poesía sigue el encuentro con los poetas. De regreso a Madrid se rodeará de sus nuevos amigos de la Residencia de Estudiantes. Conoce a Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Gerardo Diego, Miguel Hernández y otros jóvenes autores que van a constituir el más brillante grupo poético del siglo. Cuando en 1924-25 su Marinero en tierra recibe el Premio Nacional de Literatura, el poeta se convierte ya en una figura descollante de la lírica. Este relevante Premio fue otorgado por un jurado que integraban Antonio Machado, Ramón Menéndez Pidal y Gabriel Miró. A Marinero en tierra siguieron La Amante (1925) y El alba de alhelí (1925-26).
En estos primeros libros, Rafael Alberti se revela como un virtuoso de la forma con influjos de Gil Vicente, los anónimos del Cancionero y Romancero españoles, Garcilaso de la Vega, Luis de Góngora, Lope de Vega, Gustavo Adolfo Bécquer, Charles Baudelaire, Juan Ramón Jiménez y Antonio Machado. La suya es una poesía «popular» —como explicó Juan Ramón Jiménez—, «pero sin acarreo fácil; personalísima; de tradición española, pero sin retorno innecesario; nueva; fresca y acabada a la vez; rendida, ágil, graciosa, parpadeante: andalucísima».
Selección lírica de su poemario Marinero en tierra
Sueño del marinero
Yo, marinero, en la ribera mía, posada sobre un cano y dulce río que da su brazo a un mar de Andalucía, sueño en ser almirante de navío, para partir el lomo de los mares al sol ardiente y a la luna fría. ¡Oh los yelos del sur! ¡Oh las polares islas del norte! ¡Blanca primavera, desnuda y yerta sobre los glaciares, cuerpo de roca y alma de vidriera! ¡Oh estío tropical, rojo, abrasado, bajo el plumero azul de la palmera! Mi sueño, por el mar condecorado, va sobre su bajel, firme, seguro, de una verde sirena enamorado, concha del agua allá en su seno oscuro. ¡Arrójame a las ondas, marinero: —Sirenita del mar, yo te conjuro! Sal de tu gruta, que adorarte quiero, sal de tu gruta, virgen sembradora, a sembrarme en el pecho tu lucero. Ya está flotando el cuerpo de la aurora en la bandeja azul del océano y la cara del cielo se colora de carmín. Deja el vidrio de tu mano disuelto en la alba urna de mi frente, alga de nácar, cantadora en vano bajo el vergel añil de la corriente. ¡Gélidos desposorios submarinos con el ángel barquero del relente y la luna del agua por padrinos! El mar, la tierra, el aire, mi sirena, surcaré atado a los cabellos finos y verdes de tu álgida melena. Mis gallardetes blancos enarbola, ¡oh marinero!, ante la aurora llena ¡y ruede por el mar tu caracola!
Salinero
...Y ya estarán los esteros rezumando azul de mar. ¡Dejadme ser, salineros, granito del salinar! ¡Qué bien, a la madrugada, correr en las vagonetas, llenas de nieve salada, hacia las blancas casetas! Dejo de ser marinero, madre, por ser salinero.
Catalina de Alberti, italo-andaluza
(Siglo XIX) Llevaba un seno al aire, y en las manos —nieve roja— una crespa clavelina. Era honor de la estirpe gongorina y gloria de los mares albertianos. Brotó como clavel allá en los llanos de Córdoba la fértil y la alpina, y rodó como estrella y trasmarina perla azul por los mares sicilianos. Nunca la vi, pero la siento ahora clavel de espuma y nácar de los mares y arena de los puertos submarinos. Vive en el mar la que mi vida honora, la que fue flor y norte de mis lares y honor de los claveles gongorinos.
Elegía del niño marinero
A Manuel Ruiz Castillo
Marinerito delgado, Luis Gonzaga de la mar, ¡qué fresco era tu pescado, acabado de pescar! Te fuiste, marinerito, en una noche lunada, ¡tan alegre, tan bonito, cantando, a la mar salada! ¡Qué humilde estaba la mar! ¡Él cómo la gobernaba! Tan dulce era su cantar, que el aire se enajenaba. Cinco delfines remeros su barca le cortejaban. Dos ángeles marineros, invisibles, le guiaban. Tendió las redes, ¡qué pena!, por sobre la mar helada. Y pescó la luna llena, sola, en su red plateada. ¡Qué negra quedó la mar! ¡La noche, qué desolada! Derribado su cantar, la barca fue derribada. Flotadora va en el viento la sonrisa amortajada de su rostro. ¡Qué lamento el de la noche cerrada! ¡Ay mi niño marinero, tan morenito y galán, tan guapo y tan pinturero, más puro y bueno que el pan! ¿Qué harás, pescador de oro, allá en los valles salados del mar? ¿Hallaste el tesoro secreto de los pescados? Deja, niño, el salinar del fondo, y súbeme el cielo de los peces y, en tu anzuelo, mi hortelanita del mar.
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