A Raimundo Cabrera (9 de marzo de 1852-21 de marzo de 1923) quizás solo se le identifique como el padre de esa enorme figura de la antropología cubana que fue Lydia Cabrera y no más. Sin embargo, la personalidad de Raimundo Cabrera resulta definitivamente imantadora en el panorama de la cultura insular. Trágico cuando era preciso serlo, pero dueño de una cultura y un sentido muy peculiar del humor, la ironía y la ética, como debe ser en los intelectuales de honda talla, fueron aspectos esenciales que caracterizaron toda su personalidad. Fue un hombre polémico, en efecto, pero igualmente honesto a lo largo de toda su vida.
Desde muy joven se inició como periodista y esta labor la continuó a lo largo de toda su vida. Colaboró con los más importantes diarios de su época como El País, El Fígaro, La Habana Literaria, la Revista Bimestre Cubana, entre otras. Pero su mayor aporte en este género lo realizó en 1897 cuando funda en Nueva York la revista Cuba y América. Es válido destacar que la continuó editando en La Habana hasta 1917. Alcanzó a ser, para la época, una rara publicación de larga data. En sus páginas aparecieron firmas reconocidas como la de Ramón Meza quien dio a conocer allí algunos de sus famosos «Croquis habaneros». También publicó Antonio González Curquejo quien fue una figura relevante del panorama cultural cubano de la época. A él se debe la que sea quizás la segunda antología de poesía femenina hecha en Cuba, la primera es la de Domitila García de Coronado, me refiero al Florilegio de la poesía cubana en tres tomos que hoy constituye una verdadera rareza bibliográfica. La revista tuvo un amplio espectro temático. Allí aparecieron también textos acerca de la historia arqueológica de Cuba e investigaciones sobre la desaparición de la fiebre amarilla en La Habana, un tema de gran interés en ese momento. Allí publicó Aurelia Castillo, en más de una ocasión, importantes reseñas sobre libros acerca de nuestras contiendas bélicas; y Julia Martínez hizo público su ensayo «El desarrollo intelectual de la mujer en Cuba», de especial atractivo en ese tiempo no solo para las mujeres, sino también para los hombres. Es asimismo en Cuba y América donde el bibliógrafo Carlos Trelles da a conocer su imprescindible texto «Bibliografía de la segunda guerra de independencia cubana y de la hispano-yankee» entre otros importantes trabajos. Con estos ejemplos se da fe de la importancia de esta publicación periódica.
Escribió Cabrera textos muy polémicos, pero imprescindibles para entender los diferentes caminos de la historia insular como fue Cuba y sus jueces. En 1891 aparece su libro Mis buenos tiempos con prólogo de Rafael Montoro. Aurelia Castillo de González, con la agudeza crítica que siempre la caracterizó, escribió en carta a su autor estas palabras:
Considerando, en fin, su trabajo como historia, tiene el encanto de la verdad con sencillez relatada, y un interés primordial para los cubanos, que admirando enternecidos las virtudes patrióticas ejercidas en los campos de batalla, en las cárceles, en el destierro, en el cadalso, en todas partes, por hombres como usted y por los niños del 68, tan gráficamente descritas por usted, ambicionen acaso aquel temple heroico para sufrir y sacrificarse por su país natal; sino de la manera cruenta que lo exigieron entonces las circunstancias, como las actuales las reclamen, como cada época lo imponga. El capítulo En las cárceles es prominente entre todos. ¡Cuántas humillaciones, cuántos dolores ignorados para formar con otras humillaciones y otros dolores que tuvieron el galardón de la resonancia— ya que no el anhelado— el gran holocausto de una generación entera! ¡Bienaventurados los que padecen por la justicia![1]
Casi al final de la segunda contienda bélica en Cuba, específicamente en 1898, Cabrera publica Episodios de la guerra. Mi vida en la manigua. No era un libro testimonial. El autor no participó directamente en esta guerra. Eso le da un tono muy especial al libro porque él parte de los testimonios narrados por los que sí estuvieron allí. Quizás haya un entrelazamiento de sucesos entre la Guerra Grande y la del 95, pero no importa ya que el texto alcanza a tocar el dramatismo y el valor de los cubanos en las dos guerras. El resultado es una historia tan bien contada por el supuesto coronel Ricardo Buenamar que los españoles llegaron a creer en su existencia e hicieron el ridículo de criticarlo en un diario de la Península[2].Tuvo un agudo prólogo de Nicolás Heredia quien en un momento del texto se refiere a algo fundamental que son aquellos combatientes que no pertenecieron a la oficialidad, pero sin los que no se hubiesen ganado importantes batallas. ¿Acaso los otros que pueden ser soldados, mensajeros, ayudantes, cocineros entre otros no escribieron diarios? ¿Dónde están aquellos que carecen de grandes rostros para la historia? En ello se detiene Heredia en su prólogo porque fue algo que Cabrera no pasó por alto en su libro. Tendría que pasar mucho tiempo para que la historiografía cubana se detuviera en ellos, pero ya estaban en estos relatos de Episodios de la guerra. Mi vida en la manigua desbrozando el camino. Al cerrar su libro dice Raimundo Cabrera:
Cuando se escriba la Historia de la Revolución de Cuba, no se hará mención de tanto servidor anónimo que ha contribuido a su triunfo; nadie sabrá nada, por ejemplo, del maquinista desconocido que un día detuvo un tren de pasajeros para permitir la realización de un glorioso hecho militar; del vecino de la ciudad que, aparentemente pacífico, con una salida atrevida, solo, llevó al campamento pertrechos y provisiones a los insurrectos exhaustos, del modesto pescador que, a riesgo de su vida, puso su pequeño bajel como correo o como transporte, al servicio de nuestro valiente ejército[3].
La literatura de viajes, tan rica y tan poco estudiada por nuestra crítica, porque se ha reducido solo a aquellos que nos visitaron pero en escasas ocasiones a nuestros propios viajeros, tiene en Raimundo Cabrera también un exponente. En 1892 viaja a los Estados Unidos por vez primera con toda su familia. De las cartas enviadas a su amigo Govin, quien las publicó en el periódico El País, nació su libro Impresiones de viaje, como el propio autor dice a Antonio González Curquejo en el preámbulo del texto. No es posible comentar todo el libro por razones de espacio. Solo decir que es el texto de un hombre culto que reconoció lugares, figuras, hechos ya leídos en otros momentos. Fue reconocer la historia de una nación que nacía con una pujanza extraordinaria y que ni siquiera a nuestro Martí dejó de impresionar en los primeros momentos de su estancia en ella. En Raimundo Cabrera no hay mero asombro, sino dolor al pensar en su Cuba sumida en el atraso colonial. Solo detenerse en ese momento en que, al regresar de la Biblioteca Astor, en Nueva York dice:
Después de recorrer las galerías y salones de la espléndida biblioteca, descendí las escalinatas de mármol y regresé al hotel sin cansancio en el cuerpo, con admiración en el ánimo, pensando que en el espacio de un kilómetro cuadrado había visto aglomerado en Nueva York millones de volúmenes diez veces más volúmenes que los que sumarían reunidos todos los libros de las librerías; de las bibliotecas privadas y de las públicas (si pasan de una) que tenemos en nuestra pobre y desheredada tierra cubana[4].
No todo queda dicho aquí. Podría abundarse en su período autonomista, las causas de la ruptura con ese partido, su labor como periodista y escritor singular, entre otras cosas. Lo importante es volver sobre su obra y no olvidar a una de las figuras a la que José Martí valorara por su humanismo, sentido del respeto y eticidad cuando respaldó la entrada de Juan Gualberto Gómez a la Sociedad Económica de Amigos del País: «Grande ha sido nuestro júbilo al saber que un cubano de antigua casa, el meritorio Gabriel Millet y Raimundo Cabrera, puesto en alto por la fuerza de sus obras, acaban de llevar al hermano mulato, al noble Juan Gualberto Gómez, a la casa ilustre donde han tenido asiento los hijos más sagaces y útiles de Cuba»[5].
[1] Aurelia Castillo de González: «Mis buenos tiempos de Raimundo Cabrera, Carta a su autor fechada en Guanabacoa, 31 de agosto de 1891», en: Escritos. La Habana, Imprenta «El Siglo XX», Volumen III, p. 229.
[2] Así lo refiere Nicolás Heredia en el prólogo a esta tercera edición.
[3] Raimundo Cabrera: Episodios de la guerra. Mi vida en la manigua. La Compañía Levytype, Editores, impresores y grabadores, Filadelfia, 1898, p.302.
[4] Raimundo Cabrera: Cartas a Govin. Impresiones de viaje. Imprenta «La Moderna», La Habana, 1892, p. 145.
[5] José Martí: «Juan Gualberto Gómez en la Sociedad de Amigos del País», Obras completas, La Habana, 1975, t. 4, p. 418.
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