Hace un siglo que murió el patriota y escritor Raimundo Cabrera. Era entonces una figura conocidísima de la sociedad y la cultura cubana. Tenía 73 años y una obra publicada que podía encontrarse en las librerías. Su currículo ciudadano incluía presidio político y deportación. Sus libros de memorias constituyen aún un valioso documento histórico y testimonial. De ahí que la de Raimundo Cabrera sea una personalidad que merece justa valoración y sobre todo, un acercamiento desde ópticas que analicen tanto su quehacer político como literario, porque se trató de uno de los intelectuales cubanos más conocidos en el lapso comprendido entre el último cuarto del siglo XIX y el primero del siglo XX.
El autor de Cuba y sus jueces, cuya primera edición data de 1887 y rápidamente tuvo varias más, intentó en ese libro recoger algunas «rectificaciones oportunas» (así lo expresa su subtítulo) acerca de un buen número de afirmaciones equivocadas o carentes de fundamento vertidas sobre los cubanos. Representaba pues un mentís a las afirmaciones lanzadas por autores con escaso valor y bastante mala fe. Precisamente en este afán reivindicador radicó el éxito del libro, su popularidad, la cual hizo de Raimundo Cabrera un autor muy leído en su tiempo.
Cabrera y Bosch —tales eran sus apellidos— nació el 9 de marzo de 1852. Completó los estudios de bachiller en La Habana y cuando intentó, a la edad de 17 años, incorporarse a las fuerzas independentistas de Carlos Manuel de Céspedes, fue apresado y confinado en Isla de Pinos por 10 meses. Después salió hacia España, para cursar en Sevilla los estudios de Licenciado en Derecho.
De regreso a Cuba en 1873 ejerció la carrera de abogado y figuró entre los fundadores del Partido Liberal Autonomista, del cual fue uno de sus representantes más activos hasta que en 1893 retorna a las filas separatistas y rechaza su filiación autonomista.
Durante la contienda de 1895 viajó a Europa y Estados Unidos, hasta que en 1897 fundó en Nueva York la revista Cuba y América, al servicio de la causa insurrecta, que se continuó editando en Cuba hasta su desaparición en 1917. Con la instauración de la república se limitó a vivir de su profesión, sin participar de cargos públicos, pese a su prestigio y relaciones con los círculos de poder.
Cabrera fue un autor de abundante obra. No es propósito nuestro citar todos sus libros y trabajos impresos, sino algunos, los que más renombre alcanzaron. Ahí están Mis buenos tiempos (Memorias estudiantiles),publicado en1891 en La Habana, un recorrido por sus primeros años de vida y en cuyas páginas consigue amena sencillez.
En el listado figuran también Mi vida en la manigua, de corte autobiográfico, editado en Norteamérica en 1898, texto en que relata las peripecias de un supuesto coronel insurrecto nombrado Ricardo Buenamar (anagrama de Raimundo Cabrera). Cuentos míos ve la luz en 1904 y la trilogía integrada por las narraciones Sombras que pasan (1916), Ideales(1918) y Sombras eternas (1921), novelas las tres, además del volumen titulado Mis malos tiempos, de 1920.
Sacando hilas (1922) y La campaña autonomista, selección de trabajos de sus años en el citado partido, se suman a una obra con fuertes matices autobiográficos y en la que no debe olvidarse el quehacer de Cabrera Bosch como autor teatral de zarzuelas y revistas o sainetes bufos.
También fue amplia su colaboración periodística, así como intensa su labor intelectual pública. Fue presidente de la Sociedad Económica de Amigos del País y miembro fundador de la Academia de la Historia de Cuba, además de director del periódico La Unión, de Güines, entre 1878 y 1885, y de El Tiempo, de La Habana, entre 1909 y 1912.
En 1923 se le tributó un homenaje en el Teatro Nacional y ese mismo año murió en La Habana, el 21 de mayo. Más de una de sus obras (pensemos en Cuba y sus jueces y Mis buenos tiempos) fueron traducida al inglés e italiano.
Raimundo Cabrera fue además padre de Lydia Cabrera, nacida en Nueva York durante los años de exilio de la familia, con vasta obra como etnóloga y folclorista.
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