Sobre el autor
Ramón Modesto López Velarde Berumen (Jerez, Zacatecas, 15 de junio de 1888- Ciudad de México, 19 de junio de 1921) fue un poeta mexicano. Su obra suele encuadrarse en el modernismo literario. En México alcanzó una gran fama, y llegó a ser considerado el poeta nacional.
Su obra, como la de José Juan Tablada, marca el momento de transición entre el modernismo y la vanguardia. La eclosión de los ismos en el ámbito hispánico se anuncia ya en su novedoso tratamiento del lenguaje poético y, al mismo tiempo, la dualidad que preside su obra (el contraste entre las tradiciones del campo y la turbulencia de la ciudad, y su propio forcejeo angustiado entre las inclinaciones ascéticas y sensualidad pagana) tiene un claro carácter romántico-modernista.
Como homenaje en el aniversario 102 de su muerte, compartimos una selección de su obra poética.
Fragmentos de su obra
A mi prima Águeda
A Jesús Villalpando
Mi madrina invitaba a mi prima Águeda A que pasara el día con nosotros, Y mi prima llegaba Con un contradictorio Prestigio de almidón y de temible Luto ceremonioso. Águeda aparecía, resonante De almidón, y sus ojos Verdes y sus mejillas rubicundas Me protegían contra el pavoroso Luto... Yo era rapaz Y conocía la o por lo redondo, Y Águeda que tejía Mansa y perseverante en el sonoro Corredor, me causaba Calosfríos ignotos... (Creo que hasta le debo la costumbre heroicamente insana de hablar solo.) A la hora de comer, en la penumbra Quieta del refectorio, Me iba embelesando un quebradizo Sonar intermitente de vajilla Y el timbre caricioso De la voz de mi prima. Águeda era (luto, pupilas verdes y mejillas rubicundas) un cesto policromo de manzanas y uvas en el ébano de un armario añoso.
Ofrenda romántica
Fuensanta: las finezas del Amado Las finezas más finas, Han de ser para ti menguada cosa, Porque el honor a ti, resulta honrado. La corona de espinas, Llevándola por ti, es suave rosa Que perfuma la frente del Amado. El madero pesado En que me crucifico por tu amor, No pesa más, Fuensanta, Que el arbusto en que canta Tu amigo el ruiseñor Y que con una mano Arranca fácilmente el leñador. Por ti el estar enfermo es estar sano; Nada son para ti todos los cuentos Que en la remota infancia Divierten al mortal; Porque hueles mejor que la fragancia De encantados jardines soñolientos, Y porque eres más diáfana, bien mío Que el diáfano palacio de cristal. Pero con ser así tu poderío, Permite que te ofrezca el pobre don Del viejo parque de mi corazón. Está en diciembre, pero con tu cántico Tendrá las rosas de un abril romántico. Bella Fuensanta, Tú ya bien sabes el secreto: ¡Canta!
Nuestras vidas son péndulos
Dónde estará la niña Que en aquel lugarejo Una noche de baile Me habló de sus deseos De viajar, y me dijo Su tedio? Gemía el vals por ella, Y ella era un boceto Lánguido: unos pendientes de ámbar, y un jardín en el pelo. Gemían los violines En el torpe quinteto... E ignoraba la niña Que al quejarse de tedio Conmigo, se quejaba Con un péndulo. Niña que me dijiste En aquel lugarejo Una noche de baile Confidencias de tedio: Dondequiera que exhales Tu suspiro discreto, Nuestras vidas con péndulos... Dos péndulos distantes Que oscilan paralelos En una misma bruma De invierno.
Para tus dedos ágiles y finos
Doy a los cuatro vientos los loores De tus dedos de clásica finura Que preparan el pan sin levadura Para el banquete de nuestros amores. Saben de las domésticas labores Lucen en el mantel su compostura Y apartan, de la verde, la madura Producción de los meses frutidores. Para gloria de Dios en homenaje A tu excelencia, mi soneto adorna De tus manos preclaras el linaje. Y el soneto dichoso, en las esbeltas Falanges de mis índices se torna Una sortija de catorce vueltas.
Me estás vedada tú
Imaginas acaso la amargura Que hay en no convivir Los episodios de tu vida pura? Me está vedado conseguir que el viento Y la llovizna sean comedidos Con tu pelo castaño. Me está vedado oír en los latidos De tu paciente corazón (sagrario De dolor y clemencia) La fórmula escondida De mi propia existencia. Me está vedado, cuando te fatigas Y se fatiga hasta tu mismo traje, Tomarte en brazos, como quien levanta A su propia ilusión incorruptible Hecha fantasma que renuncia al viaje. Despertarás una mañana gris Y verás, en la luna de tu armario, Desdibujarse un puño Esquelético, y ante el funerario Aviso, gritarás las cinco letras De mi nombre, con voz pávida y floja ¡Y yo me hallaré ausente De tu final congoja.! ¿Imaginas acaso mi amargura impotente? Me estás vedada tú... Soy un fracaso De confesor y médico que siente Perder a la mejor de sus enfermas Y a su más efusiva penitente.
Mientras muere la tarde…
Noble señora de provincia: unidos En el viejo balcón que ve al poniente, Hablamos tristemente, largamente, De dichas muertas y de tiempos idos. De los rústicos tiestos florecidos Desprendo rosas para ornar tu frente, Y hay en los fresnos del jardín de enfrente Un escándalo de aves en los nidos. El crepúsculo cae soñoliento, Y si con tus desdenes amortiguas La llama de mi amor, yo me contento Con el hondo mirar de tus arcanos Ojo, mientras admiro las antiguas Joyas de las abuelas en tus manos. Ingenuas provincianas: cuando mi vida se halle Desahuciada por todos, iré por los caminos Por donde vais cantando los más sonoros trinos Y en fraternal confianza ceñiré vuestro talle. A la hora del Ángelus, cuando vais por la calle, Enredados al busto los chales blanquecinos, Decora vuestros rostros ―¡Oh rostros peregrinos!― La luz de los mejores crepúsculos del valle. De pecho en los balcones de vetusta madera, Platicáis en las tardes tibias de primavera Que Rosa tiene novio, que Virginia se casa; Y oyendo los poetas vuestros discursos sanos Para siempre se curan de males ciudadanos, Y en la aldea la vida buenamente se pasa.
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