A propósito de su 153 aniversario
Unos 465 años (cifra aproximada) antes de que El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha conquistara a los lectores hispanos y sentara cátedra en la literatura universal, surgió en España un poema, mejor dicho, un cantar de gesta, repetido de pueblo en pueblo y de autor anónimo inspirado en las hazañas, aventuras y heroicidades de un personaje real, el hidalgo Rodrigo (Ruy) Díaz de Vivar. Escrito en castellano muy antiguo, el Cantar de Mio Cid, así se llama la obra, constituye la primera composición extensa de la literatura española. Se estima compuesto hacia 1140 y por largo tiempo la veracidad de los hechos contados estuvo sujeta a polémica. Decisivos en la aceptación de la figura y hombradas de don Rodrigo fue, han sido y serán, los estudios practicados por don Ramón Menéndez Pidal, el número uno ―en cuanto a importancia— de los filólogos de habla española del siglo XX, el más encumbrado y laborioso de los medievalistas de su tiempo y director por muchos años, hasta su muerte, de la Real Academia de la Española. ¡Casi nada!
Con el estallido de la Guerra Civil (fratricida) en España, don Ramón —ya en la tercera edad― evitó tomar partido por ninguna de las causas (republicanos versus nacionalistas), se fue a Burdeos, en Francia, y luego cruzó el Atlántico.
Que a qué viene todo esto? Pues sencillamente a que don Ramón nació en La Coruña el 13 de marzo de 1869, está de cumpleaños y a que además, visitó La Habana, dictó conferencias, recibió honores aquí y el asunto merece recordarse.
Desembarcó en la capital cubana en febrero de 1937 y por entonces contaba con una obra más que respetable dentro del campo de la filología. Tenía 68 años, pero en el orden físico se conservaba admirablemente bien; delgado aunque no frágil, su barba seguía siendo oscura. Amante del excursionismo, era un gran caminante, y esto lo mantenía en forma.
A partir del 21 de febrero y hasta el 28 de marzo, impartió un ciclo de conferencias semanales en la Institución Hispano Cubana de Cultura. Disertó sobre la poesía árabe y la europea, el sentimiento del honor en el teatro español, el poema del Mío Cid, los romances… Sus conferencias despertaron elevado interés, no solo de los especialistas, sino del público en general, atraído por el renombre del conferencista y por su notable erudición, que don Fernando Ortiz definió como «sin desplantes de orgullo, sin alardes histriónicos y sin huecas resonancias».
El profesor Menéndez Pidal inauguró en La Habana —y en Cuba― la Cátedra de Historia de la Lengua Española, perteneciente a la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana, e impartió un curso sobre Gramática Histórica.
En el Aula Magna se le entregó, el 21 de junio de aquel año de 1937, el título de Doctor Honoris Causa. En su agradecimiento dijo: «Este honor que me conferís no significa para mí títulos de honor o vanagloria, sino recuerdo grato de la cordialidad que he hallado entre vosotros».
Don Ramón estrechó nexos con el ensayista José María Chacón y Calvo, uno de los cubanos que por aquellos días más hacía por la difusión de la cultura y la educación en Cuba.
Sabio e incansable, Ramón Menéndez Pidal partió en junio hacia Europa. Su huella quedó porque contribuyó a estimular entre los investigadores cubanos el estudio de los romances hispánicos y los temas históricos de la lengua.
Tras la guerra y el triunfo de las huestes de Franco, regresó a Madrid, siendo sometido al Tribunal de Responsabilidades Políticas y apartado de la dirección de la Real Academia Española hasta 1947 por negarse a realizar el juramento en el Instituto de España, al que se obligaba a todos los académicos.
En uno de sus libros monumentales, El Cid campeador,recupera históricamente la personalidad de Rodrigo Díaz de Vivar, tan cuestionado durante el siglo XIX. Su bibliografía incluye además La leyenda de los infantes de Lara (1896), Manual elemental de gramática histórica española (1904), Orígenes del español (1926), La lengua de Cristóbal Colón (1942), entre otros textos y fue candidato al Premio Nobel en más de una ocasión. En verdad, los señores de la Academia Sueca que confiere dichos premios nunca se mostraron benévolos con él, porque merecimientos tenía sobrados y era una de las figuras intelectuales cimeras de Europa. Pero Menéndez Pidal se tomó el asunto con filosofía y comentó: «Sin el Premio Nobel se puede vivir extraordinariamente. Hay mucha gente sin él y no se ha muerto». Como para demostrar su afirmación, el profesor vivió nada menos que 99 años y vino a morir en Madrid, en 1968.
Valga en este homenaje a don Ramón, el recuerdo de Babieca, el caballo del Cid y de su inseparable espada La Tizona, incorporados también uno y otra a la historia de la literatura española.
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