(A Coruña, 1869 – Madrid, 1968)
Antes de obtener en 1899 la cátedra de Filología Comparada de lenguas latina y española en la Universidad de Madrid, Menéndez Pidal ya se había convertido en el más brillante medievalista entre los discípulos de Marcelino Menéndez Pelayo gracias a El poema del Cid (1908), que había sido premiado por la Real Academia Española (RAE) en 1895, a La leyenda de los siete infantes de Lara (1896) y a las Crónicas generales de España (1896), que apuntaban un camino de investigación que sería muy fecundo en poco tiempo, el de la historia medieval.
La magnitud de la obra científica de este maestro absoluto de la filología hispánica es inconmensurable. Con la salvedad de Manuel Milà y Fontanals, el positivismo historicista que en el siglo XIX hizo progresar la ciencia filológica no había llegado a España y Pidal, casi en solitario, importó el rigor de la lingüística histórica comparada, la minuciosidad en el acopio y análisis de los datos, la perspectiva metodológica amplia, desde los fenómenos idiomáticos hasta el acontecer social o las corrientes literarias, que iluminaran el sentido de un texto y permitieran su fijación. Pidal destierra el impresionismo de juicio y el estilo pomposo y retórico habituales en la crítica decimonónica y lo sustituye por una escritura ceñida a los datos, precisa y clara. Pero la trascendencia de la obra de este filólogo no se limita a la de carácter científico, sino que va más allá, hasta la creación y gestión de grupos de trabajo que fueron fertilísimos semilleros de investigadores. Su aptitud para la organización y el estímulo de vocaciones encontró un terreno propicio en el marco del institucionismo. Coadyuvó en la creación de la Junta para Ampliación de Estudios y, en 1910, en la del Centro de Estudios Históricos, al frente de cuya Sección de Filología estuvo hasta que la guerra lo desbarató todo. Supo captar a jóvenes filólogos como Tomás Navarro Tomás, Américo Castro, Federico de Onís, Amado Alonso, Samuel Gili Gaya, Antonio García Solalinde, Dámaso Alonso, Rafael Lapesa y tantos otros, algunos de los cuales desviarían luego su carrera hacia la literatura, como Pedro Salinas o Juan Chabás.
La Revista de Filología Española, creada en 1914, formó parte de la serie de iniciativas encaminadas a fomentar en España el conocimiento del pasado lingüístico y literario. Pidal se propuso sumergirse en ese pasado que, con las energías creativas del pueblo llano o intrahistórico, había cristalizado en forma de tradición. De ahí su empeño en desentrañar el origen y difusión populares de la poesía medieval, lírica y épica, asunto al que dedica libros fundamentales. Desde La epopeya castellana a través de la literatura española (en francés en 1910, se tradujo en 1945) hasta La «Chanson de Roland» y el neotradicionalismo. Orígenes de la épica románica (1959), elaboró una sólida teoría sobre el surgimiento de la epopeya medieval. En La primitiva poesía lírica española (1919) indaga sobre la existencia de una primitiva lírica peninsular coetánea de la épica a la que consagrará numerosos trabajos posteriores. Una y otra líneas de investigación convergen en el estudio y rescate del romancero, tarea ininterrumpida desde 1890 hasta los dos tomos del Romancero hispánico. Teoría e historia (1953), complementados por el monumental Romancero tradicional de las lenguas hispánicas (1957). En mitad de ese camino dejó una antología deliciosa y decisiva para la divulgación moderna de esas viejas baladas, la Flor nueva de romances viejos, aparecida el mismo año que el Romancero gitano de García Lorca, en 1928. Un año después, Pidal publica un ensayo sobre el héroe castellano por excelencia, Rodrigo Díaz, La España del Cid, donde se amalgama lo literario y lo histórico con la concepción romántica de un genio nacional que se expresaría a través de esa figura. En ese fecundísimo segundo quinquenio de los años veinte también había publicado un libro capital sobre la historia de la lengua castellana, Orígenes del español (1926), donde aplica al idioma su convicción de que en los cambios lingüísticos, como en la transmisión oral de canciones o leyendas, existe un período en que tales elementos de la vida cotidiana del pueblo no se registran por escrito, un período de latencia. En consecuencia con su idea de que los estudios filológicos deben rebasar el texto y alcanzar al contexto social, histórico y político, Menéndez Pidal impulsó en 1935 la publicación de una Historia de España cuyos numerosos volúmenes han ido apareciendo hasta completarse en el siglo XXI. Para el primer tomo, en 1947 escribió un extensísimo prólogo, Los españoles en la historia (1951 en edición exenta), que constituye un ensayo de interpretación de la psicología nacional y los vaivenes de la vida colectiva. En 1938, el Gobierno de Burgos canceló el Centro de Estudios Históricos y la Junta para Ampliación de Estudios. A Pidal y su familia, que se habían trasladado a París, no se les concedió permiso para regresar hasta la primavera de 1939, pero su expediente de depuración se mantuvo abierto hasta 1952.
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Tomado de El ensayo literario.
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