Hacer poema o canción un ideal es otorgarle valores adicionales. Es traducirlo al lenguaje superior de la cultura.
Contar la vocación de un pueblo desde las artes es mérito supremo y cuando se habla del Moncada, del 26 de julio, de la epopeya de Santiago, es preciso que nos pongamos la mano sobre el corazón y mencionemos el nombre de Raúl, con un cuarto de siglo en la espalda y la capacidad de resumir la gesta.
«Ya estamos en combate» dijo Gómez García y no fue más el niño que practicaba deportes y disfrutaba la lectura. «Ya estamos en combate» y había crecido de repente el amoroso hijo, el comunicador sagaz del periódico El estudiantil.
La misión de un poeta era no hacer silencio cuando Martí llegaba al centenario. Hervía en su sangre «el hado azaroso de las generaciones que todo lo brindaron».
Por eso se alistó con los buenos. Tomó partido con los justos a «defender la idea de todos los que han muerto». Vaticinó su muerte e incluso la supo lanza contra sus enemigos, los enemigos de la Patria. «No importa que en la lucha caigan más héroes dignos. Serán más culpa y fango para el fiero tirano».
Raúl Gómez García no era un joven cualquiera. Su proverbial rebeldía fue notoria en el Instituto de Segunda Enseñanza y luego en el Instituto de la Víbora. Quiso hacerse maestro y la lección más grande fue decirle a su pueblo el « ¡Adelante!» de la Santa Ana.
Otra vez un poeta sostenía las armas para clamar la poesía de la dignidad. Martí, Perucho, Byrne, tantos cubanos dispararon desde la pluma proyectiles de luz.
«La Cuba verdadera» dependía de su heroica lucha y, en consecuencia, Gómez García salió de La Granjita con la victoria entre los párpados, con la seguridad de que, mártires o héroes, los cubanos optaban por «la estrella que ilumina y mata».
Raúl Gómez García escribió el Manifiesto del Moncada por encargo de Fidel. Pero fue de su iniciativa, de las musas rebeldes que le habitaban dentro, de donde brotaron los versos del aliento postrero. «Por nuestro honor de hombres ya estamos en combate. Pongamos en ridículo la actitud egoísta del Tirano. Luchemos hoy o nunca por una Cuba sin esclavos. Sintamos en lo hondo la sed enfebrecida de la patria».
Ya era imposible cruzarse de brazos y seguirse llamando cubanos. Era cuestión de honor agarrar los fusiles. Y Raúl agarró también la pluma. Volvería a sostenerla para decirle a Virginia, su madre: «Caí preso. Tu hijo».
Poco importaba la prisión para quien no había conocido la libertad verdadera. Aunque «la libertad anida entre los pechos de los que viven hombres y por verla en la estrella solitaria es un honor luchar».
Asesinaron a Raúl pero su ejemplo sobrevivió a su corta vida. «Ya estamos en combate» quedó para contar el espíritu de un ejército en ciernes. Fue la antesala a aquel poema en el que otro gigante recordaba sobre las olas del Caribe el llamado de la patria «a vencer o morir».
El poeta de la Generación del Centenario fue también el poeta de una generación de poetas. Fue la belleza lo que se defendió en Santiago, la belleza del pueblo, la belleza del futuro.
Ese futuro es hoy. No obstante, seguimos en combate como anunció Raúl. El dictó que «cuando se ama a la patria como hermoso símbolo si no se tiene armas se pelea con las manos». Nosotros, los cubanos de hoy, alertamos que las manos son también armas, como lo son los ojos, la sonrisa, la voz…
Del autor intelectual del asalto al Moncada aprendimos que nuestra guerra es de pensamiento y a pensamiento debía ganarse. Del fiel ejecutor que no «hay fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y de las ideas».
El poeta de la Generación del Centenario, Raúl Gómez García, mostró la fuerza de la palabra y de la bala, de la acción y del arte. Hoy vamos a la historia, al poema, al legado, al epitafio si se quiere, porque pudiera ser el sello ante su tumba: «Aquí yace el poeta. Ese que ayudó a poner en la cima del Turquino la Estrella Solitaria».
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Tomado de la página web de la UNEAC
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