Hasta el último minuto de su vida fue un luchador por la dignidad de Cuba y de América Latina.
Ganó el apelativo de Canciller de la dignidad, gracias a su intensa labor al frente de la diplomacia revolucionaria, y sus cruciales batallas ante organismos internacionales en defensa de la soberanía de la tierra que lo vio nacer.
Estudioso de la obra del pensador y revolucionario cubano José Martí, a los 18 años escribe su primer artículo titulado «Ensayo sobre José Martí», donde expresa su madurez política y crecimiento intelectual. En 1925 ingresa Roa en la Facultad de Derecho de la Universidad de la Habana y conoce al líder estudiantil Julio Antonio Mella.
«Descubrí que era revolucionario el día que me sentí disconforme con el mundo restante y anhelé uno más justo y bello: Julio Antonio Mella contribuyó decisivamente y acaso también el sedimento inconsciente de mi progenie mambí, a la sombra iluminada de mi abuelo, Ramón Roa», confeso Raúl.
Durante su etapa como estudiante militó en movimientos sociales de izquierda, sufrió prisión y creció como profesional y revolucionario. En 1948 como director de cultura del Ministerio de Educación apoyó la financiación de publicaciones de importantes libros, la subvención del Ballet Alicia Alonso y echó a andar un movimiento de puestas teatrales, salones de la plástica y humorismo.
Representó a Cuba en la Asamblea General de la UNESCO en París, Francia, 1951. Al año siguiente asistió a la Conferencia de las Universidades Latinoamericanas de Santiago de Chile y en el VI Congreso de Literatura Iberoamericana celebrado en México. Tras el golpe militar del dictador Fulgencio Batista en 1952 se ve forzado al exilio.
Tras el triunfo de la Revolución Cubana su labor al frente de la diplomacia en la isla brilló por su energía vital, su brillante y potente intelecto. Adoptó decisiones rápidas y correctas gracias a su alto nivel profesional, especialmente en el debate con enemigos de la naciente revolución.
Durante los días del ataque por Playa Girón, donde una brigada contrarrevolucionaria, armada, entrenada y transportada por EE.UU., arribó por la Ciénaga de Zapata, al sur de Matanzas, para destruir la revolución, Raúl Roa enfrentó a la diplomacia estadounidense, refutó todas las mentiras estadounidenses, demostró que la invasión mercenaria había sido organizada y entrenada por la CIA, con la complicidad de gobiernos títeres de Centroamérica.
Fue en la capital de Costa Rica donde ganó el sobrenombre de Canciller de la dignidad. Pidió la palabra para una cuestión de orden y anunció la retirada de su delegación de la Cumbre de la OEA: «Me voy con mi pueblo y con mi pueblo se van también los pueblos de nuestra América».
El diplomático, Oscar Pino Santos, quien integró la delegación cubana, rememoró años después: «Con Roa nos levantamos todos y salimos… Afuera había una multitud que gritaba: ¡Cuba sí, yanquis no! Y nos pusimos a cantar el Himno Nacional».
Roa se convirtió en un referente para los pueblos del mundo ávidos de justicia. Inolvidables sus retornos triunfales a las patrias donde la gente le vitoreaba.
Un clamor unánime estremece hoy a toda Cuba, resuena en nuestra América y repercute en Asia, África y Europa. Mi pequeña y heroica patria está reeditando la clásica pugna entre David y Goliat.
Soldado de esa noble causa en el frente de batalla de las relaciones internacionales —se autoproclamaba— permitidme que yo difunda ese clamor en el severo areópago de las Naciones Unidas. ¡Patria o Muerte! ¡Venceremos!
Su valentía nos sigue acompañando.
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Tomado del sitio web del Misiones diplomáticas de Cuba en el exterior.
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