Documentales, noticieros Icaic, publicaciones periódicas, recuerdos de los mayores de la familia, lecturas propias y conversaciones escuchadas, nos entregan la imagen, la palabra filosa, la fuerte y atractiva personalidad de Raúl Roa (1907 1982) en su condición de ministro de Relaciones Exteriores de la Cuba Revolucionaria y de portavoz de la política exterior, en fin, en su condición de «Canciller de la dignidad», como se le conoció y conoce.
Todo ello es válido. Solo que el doctor Raúl Roa tiene una obra escrita (discursos, ensayos, periodismo, textos históricos, jurídicos, filosóficos, políticos…) que va mucho más allá y lo inserta como figura raigalmente representativa dentro del ámbito de la literatura y la cultura cubana del siglo XX.
Autor, entre otros, de Bufa subversiva, Historia de las doctrinas sociales, Viento Sur, La jornada revolucionaria del 30 de septiembre, Pablo de la Torriente Brau y la revolución española, Ser y devenir de Antonio Maceo, Retorno a la alborada (crónicas y ensayos), La Revolución del 30 se fue a bolina, Aventuras, venturas y desventuras de un mambí y Evocación de Pablo Lafargue, también preparó la edición de Con la pluma y el machete, de Ramón Roa, publicado en 1950.
Dato tal vez no suficientemente conocido es que Raúl Roa fue el único periodista que ganó en dos ocasiones (1956 y 1957) el Premio Justo de Lara, el galardón anual más importante que se concedía en la prensa cubana antes de 1959.
Como lo que más nos concierne aquí es, sobre todo, su faceta de escritor, acerca de su intenso quehacer revolucionario apuntaremos solo aquellos datos que contribuyan a fijar el contexto en que ocurre nuestra anécdota de hoy.
Roa se graduó de doctor en Derecho Civil y Público. En 1931, durante el gobierno del dictador Gerardo Machado, se le confinó junto a varias decenas de presos políticos en la cárcel de Nueva Gerona, Isla de Pinos. No es todo: En 1933, nuevamente detenido, se le destina al tenebroso Presidio Modelo, igualmente en la Isla. En una y otra ocasión tiene de compañero de infortunios a su amigo fraterno Pablo de la Torriente Brau, quien afectuosamente lo definió así: desordenado, brillante, inquieto.
Tal es la época –momento y circunstancias– en que transcurre esta divertida anécdota narrada por la doctora Marta Kouri, hermana de Ada, la esposa de Roa:
Diariamente visitaba nuestra casa y nos deleitaba a todos con sus cuentos; hacía papalotes y mis hermanos varones se encantaban con él. Creíamos que iba solo por conversar con nosotros, pero con el paso del tiempo nos dijo que venía a ver a Ada. Mamá le tenía lástima porque comía poco; todos los días le daba una copa de leche y mamey de Santo Domingo. En 1935 se fue al exilio. Cuando regresó, lo primero que hizo mamá fue darle leche y mamey. Pero él dijo:
-¡No, me niego! Hasta aquí; odio la leche y no quiero ni un mamey más.
«Esto sucedió después de casarse por poder con Ada».
Se casaron por poder, aclaremos, porque Roa olfateó los propósitos dictatoriales del entonces Jefe del Ejército y «hombre fuerte» de Cuba, coronel Fulgencio Batista, participó del movimiento huelguístico revolucionario de 1935, que fracasó, y terminó por no hallar otro camino que el exilio, en Norteamérica, donde confluyó nuevamente con Pablo de la Torriente y junto a otros compañeros figuró entre los fundadores de la Organización Revolucionaria Antimperialista (ORCA).
A Roa lo distinguió su agudeza verbal, capacidad de respuesta precisa y oratoria demoledora, características sustentadas por su profunda cultura salpicada de irónico –a veces fulminante como látigo– humor criollo para enfrentar y salir airoso de las numerosas situaciones que, en su intensa vida de servicio, lo pusieron a prueba.
Foto tomada de Radio juvenil
Visitas: 339
Deja un comentario