A menudo recordaba la misma historia: corría 1932, Ray Bradbury tenía 12 años. En una de esas típicas ferias estadounidenses de diversiones se cruza con Míster Eléctrico, un mago que le apunta a la nariz con su espada cargada de electricidad y le ordena: «¡Vive para siempre!». Aquel niño volvió al lugar al día siguiente a buscar al hombre que le había dado la mejor idea que jamás había escuchado. Quería preguntarle, quería saber, cómo se podía vivir eternamente. El Mago le mostró algunos trucos, le presentó al Hombre Ilustrado —de vital importancia en su futuro– y pensó: «A lo mejor puedo vivir para siempre si escribo historias».
Lo hizo infatigablemente, todos los días, desde ese entonces. Mil palabras por día, un cuento por semana, más de 500 historias publicadas, 60 años de carrera y la satisfacción de saber que, 100 años después de su nacimiento, Ray Bradbury, el escritor que elevó la categoría de la ciencia ficción forjándole un lugar en el podio de la literatura, el que fascinó a generaciones de grandes y chicos al imaginar la colonización de Marte y el que creó una de las distopías sociales más potentes de la humanidad, ha cumplido con creces el mandato que le encomendó aquel mago y, sí, ha logrado vivir para siempre.
Me educaron las bibliotecas
Nacido un 22 de agosto de 1920, en la pequeña ciudad de Waukegan, en el estado de Illinois, Estados Unidos, Ray Douglas Bradbury, tal su nombre completo, se mudó varias veces junto a su familia y creció mayormente en Los Ángeles. Sintió desde chico una fuerte pasión por la lectura y la escritura: a los 3 años ya sabía leer y a los 6 entró por primera vez en una biblioteca que lo dejó cautivado. «La biblioteca es la respuesta», solía decir.
Sin posibilidades económicas de ir a la universidad, Bradbury vendió diarios durante cuatro años al terminar el colegio. En esa época, empezó a publicar sus primeros cuentos breves y a perfeccionar su estilo —lo que se dice escribir ya escribía desde los 12 años– hasta que en 1950 publica Crónicas marcianas, una antología de historias enfocadas en los viajes espaciales y en el deseo humano por colonizar Marte, llevadas al cine en 1980. Aún hoy, 70 años después, resuenan estos relatos en los que se tratan temas tan universales como actuales: el racismo (hacia los marcianos), la guerra, la pequeñez del hombre frente al universo, el impulso autodestructivo.
Su traducción al español estuvo en manos del recordado editor Paco Porrúa —firmaba las traducciones de Bradbury como «Francisco Abelenda»–, y fue el primer libro publicado por Minotauro, una de las principales editoriales de ciencia ficción en habla hispana, fundada por el propio Porrúa.
El texto cuenta, ni más ni menos, que con un distinguido prólogo de Jorge Luis Borges, asombrado con su lectura: «¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad? ¿Cómo pueden tocarme estas fantasías; y de una manera tan íntima? Toda literatura (me atrevo a contestar) es simbólica; hay unas pocas experiencias fundamentales y es indiferente que un escritor, para transmitirlas, recurra a lo ‘fantástico’ o a lo ‘real’, a Macbeth o a Raskolnikov, a la invasión de Bélgica en agosto de 1914 o a una invasión de Marte».
Escritor de novelas, cuentos, guiones de cine, guiones de televisión, ensayos, colaborador en Alfred Hitchcock presenta y La dimensión desconocida, cultor de los géneros fantástico, terror y ciencia ficción, Bradbury era un defensor tenaz de la biblioteca pública, a la que iba todos los días y donde se formó en el mundo de la literatura de manera «autodidacta», como él mismo definía: «A mí, me educaron las bibliotecas». Su motor de vida, su pulsión creativa, era la fantasía y la imaginación, recursos trascendentales para su creación.
«¿Qué ha hecho este hombre de Illinois, me pregunto, al cerrar las páginas de su libro, para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad?»
Jorge Luis Borges
Bomberos que queman libros
De ese amor por los libros y las bibliotecas y de ciertos temores surgidos de la coyuntura social que vivía en los Estados Unidos —corrían los años 50, plena persecución macartista y Guerra Fría–, Bradbury creó una de las distopías sociales más poderosas de la literatura por lo alarmante y perturbadora, por lo metafórica y también por lo cotidiana, como suele suceder con las distopías: después de haber visto a los 15 años cómo Hitler quemaba libros en las calles de Berlín, en Fahrenheit 451, publicada en 1953, dio vida a una sociedad totalitaria en la que los libros estaban prohibidos y, ante la denuncia de los propios habitantes, eran quemados por quienes se supone que apagan incendios, aunque en este caso, son quienes los provocan: los bomberos. El título es una referencia a la temperatura a la que arden los libros en la escala Fahrenheit (unos 233 grados Celsius).
Al final de la novela, Montag, el personaje principal, se cruza con un grupo de hombres que viaja de forma clandestina y quema libros no sin antes memorizarlos: uno es Platón, otro Darwin, otro Schopenhauer: «Vagabundos por fuera, bibliotecas por dentro», anotó.
«Quise escribir algo para advertir a las personas sobre proteger las bibliotecas, los libros. Yo no estudié en la universidad porque era muy cara, así que toda mi formación la hice en las bibliotecas públicas», señaló alguna vez quien tipeó esta novela en máquinas de escribir que funcionaban a monedas.
Deambulé por la biblioteca de la Universidad de California en Los Ángeles, bajé al sótano y busqué. Había 12 máquinas de escribir, que se alquilaban por 10 centavos. Entonces me fui a mi casa, tomé una bolsa de monedas, me la llevé a la biblioteca y ponía moneda tras moneda. En nueve días gasté nueve dólares, nueve días escribiendo la primera versión de Fahrenheit —detalló.
Muchas veces se refirió Bradbury a la posibilidad de que la censura de su novela cumbre —llevada al cine en 1966 por François Truffaut– se concretara en este mundo, lejos de las páginas de fantasía: «No hace falta que se quemen los libros para destruir una cultura», señaló, «sólo hace falta dejar de leerlos». Sus argumentos se inscriben en la línea de otras grandes distopías de la literatura como 1984 (1948), de George Orwell, Un mundo feliz (1932), de Aldous Huxley, o El cuento de la criada (1985), de Margaret Atwood.
Autor del ensayo «Zen en el arte de escribir» (1989), admirador de Walt Disney y de Godzilla, Bradbury veía en los libros una «especie en extinción», al mismo tiempo que una herramienta educativa: pensaba que a los chicos se les enseña tarde a leer y a escribir y más tarde aún se los introduce en la literatura.
«El principal problema de nuestra civilización no es la guerra contra el terrorismo o el desempleo. Es enseñar a leer y a escribir», sostenía el escritor en el prólogo de Fahrenheit 451 de 2004, recientemente incluido en una edición ilustrada por Ralph Steadman (los dibujos son de 2003, cuando se cumplieron cinco décadas de la novela) y con traducción del español-argentino Marcial Souto, amigo del escritor norteamericano.
«Quise escribir algo para advertir a las personas sobre proteger las bibliotecas, los libros. Yo no estudié en la universidad porque era muy cara, así que toda mi formación la hice en las bibliotecas públicas».
Ray Bradbury
Su visita a la Argentina
En 1997, Ray Bradbury, que imaginó vuelos espaciales, pero tenía miedo de subirse a un avión (no lo hizo hasta los 62 años), visitó la Argentina por única vez: tenía 76 años y fue en ocasión de la Feria del Libro.
De vital importancia para que ese viaje se concretara fue la intervención de Souto, traductor y amigo de Bradbury, desde que se conocieron a fines de los años 60:
Lo conocí cuando tenía 21 años y él 48, estaba en Estados Unidos y me invitaron a una casa de un amigo íntimo de él, que tenía una especie de museo de cosas de terror. Surgió una amistad. Y en 1997, estuve seis meses convenciéndolo a él y a su mujer de que fueran a la Argentina —recuerda Souto, de 73 años, desde Barcelona–, él no sabía los lectores que tenía en el país y se quedó sorprendido, lamentó no haber viajado mucho antes. Estuvo firmando libros hasta la 1:30 de la mañana.
Durante aquella visita, Souto tradujo el cuento «La sirena» (de 1951, incluido en Las doradas manzanas del sol) para que fuera interpretado en una velada especial en el Teatro San Martín, a la que asistió el mismísimo Bradbury. Ese fue el relato que, en 1956, lo puso en la mira del cineasta John Huston para elaborar el guion de Moby Dick y la que inspiró, en gran medida, la creación de Godzilla, el monstruo japonés.
En 2006 casi vuelve, pero problemas físicos se lo impidieron y concretó una videoconferencia, también durante el evento literario. «Él era híper en todo, hipersensible, hiperrápido, hacía cosas todo el tiempo. Y en sus obras están sus temores, su infancia, era como un chico grande», lo recuerda Souto con cariño. Traductor de una centena de cuentos de Bradbury, Souto sumó ahora una nueva traducción de Fahrenheit 451 (la anterior era de Porrúa): «Es más actual ahora que hace décadas. Él escribió sobre lo que lo asustaba, hechos que lo alarmaban, veía signos feos en el funcionamiento social y político. Tengo la sensación de que fue escrito ayer».
Homenajes hasta en Marte
Los escritos de Bradbury, nombrado mejor autor de ciencia ficción por la Federación Nacional de Fanáticos de la Fantasía en 1949 y Gran Maestro de la Asociación de Autores de Ciencia Ficción Norteamericanos en 1989, emergieron en plena era de exploración espacial y sus ideas, materializadas en ficciones deslumbrantes, nutrieron los sueños de astrónomos, astronautas y científicos, además de lectores: un cráter lunar se llama Dandelion, en honor a la novela El vino del estío (Dandelion Wine, en inglés, de 1957); un asteroide fue designado como «9766 Bradbury»; rocas de Marte fueron nombradas «Crónicas marcianas»; la misión de la zonda Phoenix que aterrizó en Marte en 2008 llevaba una copia digital de Crónicas marcianas y uno de los cañones más profundos del planeta rojo, cuyo nombre oficial es Valles Marineris, fue rebautizado por sus fans y extraoficialmente como «Bradbury Abyss» (Abismo Bradbury).
Por si fuera poco, su cuento «El ruido de un trueno», publicado en Las doradas manzanas del sol (1953) y que explica el llamado «efecto mariposa», llegó a Los Simpson —y de ahí al mundo de forma masiva– en el célebre capítulo en que Homero viaja múltiples veces al pasado —con una tostadora– y ante cada acción fortuita o intencional modifica la situación del presente.
Cómo imaginó el 2020
«No escribir, para muchos de nosotros, es morir», sostenía en la Introducción de 1997 a una nueva edición de El hombre ilustrado (1951), que llegó al cine en 1969. Es justamente en este libro de cuentos que se incluye el relato «Los desterrados», donde imagina el año 2020, sin pandemia ni coronavirus, pero con censura de libros, acaso su mayor obsesión: «Hace un siglo, en la Tierra, en el año 2020, proscribieron nuestros libros». El que habla es Edgar Allan Poe y se dirige a Charles Dickens. Poe lidera a un conjunto de escritores desterrados que residen en Marte y debe decidir qué hacer con la llegada de un terrícola.
Fallecido en 2012, a los 91 años, dos meses antes de que el robot Curiosity se posara sobre tierras marcianas, Bradbury —cuya lápida lleva como epitafio «Autor de Fahrenheit 451»― llegó a conocer los avances en materia de comunicación y conectividad: se mostraba reacio al uso de Internet, a las computadoras, a la realidad virtual (lo expresa en el magistral cuento «La pradera») y a la televisión (en «El peatón», de 1951, el personaje es enviado a un neuropsiquiátrico por no estar en su casa mirando tele como todo el mundo), por temor a que las personas y por lo tanto la sociedad terminaran automatizadas, frías, manipulables a través de la tecnología.
Su postura era irrevocable: «Mejor entrar a una biblioteca».
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Tomado de Clarín
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