Uno de los más influyentes poetas brasileños del siglo XX, Carlos Drummond de Andrade, nació el 31 de octubre de 1902 en Itabira do Mato Dentro, Minas Gerais, y falleció el 17 de agosto de 1987 en Río de Janeiro.
Desde pequeño se mostró interesado por la literatura y las palabras, y fue premiado en certámenes literarios mientras estudiaba en el Colegio Anchieta. En 1921 comenzó a publicar sus primeros escritos en el Diário de Minas. Aunque se graduó como farmacéutico en la Facultad de Odontología y Farmacia de Belo Horizonte, nunca ejerció esa profesión.
Para divulgar el modernismo brasileño, movimiento iniciado durante la Semana de Arte Moderno de São Paulo en 1922, Drummond fundó la Revista junto a su amigo Emilio Moura y otros escritores. Los modernistas de Brasil, con Mário de Andrade y Oswald de Andrade, propugnaban una emancipación que incluía el uso del verso libre, mostrando que la poesía no depende de un metro fijo.
Fue redactor jefe del Diário de Minas, y en 1930 publicó su primer libro, Alguma Poesia(Alguna poesía). En 1934 se trasladó a Río de Janeiro, donde ocupó el cargo de jefe de gabinete en el ministerio de Educación y Salud Pública. Trabajó gran parte de su vida como funcionario, y se jubiló después de 35 años de servicio público.
Además de ejercer el periodismo, Drummond escribió poesía, prosa y literatura infantil, y realizó traducciones. De su vasta obra, marcada por elementos de su tierra natal, se destacan Brejo das almas (Brezo de las almas, 1934), A Rosa do povo (La rosa del pueblo, 1945), Contos de Aprendiz (Cuentos de aprendiz, 1951), Fazendeiro do ar (Hacendado del aire, 1954), As Impurezas do Branco (Las impurezas del blanco, 1973) y Amar se aprende amando (A amar se aprende amando, 1985). La repercusión de su literatura fue tal, que ya en vida del autor se publicaron sus Obras Completas (1964).
Recibió premios como el Jabuti, en 1968; el de la Asociación Paulista de Críticos de Arte (1973); el Morgado de Mateus (1980); el Juca Pato (1982), y la Orden al Mérito Cultural (2010). Renunció a un importante premio nacional, acompañado de una gran cantidad de dinero, por otorgarlo la junta militar que gobernaba su país en aquel momento. Aunque se le consideraba un fuerte candidato al Premio Nobel de Literatura, rechazó ser nominado al galardón. En 1975 fue nombrado Gran Oficial de la Orden Militar de Santiago de la Espada, de Portugal. A los 80 años, en 1982, le fue otorgado el título de Doctor Honoris Causa por la Universidad Federal de Rio Grande do Norte.
Muchos han sido los homenajes dedicados a esta gran figura de la cultura brasileña. Entre los años 1988 y 1990, su efigie aparecía en los billetes de 50 cruzados. En la ciudad de Porto Alegre, capital de Rio Grande do Sul, la estatua de los Dos Poetas representa a Mário Quintana sentado frente a Drummond, quien tenía en las manos un libro de bronce que fue robado; ahora la gente siempre coloca en ellas un libro. Hay una estatua suya a la que se conoce como El Pensador en la playa de Copacabana, y en Itabira se encuentra el memorial que lleva su nombre. Su vida y obra fueron abordadas por el cineasta brasileño Paulo Thiago en el documental El poeta de siete caras (O poeta de sete faces, 2002, título que alude al «Poema de sete faces» de Drummond).
En Cuba, la editorial Casa de las Américas publicó en 1970, bajo el título Poemas, una antología poética de Carlos Drummond de Andrade. El catálogo consultado no consigna el nombre del traductor o traductora.
Comparto con los lectores mis traducciones de dos poemas de Drummond.
Confidencia del itabirano
Algunos años viví en Itabira. Principalmente nací en Itabira. Por eso soy triste, orgulloso: de hierro. Noventa por ciento de hierro en las calzadas. Ochenta por ciento de hierro en las almas. Y esa aleación de lo que en la vida es porosidad y comunicación. La voluntad de amar, que me paraliza el trabajo, viene de Itabira, de sus noches blancas, sin mujeres y sin horizontes. Y el hábito de sufrir, que tanto me divierte, es dulce herencia itabirana. De Itabira traje prendas diversas que ahora te ofrezco: esta piedra de hierro, futuro acero del Brasil, este San Benito del viejo santero Alfredo Duval; este cuero de anta, extendido en el sofá de la sala de visitas; este orgullo, esta cabeza baja... Tuve oro, tuve ganado, tuve haciendas. Hoy soy funcionario público. Itabira es apenas una fotografía en la pared. ¡Pero cómo duele!
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Amar
¿Qué puede una criatura sino, entre criaturas, amar? Amar y olvidar, amar y mal amar, amar, desamar, amar? ¿Siempre, y hasta con los ojos vidriosos, amar? ¿Qué puede, pregunto, el ser amoroso, solo, en rotación universal, sino rodar también, y amar? Amar lo que el mar trae a la playa, lo que él sepulta, y lo que en la brisa marina es sal, necesidad de amor, o simple ansia? Amar solemnemente las palmas del desierto, lo que es entrega o adoración expectante, y amar lo inhóspito, lo crudo, un vaso sin flor, un suelo de hierro, y el pecho inerte, y la calle vista en sueños, y un ave de rapiña. Este es nuestro destino: amor sin cálculo, distribuido en las cosas pérfidas o nulas, donación ilimitada a una completa ingratitud, y en la concha vacía del amor la búsqueda temerosa, paciente, de más y más amor. Amar nuestra misma falta de amor, y en nuestra sequedad amar el agua implícita, y el beso tácito, y la sed infinita.
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