Hace ahora seis años, el 13 de noviembre de 2014, falleció el poeta brasileño Manoel de Barros, a quien se considera una de las cumbres de la lírica contemporánea en su país y en lengua portuguesa. Nacido el 19 de diciembre de 1916 en Cuiabá, Manoel Wenceslau Leite de Barros estudió en un internado en Campo Grande y después se trasladó a Rio de Janeiro para cursar la carrera de Derecho. Con el libro Poemas concebidos sin pecado comenzó a publicar poesía en 1937, lo que hizo que su obra fuera vinculada cronológicamente a la generación modernista brasileña del ’45.
A lo largo de su vida, De Barros publicó más de veinte poemarios, entre los que se cuentan Poesias (1946), Compêndio para uso dos pássaros (1960), O Guardador de Aguas (1989), Livro Sobre Nada (1996), Retrato do Artista Quando Coisa (1998) y O Fazedor de Amanhecer (2001). Su poesía ha sido traducida y publicada en Francia, Estados Unidos y España, entre otros países. Fue merecedor de varios galardones literarios, entre ellos el Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura brasileño, en 1998.
El sitio web del Instituto Itaú Cultural invitó en 2016 a artistas y escritores para que celebraran el centenario del nacimiento de De Barros, comentando cómo cada cual había abordado la obra del poeta. El cineasta Joel Pizzini, director de un documental sobre la poesía manoeliana (Caramujo-Flor, 1988), afirmó que se había sentido deslumbrado al descubrir una poética que le permitía «hacer una especie de collage, recreaciones… construir otra mirada. Es una poesía muy apropiada para el cine, que trabaja con la noción de corte. Transformé aquello en un cuerpo cinematográfico porque la poesía lo permitió». Por su parte, el compositor Márcio de Camillo, quien musicalizó varios poemas de Manoel, expresó que la obra de este autor nunca más lo abandonó, permeó su vida y «es una gimnástica para un compositor, inspira a cualquier escritor. Cada frase es un filme, es un libro entero». Y Arthur Moura Campos, quien al escribir la pieza teatral «100 Años de Manoel de Barros» tuvo la oportunidad de sumergirse en el universo manoeliano, refiere que el aspecto con que más se identificó fue la libertad creativa del poeta, que «no tenía pudor para hablar de lo que era importante para él, tener su propio estilo».
El destinatario de tantos elogios póstumos los había recibido también en vida, aunque se dice que era un hombre bastante tímido y reservado. Su tranquila existencia en Mato Grosso do Sul, lejos de los focos editoriales, de inicio dificultó un poco la divulgación de su poesía, caracterizada por un singular uso del lenguaje y la subversión de la sintaxis, además del frecuente empleo de neologismos.
De Barros falleció a los 97 años en la ciudad brasileña de Campo Grande, donde fue enterrado en el cementerio Parque de las Primaveras. Entre sus temas recurrentes están el destino del ser humano y su relación e integración con la naturaleza, así como el amor, la infancia y la búsqueda de la felicidad. He traducido para esta ocasión, a manera de muestra, cuatro de sus poemas.
«Los deslímites de la palabra»
Ando muy completo de vacíos.
Mi órgano de morir me predomina.
Estoy sin eternidades.
No puedo ya saber cuando ayer amanezco.
Está rengo de mí el amanecer.
Oigo el tamaño oblicuo de una hoja.
Tras el ocaso hierven los insectos.
Enfilé lo que pude dentro de un grillo mi
destino.
Estas cosas me mudan para cisco.
Mi independencia tiene esposas.
***
«Respeto»
Doy respeto a las cosas desimportantes
y a los seres desimportantes.
Aprecio insectos más que aviones.
Aprecio la velocidad
de las tortugas más que la de los misiles.
Tengo en mí esta ausencia de nacimiento.
Yo fui aparejado
para gustar de los pajarillos.
Tengo abundancia de ser feliz por eso.
Mi patio es mayor que el mundo.
***
«Árbol »
Un pajarillo le pidió a mi hermano que fuera su árbol.
Mi hermano aceptó ser el árbol de aquel pajarillo.
En el ejercicio de ser ese árbol, mi hermano aprendió del
sol, del cielo y de la luna más que en la escuela.
En el ejercicio de ser árbol mi hermano aprendió para santo
más de lo que enseñaban los padres en el internado.
Aprendió con la naturaleza el perfume de Dios.
Su ojo en el ejercicio de ser árbol aprendió mejor el azul.
Y descubrió que una casca vacía de cigarra olvidada
en el tronco de los árboles solo sirve para la poesía.
En el ejercicio de ser árbol mi hermano descubrió que los árboles son vanidosos.
Que justamente aquel árbol en el que mi hermano se transformara,
se envanecía cuando era escogido para el atardecer de los pájaros.
Y tenía celos de la blancura que los lirios dejaban en los pantanos.
Mi hermano agradecía a Dios aquella permanencia en árbol
porque hizo amistad con muchas mariposas.
***
«Una didáctica de la invención»
El río que hacía una curva
detrás de nuestra casa
era la imagen de un vidrio blando…
Pasó un hombre y dijo:
Esa curva que el río hace…
se llama ensenada…
No era ya la imagen de una cobra de vidrio
que hacía una curva detrás de la casa.
Era una ensenada.
Creo que el nombre empobreció la imagen.
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