La historia de la literatura insular tanto como su crítica ha mostrado poco interés por indagar en el regreso y estancia en la Isla a partir de 1859 de Gertrudis Gómez de Avellaneda. De aquellos días solo se recuerdan, por su lógico interés, el homenaje nacional que se le hace en el Teatro Tacón de La Habana en 1860 y, más tarde, el realizado en su Puerto Príncipe natal. Junto a esto, se hace referencia a su labor y dirección de la revista Álbum cubano de lo bueno y de lo bello y apenas se sabe de su estancia en Cárdenas, Cienfuegos o Pinar del Río. Hay más referencias a su partida y su breve estancia en los Estados Unidos que a su viaje de retorno a Cuba. ¿Qué hizo la Avellaneda en aquellos días en su patria? Es imposible reconstruir paso a paso este recorrido y dar respuesta a todas estas interrogantes. No obstante, es aquí donde la llamada literatura de viajes alcanza una dimensión importante para el investigador.
Ramón de la Sagra, quien fuera uno de los más notables científicos que visitara la Isla en varias ocasiones, dejó constancia del viaje de la Tula en su libro Historia física, económico-política, intelectual y moral de la Isla. Relación del último viaje del autor que fuera publicado en París en 1861. Es a esta notable figura a quien se le debe la descripción de, al menos, una parte de los días cubanos de la escritora principeña. Al margen de la simple anécdota, que por supuesto importa, lo que se devela es la visión de un hombre conocedor de la obra de la Avellaneda a la que le unían viejas relaciones de amistad. Lo cual dice mucho de las relaciones personales y de los círculos sociales que frecuentaba la autora de Sab.
La amistad con la escritora y la indudable de este hombre le permiten calibrar, desde la inmediatez de su aparición pública, el impacto que una revista como Álbum cubano de lo bueno y lo bello, tuvo en aquel momento en el panorama cultural cubano. Por otra parte, llama la atención cómo para este autor la cultura de un país alcanza mayor valía en la medida que en ella está presente la mujer:
Otra persona interesante, con quien entretuve amenas y literarias relaciones, durante mi permanencia en la Isla, fue con la Sra. Avellaneda […]. Acababa de ser objeto de una ovación tan brillante como merecida, y yo la veía con frecuencia, aunque no tanto como mi corazón deseaba. Había comenzado la publicación de un periódico lleno de interés, bajo el título de Álbum cubano de lo bueno y lo bello, en el cual escribían casi exclusivamente, Señoras y Señoritas cubanas. Desde el primer número pudo conocer el público, que ni la futilidad ni la ligereza serían los caracteres de la nueva publicación periódica, sino la elevada literatura, la filosofía de corazón, y el culto religioso de la moral dulce y compasiva. Los artículos sucesivamente publicados en el periódico fundado y dirigido por mi amiga, hacen honor a la civilización cubana en general y al genio y a la instrucción de sus redactoras en particular. Pocos países podrán ofrecer uno semejante, de mérito igual y de ideas tan trascendentales; lo cual puede servir de anuncio del porvenir intelectual de un país, cuyo bello sexo ofrece ya una tan notable pléyade de talentos distinguidos.[1]
Ramón de la Sagra no solo se entusiasmó por la revista, sino que llegó a colaborar en ella a partir de su lectura de la Historia de Villa Clara y de la visita que realizó a esta región. El científico español fue huésped de la Avellaneda y de su esposo durante su estancia en la ciudad de Cienfuegos. Fue allí donde se estrenó la tragedia Alfonso Munio justamente para la inauguración del teatro de esta ciudad. El estreno era un homenaje a la escritora. Los actores no eran profesionales, sino personas amantes del teatro. La Avellaneda participó de los ensayos y de todo el trabajo previo al estreno de su obra. La Sagra dejó testimonio de ello:
Con motivo de la función teatral que se disponía en obsequio de mi amiga, la acompañé la víspera a la repetición, que le habían rogado dirigiese. Como era de recelar que fuese cruel el martirio impuesto así a la autora, yo me disponía a pasar un mal rato viéndola sufrir al oírse mal interpretada por actores aficionados. Mas no fue así, afortunadamente. A la docilidad de estos correspondía la paciencia de la amable poetisa, que desde luego tomó el tono dulce del consejo y de la enseñanza, en lugar del irritante de la corrección. En la noche del siguiente día 12, se estrenó el teatro provisional, con la célebre pieza anunciada, que tantas coronas diera en la Corte a mi ilustre amiga, y cuya ejecución en Cienfuegos, fue menos mala de lo que podíamos prometernos.[2]
Como huésped del matrimonio de Verdugo y la Avellaneda fue este hombre testigo excepcional de la intimidad del hogar de ambos. Participó de sus inquietudes no solo literarias, sino también científicas, sociales, tanto como de la situación de la esclavitud en la Isla. Ramón de la Sagra dejó constancia de una de aquellas pláticas previas a uno de los almuerzos con el matrimonio:
De la naturaleza de mis ocupaciones pasamos a la de las suyas; de los obstáculos que yo experimentaba, pasamos a medir los que ella sufría; de las piedras, en fin, nos elevamos a la poesía, y no por una transición brusca, sino por una serie de analogías que tomaban su origen en la posición relativa de los individuos, en sus caracteres, en sus tendencias y, sobre todo, en las penas y sufrimientos que les eran comunes. El almuerzo nos hizo suspender el coloquio, que no por interrumpido entonces dejó de renovarse después muchas veces.[3]
Por la constancia dejada por el amigo español se sabe su franca y abierta postura antiesclavista y cómo la hacían padecer la ominosa posición de la servidumbre esclava que se le imponía. La Avellaneda juzgó duramente a ciertas zonas de la intelectualidad insular que se mostraban a favor de tan horrible práctica y que no dejaban de criticar a la autora de Dos mujeres por su forma de pensar y de actuar al respecto. A pesar de estos rechazos parciales la Avellaneda no dejó nunca de colaborar en diversos diarios de la Isla como lo haría tiempo después en El Céfiro de su coterránea Domitila García de Coronado. Publicó aquí su propia revista, la primera dirigida y fundada por una mujer cubana, asistió a homenajes diversos y sostuvo correspondencia con importantes intelectuales y figuras como Juan Clemente Zenea.
Nada le impidió asistir a los estrenos de sus obras y hasta participar en ellas como parece haber ocurrido también, no solo en Cienfuegos, en la ciudad de Cárdenas:
Gracias al cielo no he tenido ningún ataque cerebral, si bien padezco este verano, como en los anteriores, de fuertes dolores de cabeza y otras incomodidades nerviosas, que no me impiden, sin embargo, haber concluido y estar ensayando una comedia que será representada por distinguidos aficionados (tomando yo también parte) a favor de las obras de del teatro que se está construyendo en esta Villa y que pertenecen al Hospital de la Caridad.[4]
Los días cubanos vividos por Gertrudis Gómez de Avellaneda fueron difíciles e intensos. Sufrió la pérdida de su esposo, la incomprensión de algunos círculos de falsos escritores carentes de auténtica cultura e irrespetuosos ante la inteligencia ajena, sobre todo si venía de una mujer. Pero ante todo eso se alzó como siempre hizo hasta el fin de sus días. Volver sobre su obra sigue siendo hoy una obligación para todo investigador de nuestra literatura. Se le debe a la mujer que fue capaz de fundar una nueva escritura y marcó con hondura el devenir de nuestra cultura.
[1] Ramón de la Sagra: Historia física, económico-política, intelectual y moral de la Isla de Cuba, Imprenta de Simón Baçon, París, 1861, pp. 141-142.
[2] Ibídem., p. 189.
[3] Ibíd., p.185.
[4] Gertrudis Gómez de Avellaneda: Memorias inéditas de la Avellaneda anotadas por Domingo Figarola-Caneda, Imprenta de la Biblioteca Nacional, La Habana, 1914, p. 229.
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