Roberto Fernández Retamar siempre apostó por la poesía, y era un soldado de la patria, un soldado de la Revolución. Estos dos campos de acción, restringidos en la manera de ver el mundo de mucha gente, en él se acomodaban a su justa manera. Lo primero que supe de él durante mi estancia universitaria es que era un poeta de la Generación de los Cincuenta que admiraba profundamente a Orígenes, a Lezama y, en especial, a las figuras y ejecutorias de Cintio Vitier y Fina García Marruz, a quienes le profesaba el amor que se depara a los hermanos mayores.
Luego de mi entrada en el Centro de Estudios Martianos, en 1989, fui testigo de su emocionada colaboración con esta institución de la que fue director por unos cuantos años: nunca faltaba a las ceremonias de sus aniversarios. Este caballero en sus maneras, en sus gestos y en su voz gustaba de estar cerca de los poetas, incluso de los poetas jóvenes. No se me olvida la vez que ofreció una lectura en la azotea de Reina María Rodríguez en los tempranos dos mil, si la memoria no me falla —luego de acceder a contestar varias preguntas antes—, al poeta Ricardo Alberto Pérez, dijo, acotando entre argumento y argumento, que ese verano se estaba releyendo a Bernard Shaw, con lo que evocamos una máxima que utilizamos mucho Rito Ramón Aroche, Antonio Armenteros y yo: «Y todavía decimos que somos escritores». Aludiendo con ella al sacerdocio que dicha profesión implica, y a la festinada manera en que muchos creadores actuales quieren acercarse a la literatura.
Nuestros poemas —los de nuestro grupo poético El Palenque— siempre se publicaron, sin vacilaciones, en la revista Casa de las Américas. Yo no los enviaba a la redacción de la revista, sino directamente a él, a su correo. Y veían la luz sin falta, luego de sus notas de recibo llenas de regocijo. Asistía a algunas de nuestras lecturas, como por ejemplo a las de Rito, al que hizo saber que su poesía le interesaba bastante. Y en primera fila estuvo en nuestra anhelada lectura en Casa de las Américas celebrada en septiembre de 2017. Me sorprendió con su presencia en la presentación de mi libro José Martí y Lezama Lima: la poesía como vaso comunicante. Tenía curiosidad por su contenido, y allí se me apareció como un lector más, interesado y atento, al que yo terminé «premiando» con un ejemplar. A él le regalábamos nuestros libros y nos hacía acuses agradecidos por correo.
La poesía y Martí eran sus pasiones, como para muchos de nosotros que hemos llegado a la creación después. En este momento recordamos con regocijo una obra resistente del intelectual cubano más reconocido de estos últimos tiempos, a la altura de las excelencias de nuestra Fina García Marruz.
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