A propósito de La dama de la gardenia de Dante Medina
He tenido la suerte de visitar varias veces México, incluso, cierta vez colaboré en determinadas actividades en la embajada cubana en la nación azteca y, por ello, conozco casi todos los territorios que integran ese país. Por otra parte, tengo tres de mis obras publicadas en dicha nación hermana, y una de ellas presentada en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Por este último detalle es que conozco el libro que quiero comentarles.
Se trata de La dama de la gardenia del escritor Dante Medina, publicado por la Colección Popular del Fondo de la Cultura Económica de México en 1992.
Desde que comencé a leer el libro me recordó a «El jardín de las delicias» del Bosco —aunque justo es confesar que solo tengo a mano una pobre reproducción de la parte central del tríptico―, pienso que, porque mucho tiene que ver la novela con la armazón de la obra plástica, cuya ala izquierda representa el paraíso con la creación de Adán y Eva, la parte central el largo recorrido de la humanidad, y la derecha el infierno. Y quizás también por el desfile rocambolesco de pecados, goces carnales, desenfrenos y aberraciones, que todo hombre con suerte puede ver con luz natural en el pequeño recinto donde está colgado el tríptico en el fabuloso Museo del Prado madrileño.
Y son precisamente estas cualidades de «El jardín…» y sus más de doscientos personajes que se engarzan de una manera casi esotérica con la trama de la novela de Dante, que convierte a Guadalajara en ese paraíso-bacanal-infierno que es el leitmotiv de la obra de Jerónimo Bosch.
La dama de la gardenia con una crítica a veces cáustica y de un fino humor negro, arremete contra la injusticia social del mundo circundante, pero sin detenerse a aportar soluciones o maneras de paliar este mundo que está totalmente de cabeza. Es sólo la franca exposición de una realidad, similar a los naturalistas decimonónicos, de los avatares de cientos de buscavidas con una nueva y moderna picaresca y, como de soslayo, una exposición a veces descarnada e irreverente sobre la corrupción política y administrativa mexicana.
«Guadalajara es una novia fea» dice Dante que dijo alguien, y Guadalajara es el personaje central de esta trama encarnada en Fellita que, al decir de Don Poli, su padre, de bebé «pasó a niña fea, de niña fea pasó a niña chistosa y flaca, luego fue jovencita horrible, adolescente espantante, y muchacha feúcha».
Dentro de la propia Guadalajara se desarrolla toda una historia que va enroscándose en relaciones, favores, chantajes, privilegios, amenazas, malos manejos, movidas turbias y actuaciones extravagantes.
Los mismos personajes enrollan y desenrollan la trama sin conocimiento general de todo lo acontecido, pero sí a partir del presupuesto de que «Guadalajara se cocina en su propia salsa». Las historias se superponen circularmente mordiéndose las colas y armando una urdimbre nada compleja, pero sí muy interesante y atractiva.
La trama, siendo lineal, gana en complejidad a partir del desarrollo de la acción por parte de los personajes de manera individual, lo que permite que el autor sea cómplice y único conocedor de todos los intríngulis que aparecen y desaparecen como si fuera un montaje teatral.
La propia organización anecdótica de la novela me sigue coincidiendo con «El jardín de las delicias». Hay tres partes principales: La Fellita en espera de su ansiada pareja conforma el Paraíso bosquimano. El policía es el pandemónium de la ciudad que también podría ser el infierno. Los niños constituyen «la acumulación de pecados y la satisfacción desenfrenada de apetitos» al desarrollar todas las formas posibles de «meter la cabeza para escapar» como se dice en buen cubano. Los niños, esa supuesta amalgama de inocencia y candidez, constituyen los personajes más creativos y pícaros de este retablo donde la palabra ética es una sombra oscura y desconocida, y constituyen un símil de la historia humana manejada por El Bosco.
La niña de la colonia Chapalita se convierte en princesa, el niño de Santa Tere es un falso ciego, el del barrio del Santuario y del Panteón de Belén simula la muerte, el del sector Libertad es especialista en abrir todo lo que encuentra, la niña de la colonia Moderna sólo recibe regalos y el niño del Centro es totalmente invisible.
De alguna manera en ellos están representados todos los males de la Guadalajara de entonces y habría que preguntarse ahora si este nuevo Dante pretende, como supuestamente el Bosco, hacer una obra moralizante que fustiga los placeres carnales o solamente demostrar que es cierta la aseveración de uno de los personajes: «este país que nomás la tira a chingar a la gente»; o demostrar también que «tratándose del pan no hay ideologías».
Referencia aparte merece el uso del lenguaje que, como dice la nota de contracubierta, es «una apuesta del estilo y del lenguaje que van envolviendo al lector, lúcida y jocosamente».
Realmente las formas de expresión propias del hombre común le aportan a la obra una simpatía y complicidad tal que logran, a pesar del uso de la jerga provinciana, una universalidad capaz de comunicar con cualquier lector de habla hispana.
Expresiones como «rumbo para mí vive usted también», «tramboluqueada», «murió de un coraje que hizo mi papá», «agolfanada» o «meándose fuera de la olla», lejos de empobrecer las formas de expresión, las enriquecen y amplían, lo cual es una manera también de enriquecer el conocimiento humano y de establecer la comunicación entre los hombres.
Al final de la lectura de La dama de la gardenia uno se da cuenta que la misteriosa dama es solo un pretexto, con tufo policíaco, para hablar de todo lo demás.
Que esta novela apocalíptica, luego de hacer un recuento de las miserias humanas, alejada de patetismo, demuestra que todo lo que nos rodea es una gran mentira, y que nada se salva, que solo es cierto lo que propone el Apocalipsis capítulo 11 versículo 14: «El segundo ¡ay! es pasado: he aquí, el tercer ¡ay! vendrá presto».
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