En este lado está la luz y en este otro las sombras, o sea, las mejor llamadas tinieblas. Si me pongo a jugar aquí, del lado luminoso, con un poco de agua y tierra, para hacer un lodo grato al pulso, puedo crear una suerte de monigote sobre el cual no importa que yo sople, porque mi soplo no podrá nunca concederle vida. Me aburro de ello y me pongo a hacer lo mismo en el lado de las tinieblas, donde importa o no que sople para producir un golem, un esperpento vivo. Pero pensemos, poéticamente, que los he creado, a ambos como espejos uno del otro, en la sombra y en la luz.
Agua, tierra y aire forman esos cuerpos. Faltaría el fuego, pero cómo meter la vida en un horno para que salga viva. En este caso el fuego es simbólico, la luz de nuestro Sol. Bajo los cuatro elementos que propusieron los griegos, se presenta la quintaesencia que sería el ser vivo. Y este es el que ahora llamo «sujeto lírico». De este modo, un poema viene directamente de la luz y de las tinieblas, es creación de un ser creado, por lo que la poesía resulta así recreación del mundo, y de la vida.
La fantasía especulativa
Nos enfrenta con la idea de que si existe un ser de la luz y uno de las tinieblas, en juego de espejo, eco uno del otro, la poesía es el drama intermedio de ese eco, de ese espejo, la poesía es la imagen de la imagen. La poesía de la luz es objetiva, objetal, histórica, se presenta, es visible porque lo que está en la luz se deja ver. La poesía de las sombras es el estado onírico de la materia, lo que no se deja ver, lo invisible. La poesía es entonces esa contradicción entre lo visible y lo invisible. Lo que está en la luz tiene forma y contenido para hacerse visible, lo que está en tinieblas no deja ver sus aristas, llamémoslo «lo irreal», pero que pesa e influye sobre lo real. El ser de la luz sueña sobre las tinieblas, el ser de las tinieblas se refleja en la luz, la luz es el espejo de las sombras, la poesía resulta el ente intermedio: la imagen. El ser de barro es creador de poesía, su irrealidad de ser «creado» es creadora, él es creador por la poesía.
La poesía se sitúa al centro, en el sitio del espejo, y como frontera entre la luz y las tinieblas, puede crear un nuevo ser ni de fango ni formado por el aire, la tierra y el agua. Un ser imaginativo, el ser de la poesía. Entonces ella se convierte en la expresión de todo el cosmos, no solo de los seres de la luz y de las tinieblas, de todo el cosmos, como decir que la materia y la energía e incluso la inteligencia en el cosmos se expresan por medio de la poesía, o más bien diremos que la expresión del cosmos, entendible para un poeta, es precisamente la poesía.
La libertad de la especulación puede hacernos «ver» la poesía de la luz irradiante e iluminadora en el cosmos, y la de las tinieblas (¿qué «poesía» puede haber dentro de un agujero negro?, ninguna, pues la poesía es expresión y de dentro del agujero negro no puede escapar ni la poesía). Si entendemos a las tinieblas como el territorio de los sueños, anhelos, imágenes, fantasías creadas por los seres de la luz, esa es en verdad la poesía que emiten las tinieblas.
En tanto, el poeta va cifrando en la Eternidad sus mensajes de luz, o los que extrae de las tinieblas. Y la palabra «eternidad» complejiza el asunto de la luz y de las tinieblas al introducir la dimensión del Tiempo. Fuera de él no es posible para nosotros, seres tridimensionales, concebir el orbe de la poesía. Si lo dejamos como sine qua non que no habríamos de tocar, la poesía se nos hace una suerte de calle por la que se ha de ir siempre volviendo, sacando lo poético de lo oscuro pasado y proyectándolo al futuro: ese es el poema, fijación de tiempo, espacio, luz y tinieblas.
El poeta se divierte en situar a la poesía en un laberinto cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia son todos los puntos posibles. El ser de la luz se recrea frente al espejo conminándolo a devolver (entregar) lo que viene de las sombras. De este modo la poesía resulta un suceso cósmico que se reparte entre la luz y las tinieblas, que procede de ellas, pero que se hace realmente visible en la luz. Por último, la conjunción entre los seres de la luz y de las tinieblas es el cosmos mismo, todo lo existente y lo imaginado, lo inexistente pero creíble, imaginable, soñable. Lo que forma el cosmos no lo sabemos, lo que expresa sí: es la poesía.
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