No hay que demorarse en proclamarlo, una vez más: Regino E. Boti es una de las figuras culturales de mayor relevancia del siglo XX insular. De su inicial Arabescos mentales (1913), continuando con El mar y la montaña (Versículos indemnes) (1921), La torre del silencio (1926), Kodak-ensueño (1929) y Kindergarten (1930), su transcurrir lírico, siempre renovador, acusa una de las más importantes travesías poéticas de la literatura cubana.
Poeta del verso construido desde el artístico manejo del lenguaje y de las formas, por una consciente elaboración estética y por una elevada sabiduría intelectual, su quehacer inspirado contribuyó a reverdecer profundamente la poesía del momento y a abrir el camino para búsquedas nuevas, como tanto se ha repetido.
Las novedades que, junto con José Manuel Poveda, introdujo en la poesía cubana casi en los mismos albores del señalado siglo, muy asediadas por una crítica competente, en la actualidad aún resisten asedios, señal de que sus aportes y revelaciones fueron, además de contundentes, inconmovibles en el decurso temporal.
Lo que Boti y Poveda, en sus días, llamaron modernismo y que otros, más tarde, clasificaron como postmodernismo, puede verse como una tendencia literaria que, sin esfumarse del todo, llega a nosotros con ecos bastante apagados, quizás porque el lapso temporal recorrido hasta hoy, en sus curvas y vaivenes, nunca una línea recta, ha socavado, hasta cierto punto, los cánones estéticos a lo que ellos se apegaron, distantes, por cierto, de los asumidos por Agustín Acosta, la tercera figura relevante de aquel momento singular de nuestra poesía, aunque siempre haya sido más cómodos reunir a este trío cuando se quiere ir a la búsqueda de afinidades.
Poveda, no quiero más que nombrar, porque omitirlo sería imperdonable
No quiero más que nombrar, porque omitirlo sería imperdonable, a Poveda, para concentrarme en esa persistencia y pertenencia de Regino E. Boti en y a nuestra poesía, no ya como eco de años pasados, sino como expresión auténtica y valedera en nuestros días.
Su tenaz y sostenida labor implicó un esfuerzo considerable, sobre todo si se toma en cuenta el momento ciertamente desfavorable en el que irrumpe, cuando la dispersión de las fuerzas intelectuales y el cansancio del género, unido al desentendimiento oficial, impedían un desarrollo literario, y en general artístico, plenos.
Sin embargo, el guantanamero no se arredró, y quizás con una cautelosa alegría que en el fondo podría ser tristeza, y con cierto sarcasmo pleno de ironías, afrontó y enfrentó un proceso renovador consciente, pero a no dudar, doloroso —y hasta sujeto al escarnio— del género que mejor alimentó su literatura.
Participante activo y consecuente de las revelaciones que proponía, su desesperación esperanzada en el terreno artístico siempre lo acompañó, persistentemente pensando en la posibilidad que tiene cada artista de ser o de volver a ser, como apuntó Octavio Paz. Sin disimulos, negado a la mentira y con una muy sutil vanidad que hoy lo engrandece.
Boti, que vive en un mundo donde la desconfianza y el recelo se aparejan con el de la mediocridad, sobrevive no sobre el sostén de mecanismos defensivos de su obra, muy elogiada en su momento, sino porque, aunque excesivo a veces, supo no llegar a los extremos y entregarnos, eso sí, una lírica cuyo espíritu es profundamente autónomo y racional, porque, en primera instancia, se sostenía sobre un proyecto/ programa creador que aún requiere de nuevos acercamientos para poder captar en sus más puras esencias los propósitos que lo movieron.
Creo que la refuncionalidad de la poesía fue para este poeta no ya una preocupación, sino una ocupación definida y forma parte de su personal estrategia discursiva. Hombre culto, al tanto de los acontecimientos literarios europeos y del continente en el que vivía, su voz poética no siempre expresión gozosa, pero sí desinhibida, nos brinda una experiencia nacida de las distintas etapas de su proceso creativo, desde la irrupción diría que brutal de Arabescos mentales hasta su último libro. Ese tránsito acusa tres momentos discursivos, a mi modo de ver, definitivos: entrega apasionada, cierta desilusión y escepticismo final.
Es cierto que son lugares comunes para distinguir la evolución de una obra lírica tan relevante, a los que podría añadirse la autoexigencia de no escamotear la dimensión sensual del amor, aspecto que él afirma de manera gozosa como celebración jubilosa de los sentidos, y donde desempeñan un papel relevante el panteísmo y las ansias de integración cósmica, aspectos que sitúan a su poesía en el ángulo de renovación literaria que experimentó el género en Hispanoamérica en años posteriores.
La complejidad de muchos de sus textos
La complejidad de muchos de sus textos, de una carga filosófica no pocas veces abigarrada, agrede desde una muy peculiar reverberación donde se contraponen la cultura griega, la cultura hispánica y la propia tradición literaria insular, percibidas por él mediante la unidad de la cultura mayor universal, sostenida como un proyecto macro-cósmico que brota de su propia cohesión interior a partir de un ánimo siempre indagador en el ser cubano y americano.
Pero eso no significa que Boti tome a la historia como asidero de su poesía, sino que, en su particular recorrido, su ánimo resulta mucho más amplificador y se consolida en sus textos mediante la expresión de ciertos conflictos del entorno, amén de su sostenida vocación por una literatura no ancilar que late en todas sus expresiones líricas.
El cuerpo poético de su obra, preñado de idealizaciones y no pocas veces de condena, propone una axiología vinculada a «remates» donde, con el apoyo de alusiones clásicas, y hasta de frases lapidarias, intenta consolidar ante el lector una reflexión ponderativa amplia y eficaz en recursos expresivos, que le permite enriquecer sus composiciones desde cierta fragmentariedad para, definitivamente, entregar textos perdurables.
***
Tomado de Claustrofobias
Visitas: 7