Se está arraigado cuando se trata de resistir. Este aserto de Henri Michaux me convida y me sirve de estímulo para adentrarme en la obra de uno de los poetas más prolíficos de mi generación, de un creador que deja al auditorio conmovido y dando palmas cuando lee, y, curiosamente, uno de los menos estudiados por la crítica, uno de los escritores que más ha hecho por la formación de los nuevos que se entregan a la literatura. Me refiero a Reynaldo García Blanco, quien llega a la sexta década de vida el 13 de abril, y que ha ganado, para alegría de muchos, el Premio Casa de las Américas con el libro Este es un disco de vinilo donde hay canciones rusas para escuchar en inglés y viceversa,[1] y el de la Crítica Literaria. En el siguiente acercamiento me referiré a tal libro, aprovechando la ocasión que ello me brinda, a su poemario que se presenta en esta Feria, El cansancio nacional, y al resto de sus libros, de manera general. Hablo de arraigo y resistencia pues su poesía, de hermosos textos memorables, de alabanza a la patria,[2] ha reflejado distendidamente en sus últimos libros, con un lenguaje irónico, aparentemente ligero y rejuego coloquial, propio de la antipoesía, conflictos insalvables de nuestra sociedad, como es el caso de la falta de espíritu crítico a todos los niveles, y la necesidad de ver al hecho de practicar la crítica no como una ofensa al sistema, sino como algo utilísimo, si queremos que mejoren sus decisiones:
Ese gran pudor shegeliano que nos ronda
Antes de entrar a las clases de Filosofía Nos quitaron el Winchester Y las ganas de polemizar. Me sentí soldado raso Como un Aristóteles cualquiera Que le faltan tres días para el cobro. Entonces me acuerdo de Buda Y aquello de que los carpinteros dan forma a la madera Y que los flecheros dan forma a las flechas Y que los sabios, mejor dicho, los soldados rasos Tienen que darse forma a sí mismos. Favor devolverme el Winchester.[3]
En tal sentido en toda su obra se aprecian las influencias de la antipoesía cultivada por Nicanor Parra o Roque Dalton, hasta el punto que estos autores y otros afines son mencionados en el cuerpo o en los títulos de los poemas.[4] Así, entre un tono irónico y simpático, y un uso desenfadado de la cita, acontecen los goznes de esta escritura, donde a partir de dicha corriente literaria, ubicada dentro de la postvanguardia, que expresa, en sus mejores cultores, las vivencias del hombre masa o el hombre de la clase media en el sistema capitalista, fustiga nuestros males y los desmanes del mundo contemporáneo. Es una poesía que, de un libro a otro, ha ido despojándose del carácter solemne y grave, y ha apostado por desacralizar la realidad mediante un lenguaje cotidiano, burlesco, irónico. Así hay un fundamento y una enunciación ligeros que toman como laboratorio de pruebas a la historia, particularmente las complejas realidades que han implicado nuestras relaciones sociales y sicológicas con la antigua Unión Soviética:
Evstuchenco cae la nieve
Desde esta ventana no podemos ver a Lenin. Los muchachos han llegado con botellas Y algo de blues. En la mañana Los despreciables profetas del pesimismo Intentaron una cabeza de playa en esta parte de la ciudad. No fue suficiente leer a Horacio. A Esenin, Mayakovski ni al viejito Fiódorov. Ignoro la fecha y el oprobio Que es escribir para el viento. Eso bien lo sabes, Evgueni, Evgueni Evstushenko ahora que cae la nieve Y tal vez nos toque morir con las botas puestas.[5] Es un poemario, como algunos de los ya publicados, para dar fundamento a las dudas y pareceres del ciudadano contemporáneo, donde el afán coloquialista resalta de un texto a otro.[6] Donde se refleja una contemporaneidad galopante, escindida y mezclada con el afán fanático de las ideologías, o se dibuja la insospechada u oculta gravedad que persigue a la ligereza. Se describe una vida que se organiza inevitablemente alrededor de los poderes político, religioso, la vida del ciudadano de a pie:
Cervesatorio (revisitado)
Ayer en la tarde Mi mujer y yo Dejamos a un lado la Biblia Y nos fuimos a la puta e inmunda ciudad Por unas cervezas. Ella habló mal del poder eclesial Y yo del poder político. Para relajar la reunión Conté el chiste aquel De que para reunir a Los Beatles se necesitan tres / disparos más Y los amigos rieron hasta el desastre. Pasada la media noche Como dos tórtolos heroicos Regresamos a nuestra casa detrás de las colinas Y fuimos felices Porque vimos a Dios dos veces. [7]
El poder de lo intrascendente y de las imposibilidades cotidianas, que vuelven irracional una especie de aviesa voluntad que ha pretendido abolir las costumbres del cubano: tomar un trago, hacer un chiste, relajarse.[8] Esta es una poesía que aposta por la ingeniosidad, por la asociación inesperada, consiguiendo un poco de humor para el desastre, por una especie de postestimonio donde se ficcionan las vetas de la realidad, en tal sentido el poeta se nos muestra como «el ser que vive detrás de las colinas», algo que sabemos cierto. Lo cual no se limita a nuestra nación cuando aplica los recursos del cine de ciencia ficción al propio elucubrar e imaginar en el poema, donde refleja el peculiar impacto en un país pequeño de los grandes sucesos políticos y científicos del gran mundo, llevados a cabo por países poderosos: la manera, unas veces ingenua, u otras veces impotente, de asumirlo.[9]
Así, como deudor de la antipoesía, asume su retórica: es decir, resulta fácil detectar cuáles son los mecanismos que componen su estilo, ya sea en el terreno del lenguaje, en la visión del mundo y en la idea del poeta —hace uso y abuso de ella―. Se pretende con ligereza tocar los resortes de lo profundo, lo que en algunos casos se consigue con ingenio y gracia, en otros, no se rebasa la intención de juego: es solo el efecto de la ironía saltarina, seduciéndonos un poco cuando se habla de nuestros males cotidianos, de nuestras mínimas grandezas cotidianas, pero luego sentimos que el estremecimiento sólo se quedó en la sensación.
En este libro, organizado como un disco, con su cara A y su cara B, me seducen dos poemas, uno por cada cara, para ser armónica y justa: «Cremaster» por la cara A, donde el poeta se despoja de la ironía, sin reflejar la incongruencia del mundo cotidiano, e irrumpe su dolor, muchas veces rumiado. Y por la cara B, «Como decía Bolaño la vida es un poco más dura que la literatura», que se constituye en una efectiva enumeración del caos, más que caótica.[10] En esa tesitura le hace guiños a la idea de Wordsworth de que la poesía es la autobiografía de la conciencia del hombre, y en toda su obra echa mano a lo que para Auden son las claves para escribir: la manipulación de la memoria y de la identidad.
Doy fe de haber leído un libro,[11] un poemario donde los objetos, las personas, los sitios que aparecen encarnan maravillas inscritas en su propia aniquilación[12] Porque en El cansancio nacional se nos entregan múltiples evocaciones de un reino perdido que vienen a través de un arbusto, unos granos, una flor, un humo, la dureza de un cordoncillo: ecos del tiempo ido con su cuota de imperfecta hermosura, junto al reflejo de un ambiente diario de vulgaridad, de cosa mal concebida, enrumbada y permanente, que perturba la vida, incluso, la intención más íntima del sujeto lírico. Estas recreaciones de lo que se perdió llenan de mejor sentido el título del libro, y le dan ese aire de trascendencia que debe tener la poesía verdadera:
Hilachas del día. Fibras de esos artesanos que fueron los más viejos de la casa. Hilos de luz con los que se hicieron la canasta del pan que ahora preside la mesa.
Hebras de amianto que una vez descubrí en el corazón de un pargo. Apenas un segundo para hilvanar la muerte y la contravida.
Torzales de humo sobre la casa de Las Tozas y que ahora me sobrecoge.
Hilas de humo como en un crucigrama por hacer. Hilachas que me sostienen. Memoria y desastre.
Donde nos hablan de las fibras de que el mundo está hecho, y las que se recuerdan, como hondo vestigio, del que fue, o la muerte hace eco con la muerte misma, como forma de las cosas que son, y no se adornan:
Mientras leo a Larkin lo extraño cobra sentido en este viaje en un tren más o menos
inmundo que me lleva a la otrora casa a la otrora edad de volver a nacer y morir.Ciclo vegetal.
Ciclo histórico.
Ciclo que no lo salva la escritura ni la muerte misma.
Es el peso del tiempo ido, y el balance que hacemos de la vida cuando puede ser un acto grave mirar atrás,[13] y la comprobación del hecho que no podemos concebir nada sin belleza, o que no existe nada sin ella, incluida la muerte. Una historia blindada que miramos a través del tiempo, dentro de su otredad, y que se recrea como si la escritura no la sacara del abismo. Un humo que fuimos y que ya no es, y aún nos alimenta. Aunque también hay como una adhesión y cuestionamiento, al mismo tiempo, del lugar, del momento en que se está. Hay un razonamiento ideológico que también es canto:
Me han dicho No más país. No más plátano sonante. No más signo de puntuación. He aquí entonces que me asomo a la ventana y allá abajo están los constructores con la risa de siempre, construyen un algo que no debo mencionar. En un carro amarillo le traen desayuno y almuerzo —más o menos amarillo para que tengan lo necesario y concluir eso que no debo mencionar. Lo digo en enero. Avanzado el siglo. Con el sol en la espalda.
Y la cruda realidad económica del país se asume con cierto sentido del humor, en que no falta la nota macondiana, ni el instinto lúdicro que toma como centro lo literario. Se describen atmósferas donde todo está en crisis y en el alma nacional hay desconcierto:
En la casa de los trabajos no tenemos las herramientas suficientes para armar los días que vendrán. Los obreros están cansados de tanto bregar con las tenazas ya oxidadas por las cortas primaveras. Los importadores de metales hace días que no vienen por aquí. Los bichos de luz están de huelga alrededor de los ventiladores de techo. Las naves sombrías han dejado de ser palabreras y ahora respiran cierta quietud. En la casa de los trabajos ni la placidez se puede respirar.
Son poemas breves, desnudos y amargos, o de pretensiones alegóricas donde se siente el gusto por el lenguaje, sobre las desazones y absurdos que hemos construido, sin poder imponer el mejor sentir de nuestro sueño. Asistimos a la puesta a prueba de tu capacidad de fantasía para crearte un mundo tangible en el desconcierto y el desequilibrio, pese a un decir desde dentro, o una especie de compromiso con lo suyo que acude instintivamente al trazo de su antiguo dibujo. Se descubre como un tiempo hacia dentro en el que compruebas con horror que para cambiarlo no puedes hacer nada:
Hacer cama. Voltear el reloj. Derrota del mes, la semana, la jornada laboral. Acompañados de los fieles libros. Tapiar con corcho puertas y ventanas. No escuchar cuando Marcel venga a tomar el Té de las cinco. Hacer cama. Quedarnos así, indeterminados. Hacernos el dormido para ver el homenaje que no nos hacen. Dormir la totalidad. Hacer cama hasta que la vida nos despierte.
He aquí el reto de unir poesía y presente inmediato, fragor mundano del día a día, reto quizás demasiado difícil para el poeta. A veces la referencia al elemento evidente de la realidad es como el fogonazo para argüir una reflexión que se afianza en la consecuencia y /o lo imaginativo, o puede quedarse intentando traspasarlos. Son los instantes que se escurren, la vida que se escurre, y que va, a manera de credo, mejor directo al canto, al camino del Ubi sunt, donde destaco aquellos poemas que tienen el encanto de rearmar el mundo triturado:
Magia del ajonjolí sobre el pan. Semillas chamuscadas en el hornillo viejo del patio.
Magia de mi madre con su molino de triturar todas las almendras del cielo.
Donde el poeta es más íntimo y frugal, y curiosamente más inclinado a la esencia. Igual suerte corren los textos donde un amor es un amor en tanto se constituye en conflicto, en problema, y no puede entenderse sin el dolor. Véanse los poemas «Colmena de la tierra o del cielo…» o «Aldaba para llamarte…» Se construye, se urde a partir de una pérdida que pasa por un ser muy querido, un estado de paz y bonanza sobre las cosas, un estado edificante que se ha perdido en los marcos de su localidad, y que también se ha perdido en el mundo, o un dolor, una prisa, un camino ciego a la solución que llegará a nuestras mentes sin saber qué escollos ni cuales vencimos. El libro hace gala de un lenguaje evocativo que construye a manera de postal donde el poeta es alguien «que ya viene de ida».[14] Así vamos viviendo solo en el fragor de las atmósferas y de las voces idas, y la conciencia sobre lo que ya pasó, en algún destino que se desvió, que fue sin frutos, pero fue, en textos sobre los que, o bajo de los que, vuela la fábula,[15] bellos y surrealistas. Se intenta apresar el paisaje cotidiano, inmediato de nuestras vidas, lo que es tarea ardua a veces, conseguida en el libro con más o menos gloria, y que no impide que algunos textos queden como esos días intrascendentes, o lo que intenta dibujar lo que se va, y hasta algunos otros que interrogarán a la posteridad, que muestran a un ser exasperado y parte de una cadena de tragedias: la del país, la suya, la del mundo, pero en este entramado, como ya hemos dicho, hay instantes novelados del reino que se perdió, de las peripecias del amor, que salvan la cuesta de este libro, en su afán de urdir en verso la contemporaneidad, algo que quedó mejor cernido en Este es un disco de vinilo donde hay canciones rusas para escuchar en inglés y viceversa, porque supo conjugar equilibradamente metáfora e historia, y que extrañamos aquí. Pero el libro, a través de sus textos que recrean el peso del tiempo ido, se levanta, se salva, pues «conecta con estados que de por sí nos privarían del lenguaje y nos reducirían a un sufrimiento pasivo»,[16] y demuestra que Reynaldo escribe, como afirmara Brodsky, no tanto por una preocupación por la condición perecedera de la propia carne como por la urgencia imperiosa de preservar ciertas cosas del mundo de uno, de la civilización personal de uno, de la propia continuidad no semántica de uno. El arte no es una existencia mejor, sino alternativa; no es un intento de escapar a la realidad, sino lo contrario, un intento de animarla. Es un espíritu que busca carne, pero encuentra palabras.
[1] Reynaldo García Blanco. Este es un disco de vinilo donde hay canciones rusas para escuchar en inglés y viceversa. Fondo Editorial Casa de las Américas, La Habana, 2017. El autor ha publicado Casa del fabulador (1989), Larguísimo elogio (1990), Abaixar las velas (1991)(Premio Pinos Nuevos), Textos para elogiar a la novia y al país (1991), Advertencias (in )fieles para escuchar el pájaro de Stravinsky (1992), Perros blancos de la aurora (1994), Adiós, naves de Tarsis (1995), Reverso de foto & dossier (2000)(Premio Calendario), Artefactos (2002), País de hojaldre (2004), Campos de belleza armada (2007), Opus ciudad (2013) y Otros campos de belleza armada (2013) (Premio Milanés).
[2] Véase su poema «Larguísimo elogio», uno de sus textos más recordados, donde, a diferencia de este último libro, se asumían las maneras de lo coloquial, pero con empleo de un mayor número de metáforas, derrochando más nostalgia, sin ironía, con dolor:
Un país es como una novia Uno ama sus precipicios Y todos los días conoce un poco más de sus aguas Una novia es como un país te siembras y no pones en peligro su perfume Y es aquí donde radica el misterio la casa es larga y viene a la deriva. De un machetazo han muerto al bandido que asustaba a bichos y perros que perdían el sentido de ladrar. Yo estoy desde siem- pre en esa foto. Veo flotar la bandera, al parecer le han comido dos puntas, pero es el viento que mezcla las cosas malas con las buenas A la novia le han hecho unos tajos ni el zumo de la verdolaga cura estas diatribas de la guerra Tengo el país a un soplo de la mano y hablo con los héroes Martí dice la palabra exilio y se queda mirando las tablas de mi casa que ya dije era larga y viene a la deriva. Yo sigo en esa foto, me rodean unas frutas, algo milagroso va a caer del techo. Mi padre enseña unas revistas: Este es Máximo Gómez, éste es el Che y los caballos pasan sin otro ademán que poner los puntos sobre las íes o el mapa que cuelga de mi cuarto Cuando la novia no está anochece del país para adentro. Ella no sabe las comidas que hicieron posible al calígrafo que en 1940 mandó postales por encima del mar País Novia, largo y acomodado, te amaso con los dedos y escucho el sonido de los jinetes que ya han puesto los puntos sobre las íes y el mapa no resiste tanta quietud Novia estás condenadas a esos ríos que al llegar a la ciudad son turbios pero inseparables. Te elogio como a este país que me gano todos los días y ya sabrás la circunstancia en que uno detesta la sal y el almanaque Sigues con esos tajos y el mejunje que puede salvar no está en los que al otro lado se retratan orondos y no han paseado por un camino de vaca escapada de los corrales y las mieles Novia hasta los huesos País mío por siempre quisiera para ustedes un larguísimo elogio que diga de la carne el silencio y el metal, abuelos y dictaduras Los amo tanto que los confundo País – Novia Novia – País Éste Mi larguísimo elogio.
En Instrucciones para matar a un colibrí, Ediciones Santiago, Santiago de Cuba, 2002, pp. 15 y 16.
[3] Reynaldo García Blanco. Ob. Cit, p. 24.
[4] Véanse como ejemplos los poemas «Carta a Roque Dalton», «nicanorparra@terra.cl» y «Gelman salutación», pertenecientes a Campos de belleza armada, Ediciones Unión, La Habana, 2007, aunque este recurso aparece también en el libro recientemente premiado.
[5] Reynaldo García Blanco. Ob. Cit, p. 15.
[6] La coloquialidad aflora, incluso, en los títulos del libro premiado, a veces utilizados como caprichosas «intertextualidades»: «Tenías razón Ernesto Cardenal», p. 16; «Evstuchenco cae la nieve», p. 15; «Pensándolo bien, Silvia Plath y tú merecen una mejor resurrección», p. 21; «Antonio, Antonio, se robaron el oso hormiguero», p. 43. En tal sentido véase el poema «Dilecto Roque Dalton (Revisitado)», perteneciente al libro Otros campos de belleza armada, donde refleja cómo la vida del hombre común va atada por invisibles, pero poderosos hilos al fanatismo de las ideologías, y otros en que aborda los males cotidianos cantados con ligereza irónica, el desaliento, el desencanto, la incertidumbre ante los males del país, al hombre de a pie con sus miserias, sus misiones, su ética, que, aunque viene de otro tiempo, lo salva.
Léanse los poemas «No hay que exagerar», «Con letra de Gastón Baquero y música de Thelonius Monk», «Mi tío el empleado» y «Mi tío el desempleado», estos dos últimos donde el yo lírico es el propio poeta, todos pertenecientes también al libro Otros campos de belleza armada, Ediciones Matanzas, 2014.
[7] Reynaldo García Blanco. Ob. Cit, p. 22.
[8] Véase en este sentido el poema «Vodka nacional», Ob. Cit, p. 23.
[9] Consultar en este sentido «Canción en inglés para escuchar en ruso», texto que cierra el poemario. Ob. cit, p. 55.
[10] Igual rescato de toda su poesía el texto «Cortar árboles como monjes trapenses», donde la efusión emotiva en la evocación narrativa de un hecho profundo «conspiran» en el logro de la eficacia poética:
Mis padres construyeron una casa con maderas ilícitas. Una vez llegaron los de la poesía forestal y ellos explicaron que era una construcción de la época de la Colonia y les creyeron. Del bosque profundo llegaban los golpes de hacha. Con bueyes casi muertos arrastraban como lingotes de oro los cedros que luego se convirtieron en ventanas y puertas. Escondidos, bebiendo agua, miel, limón, café y lonjas de queso terminaron la faena. Fue un verano largo. Cortaron árboles como monjes trapenses. Ya la casa no existe.
Otros campos de belleza armada, Ediciones Matanzas, 2014, p. 39.
Con este sentido antológico puede consultarse igualmente «Farewell y bienvenida» en el que asistimos a una singular historia de la nación. Ob. Cit, p. 73.
[11] Reynaldo García Blanco. El cansancio nacional, Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 2020.
[12]Pura López Colomé. «A la altura de sí mismo» en Seamus Heaney. Obra reunida, Trilce Ediciones, México, 2015, p. 4.
[13]A estos poemas de evocación se unen algunos agrestes, bien logrados, como el siguiente, que tiene el ritmo y el fondo del Diario de campaña de José Martí, obra que para el poeta es una presencia entrañable:
Machacar la Adormidera. Machacarla con deseo con la piedra azulada. Dejar que el ardor de la amapola 1. suba y reviente. 2. Dejarse llevar por las hormigas. A los linderos del monte se ha de entrar despacio. Despacio.
Y otros de poética como «Dejar constancia de los desayunos…», de la p. 28, que recrean la misión del poeta, o este otro donde proclama que el poema debe ser directo, con trazos de la naturaleza, el poema que necesita y no necesita de nada, y es todo:
Escribir con austeridad. He ahí una meta. Es como darse cuenta de la inutilidad de todas las cosas útiles. ¿Huir del poema hacendoso? ¿Darse cuenta que no hay nada más grande bajo el dosel del cielo que la voltereta de un pájaro en agosto?
Simples lecturancias de estos días. (p.53)
[14] Véase el poema «Valeriana para el inquieto», p. 30.
[15] Ver el poema «Abrimos la Biblia al azar…», p. 40
[16] Adrianne Rich. «Voces desde las ondas» en Hablar de poesía, n. 40 Buenos Aires, 2019.
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