Este año se cumplen 73 del nacimiento del excepcional teórico, editor y traductor cubano Desiderio Navarro y cuatro de su pérdida. Yo lo conocí a principios de los 70, muy poco tiempo después de su llegada a La Habana y cuando hacía sólo un año de mi llegada a Cuba. Desde el mismo momento en que nos vimos comenzó de inmediato una fuerte amistad que duró casi cincuenta años y fue para mí sumamente satisfactoria y gratificante desde el punto de vista humano e intelectual. Fue Roberto Fernández Retamar quien le habló de mí. Le dijo que yo había venido de París y había traído un buen número de libros valiosos, de los mayores teóricos en ese momento, quienes, sin ser todos franceses, residían en dicha ciudad por haberse convertido en esos años en la meca, el centro del pensamiento en el mundo.
A mí me encantó ver que a un cubano apenas veinteañero le interesara leerlos y ver, además, que él ya sabía bastante de la existencia y de la obra de esa pléyade de ensayistas, que estaban revolucionando las teorías establecidas y vigentes entonces en sus respectivos campos. Por nombrar solo algunos, todos de algún modo herederos de Saussure: Lévi-Strauss, Foucault, Althuser, Roland Barthes, Derrida, Lacan, Jacobson, Todorov, Kristeva, el grupo Tel Quel, y más. Realmente yo le caí a Desiderio del cielo, porque no existía todavía la informática, ni el correo electrónico, ni internet, y era bastante difícil estar informado y actualizado sobre este extraordinario movimiento teórico y, más aún, conseguir sus libros.
Por supuesto, su gran avidez por saber todo lo que en el terreno de las ideas existía sobre el planeta y su formación educativa en la Cuba socialista, ya le habían permitido acceder al pensamiento marxista y leninista y toda otra variante derivada del mismo, como la trotskista o la maoísta, además de otras tendencias como el anarquismo o el existencialismo, surgidas en reacción y oposición a la política y la filosofía burguesas.
A su apasionada entrega al conocimiento, se sumaba en Desiderio una admirable vocación de compartir y transmitir a los demás lo que iba descubriendo, aprendiendo. Y explicaba su labor con palabras tan expresivas como las que escribió en una carta de 2006: «He dedicado más de 35 años de vida a abrirles horizontes del pensamiento teórico mundial a mis compatriotas, porque, en mi concepción del socialismo, creo que tienen derecho a conocer por lo menos lo mejor, lo más importante o lo más influyente de lo que pasa en el pensamiento cultural, más allá de las costas de nuestra Isla; derecho a ser revolucionarios, o socialistas, o marxistas, no por ignorancia, por forzoso desconocimiento de todo lo demás, sino, como yo, justamente por el máximo conocimiento personal posible de lo que ocurre en el pensamiento en escala mundial».
Siempre insistiría en esto, y comenzó a ponerlo rigurosamente en práctica, iniciando, con sólo algo más de veinte años, sus sucesivos y crecientes proyectos (múltiples publicaciones impresas, luego digitales, colecciones de libros, traducciones de numerosos idiomas), englobados bajo el sello ya legendario de Criterios, nombre que también dio al Centro Teórico-Cultural que creó y dirigió. Estos proyectos nacieron ciertamente por su profunda convicción de que todo intelectual revolucionario no podía serlo por una fe ciega, sino por decisión racional, lo que implicaba el deber y hasta la obligación de conocer todas las filosofías, todas las ideologías y formas de pensamiento para poder analizar, comparar y establecer las diferencias.
Por su convencimiento de que debía involucrarse, opinar y actuar sobre los asuntos de su realidad social, y por la misión que se autoimpuso de contribuir lo más posible a ello, consiguió el apoyo, además de la amistad, de figuras tan valiosas de nuestra cultura como Armando Hart, Abel Prieto, Roberto Fernández Retamar y Ambrosio Fornet. Muestra de este pensamiento afín, son las palabras de Fornet, citadas precisamente por Desiderio en su texto In medias res publicas: «El intelectual está obligado a ser crítico de sí mismo y la conciencia crítica de la sociedad».
Pero al mismo tiempo que Desiderio lograba alcanzar el aprecio y la admiración de un buen número de los mejores intelectuales y artistas cubanos y de muchos otros países del mundo —como suele ocurrir cuando surge una persona de un talento deslumbrante y avasallador—, hubo quienes, por suerte muy pocos, no aprobaban su quehacer y calificaban los textos que escribía, publicaba y traducía como incomprensibles, demasiado complejos o iconoclastas, sospechosos de alguna herejía política o moral; o no entendían por qué en sus publicaciones daba cabida a todas las sucesivas corrientes del pensamiento contemporáneo, en vez de adherirse a una sola. Y lo atribuían a fluctuaciones de su propio pensamiento, a que se movía por entusiasmos coyunturales o modas transitorias, pasando de los textos marxistas más dogmáticos a los más heterodoxos, del estructuralismo al postestructuralismo y al postmodernismo; o de pronto se adhería a la causa antirracial o publicaba estudios contra los prejuicios de género y la diversidad sexual. Pero esta percepción era tan obviamente errónea e injusta, que nunca pudo dañar su imagen ni opacar la magnitud de su obra. Y en mi caso puedo asegurar que, a lo largo de nuestra larga amistad, comprobé siempre la coherencia y solidez de su pensamiento, profundamente ético y esencialmente marxista y anticapitalista, además de ser un tenaz defensor de la justicia social.
Cada vez que veía fracasar a movimientos revolucionarios en algunos países o que caían gobiernos socialistas o simplemente progresistas, él analizaba con gran lucidez sus causas y las equivocaciones que cometieron, tan imperdonables como fatales; y reflexionaba y opinaba con mayor empeño cuando se trataba de la Revolución Cubana, intentando alertar sobre posibles errores o decisiones que resultaran inconvenientes. Su enérgico enfrentamiento con todo lo que consideraba mal hecho fue perenne y lo efectuó hasta el fin de su vida.
Por último, quiero recordar una anécdota muy reveladora de la fuerza de sus convicciones: cuando se desplomaron los sistemas socialistas europeos, no solo por las presiones del imperialismo, sino también por sus propios desaciertos, una de las consecuencias inmediatas fue una fuerte campaña de demonización de palabras como Marx, Lenin, marxismo, comunismo o socialismo, con el consabido derribo de estatuas y destrucción de banderas y demás símbolos, y estos hechos nos deprimieron a muchos. Pero Desiderio, siempre incansable e imbatible, no tardó en recuperar su esperanza y su energía de siempre. Como lo noté el día en que me dijo, muy animado, que estaba empezando a ocurrir un curioso fenómeno, y no dentro de los países del desmoronamiento, sino precisamente en las universidades y en otras instituciones del saber de los mismos países capitalistas, sobre todo en el medio estudiantil: había empezado a aumentar notablemente el interés por estudiar la figura y las ideas de Carlos Marx y a crecer su prestigio, lo que era algo muy alentador Y esto que entonces él me anticipó sigue ocurriendo todavía hoy en el propio corazón del mundo capitalista, en Estados Unidos, sobre todo en las generaciones más jóvenes, motivando reacciones desesperadas, antidemocráticas y neomacartistas desde la más extrema derecha.
Este era el Desiderio que yo conocí, el que nunca desfallecía, nunca se dejaba abatir, el que yo admiraba y admiro.
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