
La poesía, ese misterio claro que tanto tratamos de definir sin que hasta hoy lo hayamos conseguido, parece ser el raro privilegio de algunos seres sensibles que se constituyen en heraldos del sentir de muchos otros. Un modo de traducir a un idioma que solo el alma entiende, y que pocos logran comprender. El acto de escribir poesía implica una observación especial de la realidad, que llega a través de todos los sentidos: un roce, un olor, un sonido, un sabor, una presencia, bastan para desatar un cúmulo de sensaciones que permiten aflorar a las palabras, principal vehículo que utiliza el poeta para expresarse; estas palabras traen consigo una imagen, un destello, un aroma, una voz, ya pasados por el tamiz del mundo interior.
El poeta Rigoberto Rodríguez Entenza, portador de una acendrada sensibilidad —condición indispensable para conseguir una obra que cale en el sentir de los lectores—, nos ofrece, mediante la Colección Poesía, Ediciones Digitales de Cubaliteraria, un libro al que ha llamado Manera obsesiva, título que, teniendo en cuenta la definición de la palabra «obsesión», que es el estado de la persona que tiene en la mente una idea, una palabra o una imagen fija o permanente, se aviene muy bien a lo que encontramos en su conjunto expresivo. En este el poeta tiene en mente y traslada a la página términos a los que recurre una y otra vez: los gorriones, el café, el jardín, la casa, la muerte, el árbol, la familia, los amigos, la memoria, el acto de escribir, la ciudad, en los que a simple vista no encontramos nada que no resulte común y, sin embargo, están dotados de una sustancia poética muy peculiar. Con ellos crea o recrea atmósferas sutiles, a las que entramos como a una parcela lejana, que nos regresa a la infancia, a la familia, al pueblo natal, a los momentos que marcaron un antes y un después en nuestras existencias, en nuestro crecimiento físico y espiritual, con las que teje una red de significados que nos llegan por los ojos y el oído y nos sorprende al vernos reflejados en ellas. Una aleación de símbolos cotidianos caracteriza su poesía. Todos sus textos movilizan el entorno y el contorno de nuestra compleja aprehensión de lo real. En ellos ofrece un mensaje especial a sus contemporáneos de cómo nuestra circunstancia modela profundamente nuestros mundos interiores. Acude al mundo exterior escogiendo claves del paisaje, de la vida urbana, de la convivencia, de la familia, de la comunidad histórica que somos. Compone escenas donde, como en una caja china, cada elemento sale del anterior, donde el cántaro, la muchacha, la rama alta, los pájaros, la flor roja, sucediéndose como en una retahíla, semejan un juego hacia la luz, mientras otras se sumergen en una atmósfera sepia, y los vocablos aparecen como piezas de un puzle que nunca se completa, hasta caer en la desolación y el desencanto, hacia el abismo donde los sueños se despeñan. La muerte es presencia que flota sobre imágenes de vida, cabalgando en bestias que cruzan arboledas, y torna inútil un inolvidable himno, ceniza la ribera del país. Y todo eso lo mueve alrededor de su emoción personal, con un lenguaje que se caracteriza por ser íntimo y a la vez colectivo. El anhelo expresa la interiorización del mundo que realiza el sujeto más sus propias compulsiones profundas. El poeta sabe que lo realiza todo, no solo porque lo ama profundamente, sino también porque lo real se lo permite. Vive en el mundo. Le preocupa el mundo. Su gran tema es el mundo que lo rodea. Pero sabe que, dada su especial sensibilidad, se encuentra en la médula misma del mundo, y es mundo, y es la unión del mundo que ya fue, del mundo que está siendo, y del mundo que anhela desde el fondo, como él mismo afirma.
Rodríguez Entenza escribe como si viajara del sueño a la vigilia, del presente al pasado, de sí mismo hacia los otros, de la familia a la sociedad. Todo lo observa, lo memoriza, lo guarda, y luego lo devuelve tamizado y matizado por su mirada, convertido en versos sutiles o restallantes: «El que ahora esto dice / contempla el árbol del tiempo / dibujado en el marco de la realidad». Pero aun cuando en sus enunciados parece estar afirmando, cada afirmación lleva implícita una interrogación, una duda: «En cada pieza, trazo, rajadura / o hilo de voz fulminante / habitan mis huellas / como una pequeña parcela de preguntas».
Un poeta no pasa por el mundo sin pretender transformarlo simbólicamente. En el momento mágico en que las palabras se tornan versos, y el verso imagen, todo poeta siente que es una especie de pequeño dios. Rigoberto no escapa a esta pretensión: «Desde allí, a través de la pequeña gota / puedo ver el mundo encima de mi cabeza / y pienso y lo rehago para otros». Algo que también destaca en él es su gran memoria afectiva. Por eso la mirada del niño siempre está presente de algún modo en estos poemas, al evocar la casa de familia, los instantes de asombro, la añoranza y el anhelo de atrapar el tiempo ido sin conseguirlo: «Cree otra vez / que al sentarse en el sillón de caoba y mimbre / volverá a subir al tramo de ese tiempo eterno».
Un aire melancólico recorre las páginas de este libro. Hay aquíextrañeza, asombro, tristeza, deslumbramiento. Algunas veces percibimos el suave airecillo de la nostalgia, otras el viento fiero de la tristeza por lo perdido e irrecuperable. Hay como una penumbra, un claroscuro, una duermevela en estos versos que cantan a lo ido, a los recuerdos de los escenarios, sucesos y personas que ya habitan solo en la memoria. Y en medio de todos el poeta, que se nos presenta desde el niño que mira asombrado, desde el joven deslumbrado por la belleza femenina, desde el adulto que hoy mira y escribe como en círculos concéntricos, en un ir y volver hacia su vida. Deambula por sus recuerdos una y otra vez, regresando del presente a la vida pasada, a los seres que habitaron su niñez o juventud, con nostalgia o tristeza, como en un eterno viaje a sí mismo: «Una y otra vez / miro por las ventanas / para escuchar por fin el crujido de la memoria / la densidad de las palabras».
Mucho puede ser imaginado, sentido, visto, a través de las palabras-imágenes que conforman este libro, hermoso por su autenticidad, por la honestidad con que se traen a la luz palabras y sentimientos que pocas veces dejamos entrever, porque nos duelen, o porque dolerían a otros. Mas no hay excesos aquí: si intento definir y resumir este libro me llegan a la mente los sintagmas explosión controlada, catarsis contenida, y me asalta el poeta de Orihuela con su «rayo sujeto a una redoma», y no me avergüenzo de dejarlo entrar a estas palabras de incitación a la lectura de una Manera obsesiva de escribir versos que te sacuden y te amansan, y te dejan pensando en las mil y una caras de la realidad y de la imaginación, a la manera del poeta genuino que es Rigoberto Rodríguez Entenza, Coco, para quienes lo admiramos y queremos.
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El poemario Manera obsesiva, de la Colección Poesía de Cubaliteraria, se encuentra disponible para su descarga gratuita en nuestro Portal.
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