Atesora recuerdos de la infancia como otros coleccionan sellos o monedas. Sabe que en el pasado están las claves del futuro. Ama las voces conque nos habla la naturaleza, los libros usados que cuentan una historia más allá de sus páginas, la hermosa y compleja lengua española. Ama, sobre todo, la posibilidad de construir con palabras mundos imaginados, recorrer los blancos laberintos de la poesía, para salir purificado luego del esfuerzo por encontrar la salida, sin más pretensión que poder regresar una y otra vez a ese espacio donde habita la voz del universo. Rigoberto Rodríguez Entenza traza signos en el aire de la tarde espirituana con la misma fe del que planta jardines, sabiendo que la belleza debe y ha de ser, algún día, la suprema ambición del ser humano.
Regresemos a la infancia, que es el origen de las vocaciones. ¿Cómo te relacionabas en tu infancia con la lectura, con el libro, con la poesía?
Las manifestaciones de la naturaleza, sus imágenes, la armonía de su expresión, ese tejido diverso en el que se expresa lo infinito de la belleza, provocó en mí un estado espiritual que me mostró los caminos posibles, los caminos de la imagen. Claro, no es que tuviera conciencia de ello, simplemente sucedía desde la ingenuidad, desde la visión de un niño que pasaba largas temporadas en una casa de campo, la casa de los abuelos maternos. Entonces tenía una relación mística con ese lenguaje, la corriente del río, ese coro que bajaba entre los árboles, los pájaros, eran algo místico y se hacía más hermoso; era la gran sinfonía de la vida que iba penetrando en mi conciencia. Lo he dejado escrito en un poema para niños, que se titula «Concierto», y dice:
¿Tiene tan suave voz la rama del naranjo o es un pájaro? Las sílabas furtivas me penetran el alma
(De La orilla del sendero, 2006).
Recuerdo con mucho cariño los viajes con mi abuelo materno. Se despertaba muy temprano y mientras mi abuela llenaba la casa de olor a café y se escuchaba el canto de los gallos, él ensillaba los caballos y nos íbamos por los caminos, mi abuelo en aquel caballo enorme y yo en otro, más viejo, ya cansado: quizá por eso nos llevábamos bien mi caballo y yo. Visitábamos familias y amistades con las que él tenía relaciones muy hermosas; lo trataban con mucho cariño, siempre, y en los saludos se percibía un culto a la palabra, a la palabra como encuentro entre los seres humanos. A mi abuelo le gustaba decir décimas, no cantaba, si alguna vez lo hizo, no lo recuerdo, lo que se me ha quedado en la memoria es que solía hablar en décimas y a veces le contestaban y se escuchaba esa sonoridad en las frases. Tengo la certeza de que esos paseos, esas coincidencias con seres humanos maravillosos me predispusieron y llevaron más tarde a la poesía. No puedo decir que en mi infancia influyeran los libros; más allá de la escuela, no era un lector; quizá el único pasaje recurrente es el de una maestra que nos leía mucho y bien. Siempre regresan a mi memoria las clases de Ofelia León. Sus lecturas de cuentos eran tan exquisitas que las recuerdo con santo y seña. Más tarde, los libros comenzaron a llegar y, poco a poco, me convertí en lector. En el preuniversitario mis acercamientos eran ya más serios, por una parte lo que se estudiaba y, por otra, libros que llegaron para llenarme de preguntas. Solía esconderme en la biblioteca, para no trabajar en el campo, y allí leía mucho. Fue una etapa frondosa, en la que textos como Apócrifos, de Karel Čapek, por solo citar un ejemplo, me dejaron ver los aspectos singulares de cada literatura. Mi relación con los libros era ya más consciente y comencé a escribir, pero no tenía intenciones más allá de lo útil de la lectura y del acto de escribir. En esa madeja de muchos matices está también la trova, la espirituana y la nueva. Creo que Silvio fue el primer poeta a quien admiré, la poesía que hay en sus canciones fue una suerte de llamada de atención. Pero mi vocación, mi sueño, era el teatro y, con toda esa carga, el teatro me llevó a la escritura; lo primero que escribí con propósito artístico fueron escenas, luego llegó la poesía. Cuando era estudiante en la Escuela Nacional de Arte comencé a escribir poemas con ciertas pretensiones y nunca más he abandonado este oficio.
Los talleres literarios tienen sus defensores y sus detractores. ¿Qué piensas, desde tu experiencia personal, de esta estructura de la vida literaria?
Es lógico que los talleres literarios tengan defensores y detractores; la razón es sencilla: a nadie se le ocurriría hoy maldecir a las famosas tertulias matanceras del siglo XIX, porque fueron centro de una producción literaria frondosa. Hoy podríamos citar joyas de nuestra literatura cuya motivación tuvo su génesis en esas reuniones. Así mismo hay experiencias de talleres literarios de los cuales los autores salieron con ganancias memorables, y otros que se dejaron vencer por la abulia, la mediocridad, el paternalismo; en fin, la falta de perspectiva que ha propiciado que haya espacios de promoción literaria en los que tengan protagonismo obras que de literarias carguen poco, a veces nada. Si yo me tomé en serio la literatura fue porque en la Escuela Nacional de Arte los profesores enseñaban cuál es la responsabilidad cívica de un artista, enseñaban a buscar en lo hondo del ser humano, y porque me reunía con amigos pintores, escultores, actores, que tenían una necesidad de conocimiento y una necesidad de expresión. Esos diálogos planteaban interrogantes cuyas respuestas quizá no lleguen nunca, pues lo verdaderamente valioso es tener la pregunta. Por eso pondero la existencia del sistema de enseñanza artística en Cuba, la cual considero es un privilegio. Después, cuando regresé a Sancti Spíritus tuve la suerte de encontrarme con un taller literario en el que también se tomaba en serio al arte de la palabra. Tanto Maritza Martínez como Mario Rodríguez Argón —quienes lo dirigían—, como los nacientes escritores, estábamos allí por vocación y teníamos una voluntad que hacía hermosos aquellos encuentros. El oficio se tejía con el fin de lograr un resultado superior, la crítica era severa y sincera. Creo en los espacios donde haya escritores conscientes y se formen grupos con intereses auténticos, donde se trabaje por el bien del arte literario: lo demás es simulacro.
A través de tu vida el libro siempre te ha acompañado, tanto en el aspecto personal como en su aspecto institucional. ¿Qué opinión te merece el sistema de ediciones territoriales? Enjuicia de manera general, pero no dejes de referirte a tus experiencias espirituanas.
Editar libros, promover libros, que en una sociedad se produzcan libros y que se promueva un intercambio entre autores y lectores, como sucede en Cuba, será siempre un acto valioso. Las Ediciones Territoriales eran una necesidad; el desarrollo de la educación cubana, de los Talleres Literarios, sobre todo a partir de las décadas de los años setenta y ochenta, requería de una extensión del sistema editorial cubano. Ya antes del año 2000 había experiencias muy saludables, como Ediciones Matanzas y Ediciones Vigía, la Editorial Capiro, Sed de Belleza, Reina del Mar, Ediciones Holguín, donde se mezclaba lo útil y lo divino. Luego llegan los llamados Sistemas de Ediciones Territoriales y dan un impulso. Creo que se han publicado muchos libros valiosísimos, necesarios y hasta esenciales y también creo que se ha ganado en cultura editorial, en el diseño, en esa concepción del libro como objeto-arte. Pero también se han malgastado recursos, se ha dado crédito a obras de escaso valor estético. No siempre ha sido protagonista la profesionalidad. No pocos editores, diseñadores, llegaron a ese oficio porque tenían una inquietud, talento, y apareció la oportunidad para desatar esas energías, esa savia; pero también hay quienes no tenían esas preceptivas y les apareció la oportunidad. No siempre se ha logrado un libro que sea buena literatura y supere o, al menos, dialogue con la tradición cultural cubana, que tiene pautas de altísimo valor. Muchos editores, diseñadores, aprendieron con libros de autores que ya tenían un nombre y no siempre el fruto ha sido bueno. La belleza no siempre tiene que ver con el exceso de recursos económicos. Ediciones Vigía es quizá el mejor ejemplo; con casi nada, Alfredo Zaldívar y un grupo de escritores inauguraron un proyecto cultural sin el que es imposible escribir las memorias de nuestra literatura. Hay que seguir muy de cerca los procesos de selección; no se publica un libro porque eres joven o parte de un taller literario equis, o de un municipio donde hay pocos escritores, o porque escribes un tema «importante» o por cualquier otra razón ajena a la decencia del oficio. Se publica un libro solo cuando tiene un conjunto de valores, donde la eficacia de los componentes del discurso debe ser el punto de partida. Hay editoriales que respeto mucho, que sigo con atención y otras con las que tengo reservas, sobre todo por el aspecto cualitativo. Escribir versos no te hace poeta, ni contar una historia te hace narrador, no eres escritor porque escribes, escribes por vocación y porque llevas tu oficio a sus límites, para que te dé frutos. Es decir, creo que las Ediciones Territoriales son una ganancia, un beneficio necesario para las literaturas regionales en particular y para la literatura cubana en general; pero se requiere ser más riguroso en los procesos de selección, y no por elitismo, sino por respeto al arte literario.
Posees un largo desempeño como educador. ¿Qué papel crees que debe jugar la escuela de cualquier nivel como estructura promocional del libro, de la lectura, de la poesía?
La escuela es el mejor espacio posible para la promoción de la lectura, para formar el gusto por la palabra y es un deber hacerlo desde las ciencias. Hay experiencias maravillosas, libros como Gramática de la fantasía de Gianni Rodari y El baúl volador, de Esperanza Ortega, son dos ejemplos de cuánto se puede hacer para formar al ser humano como lector en el más ancho sentido de la palabra. La literatura, la música, las artes en sentido general, deben estar en el centro de atención de la escuela. Lo digo no solo por las artes en sí mismas, sino por lo que ellas pueden desarrollar. Un ser humano sin imaginación no llegará nunca a comprender la magnitud de las ciencias. El lenguaje es el límite del ser humano, el ser humano solo alcanza lo que puede imaginar y describe primero en el lenguaje. Todo se configura mediante la lengua. Leer de viva voz, hacer sentir el gusto hacia la palabra oral y escrita, eso es imprescindible. Martí decía, «Así como cada hombre trae su fisonomía, cada inspiración tiene su lenguaje». Es lindo eso. En el lenguaje se proyecta lo que somos, es bíblico, en el libro de San Mateo se puede leer: «De lo que abunda en el corazón, habla la boca». Y creo que en los últimos veinte años hemos perdido algunas ganancias anteriores. Por ejemplo, en Cuba, en los años noventa se unieron dos programas de estudio; antes se estudiaba Español como una asignatura, y Literatura como otra, hoy están unidas en una, Español-Literatura, y no debe ser; el idioma español es nuestra lengua y debe estudiarse desde su evolución, con todos sus aportes, el estético incluido; pero la literatura es un arte y requiere de un espacio propio. Es un debate difícil, con puntos de vista encontrados, pero me peguntas y te respondo con sinceridad. Ahora, por el momento, tómese una decisión u otra, lo que sí creo es que la literatura debe tener un espacio notable en la formación de los seres humanos. Quizá en ella no estén los datos que están en la historia, pero es, cuando se trata de verdadera literatura, una revelación auténtica del espíritu de una nación. Y si deseamos que ese halo contenido en nuestras letras penetre el alma de los cubanos, se hace necesario desarrollar la lectura no como búsqueda de datos sino como placer.
Personalmente, te he visto realizar la gestión y venta de libros de uso con mucho ingenio. ¿Pudieras comentar algunas de esas experiencias e ideas?
Un libro, por muy usado que esté, nunca es viejo. Shakespeare es nuestro contemporáneo, lo fue de su época y lo es de la nuestra. La poesía de José Martí o Metamorfosis, de Kafka, son lecturas de siempre. Muchas veces el libro usado tiene valores agregados; a la historia del autor y la obra, se suma la historia editorial, quién lo editó, quien escribió la nota de contracubierta o el prólogo, hasta el material con que fue hecho configura el trazado de la memoria. Hay en ello una belleza inigualable. En una época me dediqué a canjear libros, en ferias, en diversos eventos, acumulé cientos de libros y los colocaba en un sitio al que el transeúnte podía llegar y entregar un libro y llevarse otro. Dejaba el que ya había leído y se llevaba uno que para él era nuevo. Era una experiencia hermosa, sobre todo por el diálogo que se establecía con los que canjeaban, que en numerosas ocasiones eran conocedores. De repente estábamos en una tertulia amena, fueron experiencias que disfruté. El libro es una obra de arte y muchas veces, por usado, tiene un encanto especial. Creo que en ese sentido, con la reposición del libro usado en el entorno social se puede hacer mucho.
Parte significativa de la legitimación de los poetas en Cuba transcurre a través de los concursos y premios. ¿Qué opinión tienes de este proceso que ocurre entre nosotros?
Los concursos constituyen un necesario, valioso aporte institucional y le permiten al autor un reconocimiento, obtener una ayuda económica, la publicación de la obra, ganar la mirada de la crítica, de los colegas, sumarse a la vida literaria. Hay unos más atractivos que otros, se advierte cuando ves la participación, cuando ves los premiados, cuando lees las obras. Los poetas, los escritores en general, necesitan entrar en la vida literaria, forman parte del gremio y necesitan ubicarse como lo que son; por supuesto que los concursos son una opción atendible. Pero ello no es exclusivo, mucho menos definitivo, el buen lector, el crítico agudo, sabe cuándo hay una voz singular. La crítica y el tiempo, sobre todo el tiempo, ponen las cosas en su lugar, esa es su función. Los procesos de legitimación deben combinarse, los premios y concursos hacen una parte y la otra le corresponde al filtro de la crítica, a las ciencias literarias; sin ortodoxias extremas, sin pedantería, pero con la aplicación del conjunto de saberes sobre los que se edifica la concepción estética contemporánea.
Dadas las condiciones pandémicas, parte considerable de la difusión ha pasado al terreno virtual. ¿Cómo ves tú este desplazamiento?
Las primeras experiencias con la palabra fueron orales, luego comenzaron a aparecer soportes físicos, estos evolucionaron, después la imprenta, fueron también desplazamientos. Los veo de manera natural, lo que no puede confundirse, y lo único que no puede ignorarse, es que la literatura tiene dimensiones y de cómo se construya cada obra depende su condición artística. Este suceso que ha obligado a los seres humanos a detenerse, a mirarse, a pensar un poco más en sus actos, ha permitido que los espacios virtuales sean más utilizados, pero el tema de la ética, de lo que ofrecemos como obra de arte genera las mismas inquietudes. No se trata de dónde o cómo, sino de qué. A mí me parece maravilloso el mundo virtual. A finales de los ochenta, cuando necesitaba un libro que no había en Sancti Spíritus, recurríamos a una bibliotecaria, Martha Picart; ella, que es un ser especial, los buscaba en la Biblioteca Nacional, a eso se le llamaba préstamos inter bibliotecarios. Hoy es más simple, sin salir de casa he encontrado casi todo lo que quiero. No lo veo como desplazamiento sino como evolución. Claro, hay un proverbio yoruba que dice: «Tu mayor amigo, tu peor enemigo». Si de base no hay una formación humanística consistente, entonces te pueden pasar gato por liebre.
José Martí poseía una concepción del verso como compañero del alma. ¿En qué nos puede acompañar la poesía, y cómo?
El poema «Cotidiano», de mi libro Se fue anoche (2009), comienza:
Tu carga va de un día a otro, de una calle a otra.
Contigo debajo, ella traza sus segmentos.
A veces más liviana,
a veces tensa como un hombre…
Si el mundo que te rodea pasa por el tamiz de la poesía, entonces tu percepción contiene una belleza que lo hace extraordinario. Cuando la poesía nos acompaña todo es hermoso, hasta el dolor. Qué dolor hay en la obra de Martí, qué tristeza hay en un poema como «Al buen Pedro»; pero no deja de ser algo bello. Además, la poesía es una forma del conocimiento, es la manera en que el ser humano logra una armonía con la naturaleza y consigo mismo. La poesía es un acto de fe en el que nada queda excluido. Creo que si la humanidad se dejase llevar por ese ritmo que está en el lenguaje, pero que llegó a él a través de las relaciones entre lo uno y lo diverso, para decirlo a la manera del antiguo oriente, si se dejase llevar por la manera en que dialogan el agua y la tierra, otra música fuéramos; pero hemos tomado el camino de la destrucción. El árbol que desmontamos del escenario original era nuestra sombra y ahora estamos en riesgo; ojalá se pueda revertir eso, no olvides que se recoge lo que se siembra.
Perteneces a la tradición poética de Sancti Spíritus, de Cuba, de la lengua española, del mundo, en sucesivos anillos concéntricos. Juzga esta afirmación. Coméntale desde tu punto de vista.
El director de Odín Teatro, en uno de sus ensayos advierte, «tú eres hijo de alguien». Yo también. Heredamos la lengua española, la vocación por la poesía y a partir de ahí deriva un proceso en el que solo hay una alternativa, lo decía Pessoa: «Para ser tú / sé entero / nada tuyo exageres o excluyas». Lo que se busca en la palabra está ya en la experiencia; el poeta está obligado a rendir sus cuentas mediante un lenguaje propio. No hay que detenerse en cuál de los anillos es tu camino, ese camino es virgen, es solo tuyo, ningún poeta ocupa el camino de otro y para qué detenerse si sabes lo que buscas. Lo ineludible es que el método de la escritura, la composición, sea análoga al cosmos que prefiguras en los hechos y luego a través de la palabra.
Todos sabemos que la poesía es indefinible, pero los poetas necesitan tener una idea aproximada de qué pudiera ser. ¿Cuál es tu idea aproximada?
La poesía es el encuentro del ser humano con la naturaleza, es el particular modo de permitir el paso de las fuerzas de todo lo vivo a través del lenguaje, es un laberinto blanco, allí desplazas algo que crees hermoso y tienes fe en que el mundo lo ha de recibir, es una suerte de paisaje que estaba antes en tu anhelo y cuando llegas al fin de la página puedes ver cómo otros dan testimonio de su existencia. Es eso, solo acotaría la archiconocida frase de Paul Verlaine: «Todo lo demás, solo literatura».
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Rigoberto Rodríguez Entenza (Sancti Spíritus, Cuba, 1963). Graduado en la especialidad de Teatro en la Escuela Nacional de Arte de La Habana. Licenciado en Literatura y Español. Máster en Ciencias de la Comunicación. Trabaja desde 1987 como profesor universitario. En la actualidad es profesor de la disciplina Estudios Literarios en la Universidad José Martí y, además, asesor de teatro del Consejo Provincial de las Artes Escénicas de Sancti Spíritus. Ha ejercido como actor y director de teatro, como guionista de radio y televisión y durante más de tres décadas ha ejercido como narrador oral escénico. Creó los programas de televisión Gente de Palabra, en el que ejerció como comentarista de literatura durante más de un década, y Subir a escena, en el que ejerció como comentarista de teatro. Es miembro de la UNEAC, y Miembro de Honor de la Asociación Hermanos Saiz. Ostenta la Distinción por la Cultura Nacional, las Medallas 20 y 25 Aniversario de la AHS. Ha obtenido numerosos premios literarios, entre ellos Premio Nacional de Poesía Raúl Gómez García (1987), Premio Nacional de Poesía Rubén Martínez Villena (1988), Premio Nacional de Cuentos Onelio Jorge Cardoso (1988), Premio Nacional de Poesía Fayad Jamís (2003), Premio Nacional de Poesía Eliseo Diego (1995), Premio Internacional de Poesía Nosside Caribe (2004), Premio Nacional de Poesía Raúl Ferrer (2008), Premio Nacional de Poesía Fundación de la Ciudad de Matanzas (2009), Premio Nacional de Poesía Manuel Navarro Luna (2021). Ha publicado los libros de poesía De tales amantes tal historia (1991), Sitios Cruzados 2003), Cuerpo de álamo (2003), Último día del naufragio (2004), Otras piedras talladas en silencio (2006), Manera obsesiva (2008), Se fue anoche (2009), y La mano y el silencio (2014). También ha publicado los libros de cuentos para adultos El señor López y otras invenciones (2010) y Clase magistral (2010). Otros textos suyos pertenecen a la literatura destinados a niños, adolescentes y jóvenes: La señorita traga truenos, cuentos (2003), Las 120 monedas, teatro (2006) y La orilla del sendero, poesía (2006). Su obra literaria ha sido incluida en numerosas antologías, como Jugando a juegos prohibidos (1988), Poesía espirituana (1994), Nuevos juegos prohibidos (1994), La estrella de Cuba (2004), La madera sagrada (2005), Premios Nosside (2004) y La isla entera (2014), entre otras.
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