El novelista francés Henri Beyle, Sthendal, expresó que una novela es un espejo que se pasea por la orilla de un camino. Bien pudiera aplicarse esta aseveración a la poesía de Rito Ramón Aroche. Su Libro de imaginar, publicado recientemente por la camagüeyana Editorial Ácana, es una muestra fehaciente de lo dicho.
Sus textos son espejos que reflejan lo absurdo de la realidad, la cual capta fielmente o agranda, no para falsear, sino como lo hace un microscopio, para que podamos ver con mayor nitidez. En esa realidad viven los mercaderes de la tristeza, los usureros de la alegría, los vendedores de muerte alimentando vida, los compradores necesitados de cuanto ofrecen los vendedores, los mil y un rostros de la miseria humana. En esa realidad existen, casi como una consecuencia ineludible, los muros creados por los seres humanos: muros que separan, aíslan, asfixian, aniquilan. Muros creados por las circunstancias en que se desenvuelven esos seres: los que dividen, clasifican, polarizan.
Esta es una realidad que el poeta aspira a comprender del todo y nos la entrega en imágenes incompletas, a retazos; en un modo de decir en algunas ocasiones, inconexo, en otras reiterativo, con una marcada intención de hacer que el lector repare de manera especial en ideas que resultan cardinales para el entendimiento de lo que expresa el texto. «Tu idioma no es el idioma. O sí/ ¿los muros hablan?» Pregunta y afirma. Y transcribe las voces que escucha detrás de los muros. «¿Es esto el fin?», indaga, y sigue por la vida con el oído atento a los rumores, con los ojos atentos a cada trozo de realidad, la cual va transcribiendo, a ratos con dolor, a ratos irónico, a ratos con impasible mirada de cronista.
Para describir tal entorno, utiliza recursos elocutivos como el diálogo, la narración, la interrogación, la dislocación sintáctica. No escribe propiamente versos, al menos en el sentido tradicional del término, sino frases frecuentemente truncas, donde las palabras se amalgaman, se juntan o se dispersan, y el poeta las atrapa, las reúne, las separa, las transforma. Su modo de decir no es lineal cual cadena de ordenados eslabones. Su discurso está astillado, fragmentado, escombrado. Son virutas de recia madera, desmenuzadas piedras, chamuscadas imágenes que pasan ante los ojos como un filme no editado aún. Esto genera una fricción, donde subyace una cierta violencia que no es más que la violencia presente en la realidad. Nada inventa el poeta. Le basta con mostrar cuanto ve, tal cual es. Todo se encuentra implícito en su discurso y, quien lee, debe ser más que nunca cómplice de quien escribe para establecer el imprescindible nexo entre emisor y receptor. Recuérdese el título, Libro de imaginar: el autor entrega imágenes, no escenas acabadas. Debe el lector aportar una alta dosis de imaginación para componer las escenas y poder así calibrar esa entrega que se le hace, para recibir plenamente lo leído. Esto no es artificio, no es experimentación casual. Es la esencia genuina de Rito Ramón Aroche, uno de los más originales poetas del actual panorama de la literatura cubana.
Una visión tuve al leer estas páginas. Se materializaron ante mis ojos las estampas del genial pintor español Francisco de Goya y Lucientes. Así logré acercarme, aunque someramente, a las médulas de este singular libro. Cuando lo tenga en sus manos, podrá el lector apreciar una peculiar manera de asumir el lenguaje poético, en un país donde la poesía constituye una fuente que nunca, desde los inicios de nuestra historia como nación, ha dejado de manar, porque sus manantiales llegan desde las honduras de una grandeza que nos sobrepasa, y nos convoca siempre a la fiesta inacabable del espíritu.
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