para Domingo Alfonso, siguiendo el curso de nuestras conversaciones
But all the fun’s in how you say a thing.
R. F.
Tan arduo es hoy tratar de concebir una página venerable que se hace ya casi, digamos que imposible, si es que ha de pensarse en ello, dejar de recordar ese despiadado consejo de Ernest Hemingway a todo aquel que pretenda iniciarse en los menesteres del oficio de escritor.
«Digamos que debería ahorcarse porque descubre que escribir bien es intolerablemente difícil»: palabras de Ernest a George Plimpton en su ya memorable entrevista para los reportajes del Paris Review.
Gabriel García Márquez no ha de haber escuchado mal al insigne cazador y pescador, tanto que parece habernos devuelto lo mismo pero de otra manera: el oficio de escritor es el oficio más solitario del mundo, expresó. ¿Intolerablemente difícil? ¿Oficio más solitario del mundo? Así pero de sencillo. Desoídas por muchos, ciertas palabras de Alejo Carpentier no dejarían de ser un mero contraste ante el continuamente justificado panorama en que navega el mundo literario que nos circunda hoy:
«…el provincialismo literario que nos hace ver genios en todas partes y obras maestras en cada manuscrito». ¡Diablos!, diría alguien. Y uno: palabra de Alejo.
Parecería difícil, pero el solo hecho de adentrarnos en las notas de contracubierta de cualquier libro en una librería cualquiera nos hace sopesar que no lo es. Cuánto no habríamos entonces de agradecer la lectura una y otra vez (una-y-otra-vez) de clásicos de la literatura universal. Hoy, si hubiésemos de escoger uno, no vacilaríamos: Robert Lee Frost (San Francisco 1874-Boston 1963). Dos de sus primeros fueron merecedores de un par de artículos por otro de los suyos en 1913 y 1914, respectivamente, a propósito de A Boy’s Will y North of Boston: Ezra Pound.
«La obra de Frost —escribiría Pound— no es una obra pulida, acabada; pero es la labor de quien nada sabe de concesiones ni de simulaciones. No se vale de monerías: es el asunto, el tema —no sus palabras, ni sus frases, ni sus cadencias— lo que se adentra. No es posible que confundamos un poema con otro».
Podría considerarse una abstracción, pero es que fue preocupación del propio Frost buscar que dentro de un mismo libro cada poema fuese diferente, sin dejar de mantener la consabida y utilitaria unidad. Antes ya había realizado una edición (¿invisible casi?) de Twilight en 1894 de apenas… seis poemas. ¿Cantidad de ejemplares? Dos. Uno para su amada y… otro para él. Suele atribuírsele una marcada influencia de Las Fábulas de Esopo y La Fontaine por un lado, y por el otro, de los Idilios de Teócrito. Eso, si se quiere, en un principio y quizás puede que estas hayan sido lecturas determinantes en su formación. No creo que otra cosa suela demostrar, por solo poner un ejemplo, la lectura de North of Boston.
Intervalos en la montaña (1916), El arroyo que fluye al oeste (1928), Una cordillera de más allá (1936), En el calvero (1962)… estarían dentro de sus obras. 1924, 1931, 1937, y 1943: cuatro las veces que tuvo el honor de recibir el codiciado Pulitzer.
Leer este cuasi soneto que ofrecemos a continuación sería como recordar un cuento, ahora sí, pero de uno de los nuestros: «El caballo de coral» (1959) de Onelio Jorge Cardoso. Da para un ensayo. En mi opinión, quién lo diría.
Entonces, al menos por una vez, algo
Otros me vituperan por haberme arrodillado junto al brocal de los pozos
siempre a contraluz, por lo que nunca llegaba a ver,
en lo hondo del pozo, sino hasta allí donde el agua
me devolvía mi propia imagen en un brillante reflejo superficial;
mi imagen, como la de un dios, en el cielo de verano,
rodeada por una corona de helechos y jirones de nube.
Pero, una vez, mientras hacía un nuevo intento con la barbilla pegada al
brocal,
llegué a discernir, según me pareció, más allá de la imagen,
a través de la imagen, algo blanco e incierto,
algo que estaba más hondo. Y al momento, lo perdí.
El agua misma vino a censurar al agua por haber sido demasiado clara.
Una gota cayó desde un helecho, y he aquí que un temblor
sacudió aquello que yacía en el fondo, fuera lo que fuera;
lo oscureció, lo borró por completo. ¿Qué era esa blancura?
¿La verdad? ¿Un guijarro de cuarzo? Al menos, por una vez, en ese
instante, algo.
Visitas: 18
Deja un comentario