
Rodrigo Moya es un creador mexicano, muy amigo de Cuba y de la UNEAC.
Nació en 1934, es fotógrafo profesional, periodista, fundador y director de la revista especializada Técnica Pesquera —publicada mensualmente durante 22 años―, es director, impresor (tiene una pequeña imprenta en el Distrito Federal) y escritor.
Publicó su primer libro en 1996, titulado De lo que pudo haber sido. En 1997 ganó el Premio Nacional de Cuentos San Luis Potosí del Instituto Nacional de Bellas Artes con Cuentos para leer junto al mar —ejemplar que conservo―, y en ese mismo año obtuvo el Premio Latinoamericano de Cuento Edmundo Valadés con la narración «La Parker».
Es de destacar la gran amistad que nos une, aunque henos perdido el contacto por la desgracia de la pandemia, y porque mi vieja computadora se rompió y perdí todas las libretas de direcciones.
Cuando digo que Rodrigo Moya fue un gran amigo de Cuba y de la UNEAC lo hago porque recuerdo que, en pleno Período Especial, cuando era imposible publicar textos literarios, Rodrigo, en su pequeña imprenta publicó a algunos escritores cubanos, entre ellos yo. Nosotros le hacíamos llegar los originales, él los editaba, mandaba a confeccionar las portadas, los publicaba y los traía a La Habana para comercializarlos en Cuba sin cobrarnos un centavo. A mí me publicó la primera edición de mi novela La agonía del pez volador y la portada la elaboró su compañera de vida Susan Flaherty.
Esto, así como su obra fotográfica dedicada a reflejar la Revolución Cubana, le mereció la Distinción por la Cultura Nacional que otorga el Ministerio de Cultura de la República de Cuba (1996).
Rodrigo visitó varias veces Cuba y alguna vez salimos de visita a las provincias más occidentales. Conservo una foto donde estamos Daniel García Santos, él y yo en Viñales, durante uno de esos viajes.
En la dedicatoria que me escribió en su texto ganador del Premio Nacional de Cuentos escribe: «A Emilio Comas Paret, amigo a quien quiero, respeto y admiro a pesar de que no me contesta mis cartas. Con un abrazo», su firma, y debajo dice Cuernavaca, Mex. 7 de diciembre de 1999.
Realmente Rodrigo es uno de esos amigos que nunca hubiera querido perder de vista, aunque para recordarlo no tengo más que mirar mi novela publicada por su esfuerzo y tesón, y hacer mío un pensamiento de Jorge Luis Borges que aparece en el inicio de la obra que aún conservo y que dice: «Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo, solo quedan palabras».
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