Es la tragedia inglesa el pretexto para hablar de lo cotidiano. Otra vez la literatura le abre las puertas al teatro, y sirve de vientre a la madre de las artes. El odio visceral entre Montescos y Capuletos, no solo evocado, sino traído a escena con los parlamentos precisos, es el eje temático del montaje de Romeo y Julieta.cu del dramaturgo Freddys Núñez Estenoz, obra que ahora mismo inicia temporada con Teatro del Viento en el Centro cultural José Luis Tasende de Camagüey hasta el día 23 de junio, fecha en que pondrán una breve pausa a la exhibición.
Teatro del Viento, dirigido por Freddys Núñez recién cumplió 24 años de fundado y aunque hacen un teatro de investigación social, tiene entre sus referencias a la literatura: universal, cubana. Son abundantes los intertextos, las citas, referencias y construcciones no solo de escenas, sino de conflictos y personajes que nos hacen sentir como si estuviéramos ante un libro.
No en vano Freddys elige la obra cumbre del dramaturgo inglés William Shakespeare para hablar de lo contemporáneo, para desde el arte teatral reflejar el dolor, la tragedia humana que puede y tiene reediciones en nuestros días, por el alimento al odio entre los semejantes debido a razones ideológicas, políticas; la destrucción y pérdida de valores imprescindibles para construir una sociedad y la pugna entre el bien y el mal, cuando este último pretende sentar cátedra.
La obra teatral en cartelera desde el 8 de junio, es un reflejo crítico de la sociedad cubana y sus cambios, porque permite la catarsis desde el momento artístico y conectar con la realidad, condicionada por los elementos dramáticos y la ductilidad que ofrece la actuación, para transitar por diversos estados humorales y hacer sentir esa experiencia mágica de vivir en otras pieles.
Romeo y Julieta.cu es una obra escrita desde 2011 por el director general de la agrupación teatral, quien decidió según su propia voz «en el peor momento, y para probarse a sí mismo» el montaje del texto, a la luz de acontecimientos que catalizan la vigencia del tema dramatúrgico y sus entuertos.
A Teatro del Viento «la memoria histórica» se le fue. Una docena de actores que habían echado raíces por dos décadas o más, apostó por emigrar y esta temporada tiene un sabor heterogéneo de edades, madurez actoral, geografías. Se destacan la participación de actores de Caminos Teatro de Ciego de Ávila, estudiantes graduados en las academias de actuación de Bayamo y Camagüey, procedentes de Las Tunas y otros lares, y actores en plena formación. Lo que no condiciona la puesta al desbalance ni al fracaso. Sino más bien la convergencia hace reafirmar a los de «la vieja guardia» cuánto pueden aportar y enseñar y a los jóvenes cuánto podrán lograr con este teatro donde se experimenta desde y como un espejo social.
Desde el texto dramático, concebido como un gran espectáculo teatral, difícil de encasillar en géneros, pues se migra en cuestiones de segundos del drama, anunciado a lo garciamarquiano, a la sátira, la parodia, el musical y regresando al más clásico renglón —con escena de títeres incluida—, nos lleva también a la Inglaterra de finales del siglo XVI, porque hay parlamentos shakesperianos que se acomodan como anillos a dedos. Pero no solo textos, el vestuario de la puesta también es sugerente de esa época. Y es el vestuario uno de los aspectos mejor logrados, en el diseño y la variedad, los cambios en el ropaje de numerosos personajes, aportando visibilidad, atmósfera, credibilidad a cada situación.
Una sede a medio terminar —en construcción hace varios años—, en lo que fuera un convento católico, no impide el pleno desarrollo artístico a fuerza de voluntad de los actores, de Freddys y del equipo administrativo y de apoyo. Quizás otros, en su lugar, hubiesen claudicado.
El escenario, aforado con cartones para cajas, escritos con frases alusivas al «amor» de pareja, planteadas desde la perspectiva más cursi a la imaginativa, junto a complementos de escena escasos, hablan de los muchos códigos de Teatro del Viento: las cajas, los pullovers impresos con el cartel de la obra, la tinta sobre el cartón, las frases que anticipan un discurso, y la presencia de los actores (15) en escena y sentados como espectadores, o entrando y saliendo, son algunos de los códigos que el Viento ya maneja con aciertos.
Así como el lenguaje, ora literario, ora teatral y actual, hay uso de la teatralidad más gestual, sí, del verbo pero también del movimiento, de los dotes histriónicos destacables no solo en «los que se quedaron» sino también entre «los que se estrenan y los que se invitaron a la ocasión».
Pero la obra no va per se de ese amor shakesperiano, el clásico es solo un pretexto para un paralelo con la realidad cubana, donde ahora mismo hay familias atrapadas por la violencia en los roles de los Montesco y Capuleto. Sobre un hecho real ocurrido en cualquier ciudad de Cuba, la violencia sentida que lleva al asesinato de un joven, a manos de otro joven, la violencia de género, la maldad con que se priva a otros de la vida por banales motivos. Otro de los códigos del Viento: hacer de esa realidad su combustible y mencionarla con la crudeza del suceso en la escena.
Una actriz-narradora presenta la obra. Los subtemas —gracias a la polisemia— armonizan con la cotidianidad: el respeto al ser humano, la violencia, la abulia para enfrentar los flagelos que dañan a la sociedad, el miedo a esa violencia, y muchos otros miedos, sentires, frustraciones, a los que el espectador se asoma cual espejo. Ejercicio catártico, permitiendo conectar con el aquí y ahora en una realidad por ratos —largos— asfixiante entre lo económico, lo social, lo legislativo y un largo etcétera que ya no aportan esperanzas, sino mucho más dudas y son la sala teatral y la obra la válvula de escape de la presión social de cada individuo en una obra que lleva los puntos de giro entre el drama escénico y la realidad.
En dos horas de puesta en escena, que pasan como volando, la curva dramática es de tipo meseta con picos climáticos sin invertir o dejarse caer en el ritmo, un resultado interesante y titánico que se persigue desde el mismo texto, en el que si bien vuelven una y otra vez las críticas a la violencia social, de género, la necesidad del oportuno enfrentamiento a este y otros males, no deja caer ese ritmo con osadas rupturas entre obra y realidad, giros atrevidos en los parlamentos y el juego intertextual entre el actor y el ser humano que le encarna.
Romeo y Julieta.cu no es la clásica y dramática historia que se cita. Es el escenario cuestionador, inquisidor y necesario desde donde Teatro del Viento dialoga y permite dialogar, seguir haciéndolo como ese teatro oxígeno, como ese teatro esperanza, al que le es imposible inclinar la cabeza y andar con medias tintas y sí muy comprometido con su tiempo y su gente, partiendo desde las páginas de un libro.
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