
Rubén Darío (Metapa, República de Nicaragua, 18 de enero de 1867- León, República de Nicaragua, 6 de febrero de 1916) fue poeta, periodista y diplomático. Su verdadero nombre era Félix Rubén García Sarmiento y está considerado como el máximo representante del Modernismo literario en lengua española. Con 19 años, decide trasladarse a Chile, en donde pasa tres años trabajando como periodista y colaborando en diarios y revistas como La Época y La Libertad Electoral (de Santiago) y El Heraldo (de Valparaíso). Aquí conoce a Pedro Balmaceda Toro, escritor e hijo del presidente del gobierno de Chile, quien le introduce en los principales círculos literarios, políticos y sociales del país, y le ayuda a publicar su primer libro de poemas Abrojos (1887), animándole a presentarse a varios certámenes literarios. En 1888 publica en Valparaíso el poemario Azul, considerado el punto de partida del Modernismo.
Entre 1889 y 1893 vive en varios países de Centroamérica ejerciendo como periodista mientras sigue escribiendo poemas. Entre 1893 y 1896 reside en Buenos Aires, y allí publica dos libros cruciales en su obra: Los raros y Prosas profanas y otros poemas, que supuso la consagración definitiva del Modernismo literario en español. En España, el autor despierta la admiración de un grupo de jóvenes poetas defensores del Modernismo como Juan Ramón Jiménez, Ramón María del Valle-Inclán y Jacinto Benavente. En 1902, en París, conoce a un joven poeta español, Antonio Machado, declarado admirador de su obra.
En 1905 se desplaza a España, año en el que publica el tercero de los libros capitales de su obra poética: Cantos de vida y esperanza, los cisnes y otros poemas, editado por Juan Ramón Jiménez. En 1914 se instala en Barcelona, donde publica su última obra poética de importancia, Canto a la Argentina y otros poemas. Al estallar la Primera Guerra Mundial viaja a América y, tras una breve estancia en Guatemala, regresa definitivamente a León (Nicaragua), donde fallece.
Los cisnes
A Juan Ramón Jiménez
¿Qué signo haces, oh Cisne, con tu encorvado cuello
al paso de los tristes y errantes soñadores?
¿Por qué tan silencioso de ser blanco y ser bello,
tiránico a las aguas e impasible a las flores?
Yo te saludo ahora como en versos latinos
te saludara antaño Publio Ovidio Nasón.
Los mismos ruiseñores cantan los mismos trinos,
y en diferentes lenguas es la misma canción.
A vosotros mi lengua no debe ser extraña.
A Garcilaso visteis, acaso, alguna vez…
Soy un hijo de América, soy un nieto de España…
Quevedo pudo hablaros en verso en Aranjuez….
Cisnes, los abanicos de vuestras alas frescas
den a las frentes pálidas sus caricias más puras
y alejen vuestras blancas figuras pintorescas
de nuestras mentes tristes las ideas obscuras.
Brumas septentrionales nos llenan de tristezas,
se mueren nuestras rosas, se agostan nuestras palmas,
casi no hay ilusiones para nuestras cabezas,
y somos los mendigos de nuestras pobres almas.
Nos predican la guerra con águilas feroces,
gerifaltes de antaño revienen a los puños,
mas no brillan las glorias de las antiguas hoces,
ni hay Rodrigos ni Jaimes, ni han Alfonsos ni Nuños.
Faltos del alimento que dan las grandes cosas,
¿qué haremos los poetas sino buscar tus lagos?
A falta de laureles son muy dulces las rosas,
y a falta de victorias busquemos los halagos.
La América Española como la España entera
fija está en el Oriente de su fatal destino;
yo interrogo a la Esfinge que el porvenir espera
con la interrogación de tu cuello divino.
¿Seremos entregados a los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Ya no hay nobles hidalgos ni bravos caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?
He lanzado mi grito, Cisnes, entre vosotros,
que habéis sido los fieles en la desilusión,
mientras siento una fuga de americanos potros
y el estertor postrero de un caduco león…
…Y un Cisne negro dijo: «La noche anuncia el día».
Y uno blanco: «¡La aurora es inmortal, la aurora
es inmortal!». ¡Oh tierras de sol y de armonía,
aun guarda la Esperanza la caja de Pandora!
Allá lejos
Buey que vi en mi niñez echando vaho un día
bajo el nicaragüense sol de encendidos oros,
en la hacienda fecunda, plena de la armonía
del trópico; paloma de los bosques sonoros
del viento, de las hachas, de pájaros y toros
salvajes, yo os saludo, pues sois la vida mía.
Pesado buey, tú evocas la dulce madrugada
que llamaba a la ordeña de la vaca lechera,
cuando era mi existencia toda blanca y rosada;
y tú, paloma arrulladora y montañera,
significas en mi primavera pasada
todo lo que hay en la divina Primavera.
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