
Callado a primera vista, Rubén Rodríguez siempre tiene mucho que decir. Primero lo hizo a través del periodismo, y cuando entendió que en este había logrado, técnica y formalmente, lo deseado, remontó los riscos de la ficción literaria, por los que avanza sostenido por un sólido arnés, trenzado con creatividad y constancia.
La más reciente cota conquistada es el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en su edición 22. Las codornices, la obra galardonada, de poca extensión respecto a los estándares del certamen y, a su juicio, sencillo en cuanto a estructura y argumento, «revela la crueldad de los deseos –más bien caprichos–, y alude a la creciente sensación de poder, ese feeling of power de uno…», nos adelanta, en conversación con Granma.
Su obra contempla literatura para adultos, y tiene varios libros dirigidos a niños y jóvenes. «En 1999 escribí Flora y el ángel, que gana el Premio Celestino de Cuento. Esto me animó, y al salir la convocatoria del Premio de la Ciudad de Holguín, participo con Eros del espejo, que contiene cuentos que se conectan con obras posteriores, y mereció el galardón, y más tarde decido armar una novela para la edición siguiente del concurso. Majá no pare caballo resulta ganadora. A partir de ese momento, me hago una disciplina de escribir, sistemáticamente».
Luego apareció su primer libro para niños, Mimundo, publicado por la Editorial Oriente; y escribe después El garrancho de Garabulla. «La historia ya venía en ciernes. Es un poco personal, de contenido realista: está el guajiro buena persona que quiere ser escritor; la antagonista, una escritora plagiaria, y otros personajes. Al ser publicado y tener amplia acogida, inicié la serie de Garabulla, que tiene hasta ahora cinco libros».
Después de 2005 aparecen otros títulos, entre ellos, la serie de Leidi Jámilton, vinculada con la fantasía más tradicional. «Viene una década de profusa creación para el público infantil y juvenil, con buena recepción de estas obras, cuya escritura disfruto muchísimo, además de la responsabilidad que implica desde el punto de vista didáctico. Nunca he dejado de cultivar ambas modalidades, pero en determinados periodos una tiene mayor prominencia que la otra».
Editor del semanario ¡Ahora!, jurado de importantes certámenes, promotor literario, colaborador de la radio provincial en espacios culturales, docente universitario… ¿Cómo se las ingenia para escribir?
«Me siento a escribir cuando estoy motivado y he definido de qué va la historia a narrar. Después de los libros de cuentos Pintura Fresca (Ediciones Holguín) y Los amores eternos duran solo el verano (Letras Cubanas), me sentí maduro para enfrentarme al Premio Carpentier, que gané en 2019 con El año que nieve. Creo que ha sido el más “consciente” de mis libros, en cuanto a preparación y disciplina de trabajo.
«Habitualmente comienzo a escribir en la mañana, porque soy muy “diurno” para la creación, y redacto unas diez cuartillas por día, sin fatigarme. La fatiga redunda negativamente en la calidad del texto. Una vez que concluyo esa rutina creativa, me ocupo de las domésticas y de otros afanes».
Rubén concursa «cuando tengo probabilidades de ganar». Pero la certeza es otra cosa. «Ganar el Cortázar confirmó el desafío de intentar metas mayores; el reto de la búsqueda perenne de la perfección, aunque se sabe inalcanzable; el imperativo de retomar proyectos más complejos, largamente detenidos; la necesidad de escribir, escribir, escribir…
Al conversar con él, lo escuchamos decir claramente que cree en las buenas rachas; «sin embargo, prefiero el trabajo, la perseverancia, la constancia, la disciplina de escribir al menos una cuartilla por día. Como afirmó alguien: que la inspiración nos encuentre trabajando. Aunque gané el Carpentier al primer intento, fue mi quinta vez enviando al Cortázar», nos revela.
Los reconocimientos han ido marcando el paso de su carrera. «Los premios significan la posibilidad de impresión en un contexto deprimido materialmente en la poligrafía, a causa del bloqueo. Llevaba más de una década escribiendo ficción, cuando una editorial me pidió un libro por primera vez. Por tanto, la mayoría de mis libros publicados provienen de concursos. Los premios siempre dan nuevos bríos y ayudan a mantener a raya el “síndrome del impostor” que a veces asoma».
Tanta vehemencia se le advierte cuando habla de su oficio, que no podemos menos que indagar quién es él cuando escribe. «Cuando escribo soy nadie, porque me convierto en todos y cada uno de mis personajes. Es mi manera particular de concebirlos: anularme y dejarlos que me habiten desde sus historias y sus motivos».
***
Tomado del diario Granma
Visitas: 12
Deja un comentario