Rubén Martínez Villena. Imagen tomada de Cubadebate
Del libro El fuego de la semilla en el surco y en el estilo de Raúl Roa, amigo del «uno y del otro», reproducimos esta anécdota:
Un atlético, espontáneo, talentudo, vibrátil y alegre mozo, tras su diaria sesión de calistenia para conservarse en forma, respiraba eufórico la brisa marina en la azotea del bufete de Fernando Ortiz. Una mano se le posó en la espalda. […]
—¿Pablo de la Torriente Brau, mi sustituto?
—Yo mismo. ¿Y tú no eres Rubén? ¡Las ganas que tenía de conocerte!
El doctor Fernando Ortiz tuvo secretarios de veras ilustres: Rubén Martínez Villena, Pablo de la Torriente Brau, perfectamente coetáneos, y después a Conchita Fernández.
En 1919 Martínez Villena comenzó a trabajar, siendo aún estudiante de Derecho, en el bufete de Fernando Ortiz (Ortiz, Barceló y Giménez-Lanier), donde llegó a convertirse en secretario del sabio polígrafo cubano. Allí lo conocería Pablo de la Torriente Brau, quien lo sucedió como secretario. Una fraterna relación de admiración recíproca se tejió entre ambos, intercambiaban lecturas, practicaban pelota en la azotea del bufete, departían de política. Una cultura inusual para su juventud, una madurez política aún mayor y un anhelo de revolución social para el mejoramiento humano, los identificó.
Pero hay algo más: el talento literario, que en Rubén encuentra su apoyatura en la poesía, aunque no descuide la narrativa, y que en Pablo se expresa a través del relato, el testimonio, el periodismo. No sabemos si atribuir a la casualidad o a qué factor, la confluencia de estos dos intelectuales, entre los más destacados de su generación, con intereses vitales comunes y caracteres aglutinadores, muertos en plena juventud (Rubén a los 34 años y Pablo a los 35), bajo la sabia forja tutelar de Fernando Ortiz.
La década del 20 al 30 del ya cerrado siglo XX tiene a Rubén entre sus protagonistas. A los 24 años encabezó la Protesta de los Trece, el 18 de marzo de 1923, en la sede de la antigua Academia de Ciencias, en la calle Cuba. Allí elevó su voz para protestar contra un negocio fraudulento (el de la compra por el Estado del ruinoso Convento de Santa Clara), que diera origen al documento firmado por él y otros doce concurrentes al acto.
Fue —según se expresa en el manifiesto escrito al efecto—una «reacción contra aquellos gobernantes conculcadores, expoliadores, inmorales, que tienden con sus actos a realizar el envilecimiento de la patria».
De nuevo Rubén es el líder natural. Ahora del Grupo Minorista, que reúne a lo más inquieto de la joven intelectualidad.
Minorista —explica él mismo—por el número corto de miembros efectivos que lo integran; pero (…) ha sido en todo caso un grupo mayoritario, en el sentido de constituir el portavoz, la tribuna y el índice de la mayoría del pueblo.
A la labor política de Rubén se integra su quehacer literario como poeta principalmente, aunque sin olvidar la riqueza de su correspondencia íntima, ni de la prosa diversa. Sin embargo, La pupila insomne, recopilación de sus textos poéticos, no vio la luz hasta 1936, cuando se publicó con un prólogo de Raúl Roa.
Los poemas de Rubén son reveladores de fina ironía, de sus preocupaciones sociales e inquietudes políticas, y todos lo confirman como una de las voces auténticas de la poética cubana de la primera mitad del siglo XX. Max Henríquez Ureña apuntó que Rubén fue «el poeta que con mayor hondura y maestría técnica hizo vibrar la nota de la ironía sentimental». Difícil es ocultar la sonrisa ante la meditada jocoseriedad del poeta:
¡Pobre músculo hueco, víscera miserable!
Automática bomba aspirante-impelente:
¡centro de las calumnias!… Mientras el Gran Culpable
se alberga tras la sabia protección de la frente.
En cuanto a Pablo, vale recordar lo que escribió Juan Marinello:
Tengo la certidumbre de que con Pablo de la Torriente murió uno de los más cabales narradores de su tiempo cubano. No dio su medida, pero anunció su tamaño (…) De vivir más, hubiéramos tenido en Pablo de la Torriente el ejemplar dichoso y pleno de ciudadano, de revolucionario y de creador que anunciaba su fuerte juventud, punzante de raros valores.
Intelectual y hombre de acción, Pablo fue herido junto a Rafael Trejo en los sucesos del 30 de septiembre de 1930, que constituyeron una masiva protesta estudiantil contra el régimen de Machado; estuvo encarcelado una y otra vez, y describió sus terribles experiencias de vida en el Presidio Modelo de Isla de Pinos.
Desde las páginas del periódico Ahora denunció la miseria del campesinado en el Realengo 18 y a través de aquella misma publicación dio a conocer su serie de reportajes sobre La isla de los 500 asesinatos.
El 19 de diciembre de 1936, en Majadahonda, España, cayó a los 35 años Pablo de la Torriente Brau. Meses antes, desde Nueva York, escribía: «Sé que me juego en este viaje, pues, la oportunidad de ver a Cuba otra vez».
Don Fernando Ortiz sobrevivió a sus dos jóvenes secretarios. Las circunstancias tejieron entre los tres una sólida amistad basada en el respeto, la admiración mutua, el amor patrio. Que así fuera es un motivo para celebrar.
Pablo de la Torriente Brau. Imagen tomada de Ecured
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