La razón que no tiene conciencia de sus propios límites, es una débil razón.
Pascal.
No sería tan difícil escribir si no se tuviera que pensar tanto antes; no sería habitual publicar si no aflorara el amor hacia la obra ajena que luego uno procura enriquecer hasta consumar la suya. Eso es la cultura: la humanidad que indaga sobre sí y a la vez intenta vivir una época a su manera. Y en esa actitud que aúna tradición y modernidad puede ir su aporte. Las crisis del presente motivan mirar hacia lo que fue mejor. Entonces nacen las utopías, incapaces de hacernos aterrizar porque del futuro no tenemos certeza. No la hemos tenido nunca, de ahí la simpatía por lo establecido que, lejos de ser una verdad absoluta, reconforta porque tal vez propone variaciones sobre un mismo tema ya engrandecidas. A propósito, un nombre se reitera. No me interesa escucharlo si no soy tentado. ¿Cine? ¿La gente? ¿Cuba? ¿La vida? ¡Rufo Caballero! Otro no podía ser. Opto por mantenerme en mis cabales frente este hombre, no sin antes tomarme un imprevisto calmante. ¿Otra vez Rufo con una compilación de textos críticos sobre cine? ¿Es que no fue suficiente con Lágrimas en la lluvia? Apuesto que no. Caballero está en una etapa de cifrar veinte años, una rica jornada de placer y saber ante el séptimo arte. Pero es tanto lo que puede apreciarse y crecerse intelectualmente en dos décadas que un libro no basta para ¿demostrarlo? De ahí este nuevo compendio, Nadie es perfecto, que recorre varios caminos de irrumpir otro mundo desde la crítica de cine.
Ahora bien, Rufo Caballero a sabiendas de haberse agenciado un conocimiento humanístico diverso, no echa en cara que está entronizado en el palacio de la sabiduría. El verdadero crítico no está para manifestar que conoce. Su autoridad es para encauzar la mirada y para provocar la interpretación desde un saber de fondo, seguro, alcanzado por los años pero jamás infalible, úsese el método que se quiera. Guy Pérez Cisneros, ese impresionante intelectual de la República apostó por la mirada, hablar y luego añadir. Claro, contaba con un saber de antemano, el necesario para leer las imágenes. Erwin Panofsky le hubiera dado un abrazo porque también aplicaba su procedimiento iconográfico-iconológico. No existe un solo camino para adentrarse en el mundo de las imágenes. En La cantidad hechizada José Lezama Lima propone su visión muy acertada: Una crítica que sea creadora, es decir, que engendre en el espectador un acto naciente, un centro de simpatía irradiante, tiene que partir del animismo de lo cohesivo.[1] Rufo Caballero lo tiene bien claro. Vayamos al texto «Ensayando, para responder alos oponentes»(Capítulo dos de Nadie es perfecto). Ante la primera pregunta del psicólogo Manuel Calviño‚[2] el también autor de Un hombre solo y una calle oscura, para suerte de un espectador ávido de construir sentidos, termina afirmando lo siguiente:
El sujeto no solo visita, modela analíticamente el objeto, sino que lo cambia, lo trastorna, lo trastoca, lo convierte en otra cosa; así como, de otra parte, los contornos del objeto pasarán a atormentar o a seducir —cuando no las dos cosas— el intelecto del sujeto, como desde dentro.
Ello no es nuevo, pero tiene a bien recordarlo. Y, ¿cuál es el método de Rufo Caballero? ¿El esencialismo de Arthur C. Danto, a través del cual pretende concretar una definición del arte que abarque todos los ejemplos posibles, occidentales y no occidentales, contemporáneos y tradicionales?[3] ¿Ello es posible a través de la filosofía, de la teoría o la crítica? ¿Acaso concretar no es reducir la existencia inmensa del universo artístico y cultural? De ahí que Caballero revalide otro camino.
Siempre he sido un relativista y un subjetivo. No por figurar ahora frente a la Santa Inquisición Académica voy retractarme. Mi carne no será nunca débil. No creo en el relativismo como agnosticismo posible. Creo en el relativismo como una herramienta sobregnóstica; es decir, que produce un excedente de sentido frente al cual es posible la decantación, la jerarquización racional, el deslinde. El relativismo te permite decantar información, comparar, colegir, actuar sin orejeras, sin monologismo. El relativismo es vecino de la complejidad.
En un número derelevanciade la Gaceta de Cuba,el autor de Nadie… ofrece una definición del acto exegético tan cierta en el meollo como sugerente por la belleza de la construcción del enunciado: «la crítica supone el privilegio de la razón vandalizada por la subjetividad que relata».[4] Quizá la expresión irrite a más de un adepto del objetivismo estético. Pero que no le imputen lenguaje enrevesado: la notoriedad que Rufo se ha agenciado hoy en nuestra prensa se debe a cuánto es leído. De manera que ha aprendido a fraccionarse (sin perderse) en disímiles publicaciones y según los reclamos de cada género, eso sí, sin hacer concesiones y mucho menos faltarse a sí mismo, a su temperamento y gustos. ¡Él y el autor de La importancia de llamarse Ernesto hubieran hecho muy buena amistad!
A propósito de los artículos de opinión que han aparecido en periódicos como el Juventud Rebelde, por ejemplo, me gustaría destacar cómo Rufo provoca a toda suerte de lectores en aras de que marchen al cine a apreciar la propuesta fílmica. En primer lugar resalta en estas críticas un propósito de informar con sutil precisión. Por lo general opta por adentrar al lector en la sinopsis para luego analizar dos elementos fundamentales: la dramaturgia y el estilo, este último, claro está, en caso de haberlo. Tal vez por ser lo más evidente para el público general —y conste que Rufo jamás subestima la capacidad de la gente común— se detiene en la puesta en escena, sobre todo, en las actuaciones. Rinde culto a los actores que lo merecen como por ejemplo la española Maribel Verdú (Los girasoles ciegos), la cubana Tahimí Alvariño (El cuerno de la abundancia) y los norteamericanos Meryl Streep (Mamma mía) y Philip Seymour Hoffman (Antes que el diablo sepa que has muerto). Muchos de estos intérpretes son los que a veces provocan la recepción de determinados filmes, amén de ser garantes de su salvación. Rufo lo revela en las páginas de Nadie es perfecto. Quiero subrayar además que sus artículos no traicionan a ese conocedor del lenguaje cinematográfico que también es. Él emplea terminologías pero jamás es desabrido. Aflora en su escritura deferencia y elegancia para con su seguidor; un ejemplo muy ilustrativo a partir del texto «La rara historia acerca de cómo Woody Allen llega a parecerse a Brad Pitt»:
A las claras se trata, casi confesadamente de un filme menor, sin demasiados aspiraciones, «de cámara» (de cámara urbana y valga la paradoja). Un filme pequeño, de la misma estatura física que su director. Y en ello no hay nada reprobable: es insana la pretensión de ciertos críticos que esperan de cada filme una obra maestra.
Y revela Caballero su tono conversacional —no solo en los artículos de opinión sino en esta obra toda— que se reafirma en ese empleo de afirmaciones que convergen con las sentencias más elocuentes y recordables. ¿No es esto último una de las razones de ser del aforismo, hacer las cosas más memorables? Pongamos algunos ejemplos:
- No piense nadie que tanta apertura de mente y cuerpo no tiene su precio, no suscita su consternación.
- La democracia del sabor es siempre un privilegio; solo hay que saber usarlo.
- Tampoco el escritor cura nada: puede sin embargo compensarlo todo.
- La afirmación de un mundo no tiene que suponer la exclusión de otro.
- Todo pensamiento es, en esencia peligroso.
Jamás Rufo abandona la crítica de análisis, para luego explayar su valoración. Escribir para la prensa entraña riesgos por la premura del hecho que amerita ser informado. Una de las características de la crítica, además de la inteligibilidad, es también la urgencia para no ir muy a la zaga de la creación de otros. Aunque el crítico no tiene que estar a la espera del antojo autoral. Sin ser profeta, puede vislumbrar hacia dónde va el cine y hasta compartir inquietudes teóricas sin ser teórico. La crítica de cine ni ninguna otra es teoría. Y volvamos a lo de urgencia, que no tiene que abrazar facilismos ni desertar de la profundidad. Puede apostarse por lo ameno desde los primeros párrafos de un texto, guste o no el especialista de la película analizada. Y es que el elemento lúdico provoca. Cómo abordar cuestiones del feminismo sin frisar la pedantería o el manual sociológico. Rufo tiene sus estrategias: «No queda títere sin cabeza» —La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel— es un excelente ejemplo de estimación híbrida, donde el goce no aplasta la lucidez.
Particularmente, a las feministas Lucrecia Martel les viene de perilla. La teoría feminista ha impugnado la mentalidad machista de ciertos narratólogos, interesados en hacer ver que toda historia no cuenta sino las peripecias de un sujeto que desea conquistar un objeto y, para ello, debe atravesar un conjunto de obstáculos. Dicen las feministas que la aventura, la conquista, el viaje asociado al poder, caracterizan en realidad la mentalidad masculina, y que, cuando las realizadoras no narran, o desdramatizan el cine, subconscientemente están propinando un golpe de revancha al pensamiento machista, en relación con el orden del mundo dramático. La trama queda vinculada, así, a la voz falocéntrica, mientras que el antiargumento, las digresiones, los atentados al suceso —también ensayados, por cierto, por algunos cineastas, que no solo por ellas— se encomiendan a la reivindicación de lo femenino.
En esta compilación recomiendo leer el conjunto de entrevistas que destacan por el atrevimiento y la capacidad de obtenerle al interpelado un conjunto de experiencias vinculadas a la creación cinematográfica según las experiencias personales en contextos sociales diversos. Al preguntar sagazmente, Rufo Caballero logra con el otro un diálogo colmado de ganancias para todos. En este sentido resalto la entrevista al español Pedro Almodóvar —«Estoyharto de ser Pedro Almodóvar»—, realizada en 1994. Hoy Rufo asevera que el ibérico ha devenido un restringido mosaico cultural que alude solo a sí mismo. ¿Se ha traicionado un crítico que ayer alababa al polémico director de Tacones lejanos y hoy le reclama al mismo por Los abrazos rotos? No, porque la poética de cualquier creador varía y ante un posible estancamiento de estilo que disimula la endeblez de la dramaturgia hay que decirlo. En eso va la autoridad del crítico.
De la citada entrevista de hace ya dieciséis años distingo estas palabras de Almodóvar: «Yo, vamos, podría mostrarte críticas españolas que daban Qué he hecho… como una basura, y cuatro años después decían que era una obra maestra. Ya estoy acostumbrado a ese tipo de paradojas». ¿Paradojas? No, el crítico puede renovar un criterio al pasar los años con arreglo a otras lecturas enriquecidas y enriquecedoras de la misma obra. Ese es un derecho y más: una responsabilidad. Quizá el autor de Nadie es perfecto decida dentro de veinte años, tal vez menos, hacer una nueva compilación de los mismos filmes que analiza en este compendio. Sería muy interesante y correría a comprarlo, así no fuera yo el autor del prólogo.
Por otra parte, cada director de cine tiene derecho a ser juzgado por lo mejor que ha hecho. Pero cuando fragua una ideología de fondo que supuestamente ensalza un pretexto, tiene que estar el crítico entrenado para apartar este y desentrañar aquélla. Leamos primero —porque le toca por fecha— El jefe de todo esto y después «Sadismo Exhibicionista» —sobre Anticristo—, ambas de Lars von Trier. Casi dos años median entre las dos propuestas del danés. Lo que el autor de este compendio sospechó de la primera —a nivel temático y conceptual, Von Trier resulta un tipo, como mínimo, muy dudoso— se lo confirmó la segunda —«Todo es límite, todo es extremo, todo es sentimentalmente porno en este filme, a lo largo del cual su director se pasea como un sádico exhibicionista que quisiera aleccionarnos con la virtud cinematográfica, y autoral, más que todo lo segundo, con que es capaz de despiezarnos en cámara de dolor, el sadismo de los otros, la sangre, el terror, el tormento, la involución del hombre»—. Oscar Wilde recuerda que la primera condición de la crítica es que el crítico reconozca que la esfera del arte y la de la ética son completamente distintas y separadas.[5] No es que el arte, en este caso el cine, tiene que limitarse a lo impuesto por la sociedad. A eso no se refiere Wilde, sino a que el arte puede ser otro camino para ensalzar la vida. La vida puede imitar al arte. Lo ha expresado con razón el escritor de Dublín.
A propósito de Oscar Wilde, ¿habrá en Cuba mayor conocedor y admirador de la obra de este hombre que Rufo Caballero? Exhorto a disfrutar «Dos amigos que se quieren», ese ejercicio poscrítico que homenajea el diálogo maravilloso entre Ernesto y Gilberto (El crítico como artista), ahora a propósito de un pasado Festival de Cine Francés. El especialista cubano logra mantener los temperamentos de ambos personajes, aunque creo que su Gilberto es más autoritario que el de Wilde. Sin embargo, al autor irlandés le hubiera encantado el bocadillo que Rufo pone en boca de Gilberto: «Para eso estamos los críticos, para levantar la ficción de la ficción y entrever todo aquello que el arte, de por sí, no logró ver». Léase entonces el texto personalísimo, afectuoso y a la vez iluminador «Humberto Solás o la reinvención de Cuba». Ya no es el ensayista cuya visión de conjunto le permite abarcar la imagen múltiple del cine de Solás hasta conformarla (Erotismo y nación); ahora es el amigo emocionado que anecdotiza el éxodo de un demiurgo hacia sus orígenes.
Y si se indaga por un texto en Nadie es perfecto, que resume todo el arte de su autor para mezclar géneros y a la vez provocar el universo imaginativo de cada cual, ahí está «La cubanidad no acabada», a propósito de José Martí: el ojo del canario, de Fernando Pérez. Lo mejor de Caballero en esta compilación, a mi entender. «Para producir un libro que valga la pena, debe elegirse un tema que valga también la pena, según Herman Melville. En los predios de la crítica tiene que ser así también. Una crítica cinematográfica como «La cubanidad…» ¿es una reafirmación de emoción racionalizada o un desahogo intelectual? Sí, parece que tienes razón Rufo: el tema estimula el estilo y el tono. ¿Cómo un texto inmenso en cuerpo y alma puede quedar solo apresado en las páginas de la revista Cine Cubano? «Para escribir con mediana seriedad sobre algo, sobre cualquier cosa en el mundo, se precisa el entrenamiento de la mirada afilada, casi más que el conocimiento sistemático sobre el oficio de la escritura misma». Son palabras tuyas, Rufo. Mas tiene que haber algo más, algo tal vez a nuestro alcance pero inefable, acaso de una epifanía irrepetible. Nadie debiera escribir sobre José Martí: El ojo del canario después de leer un texto como «La cubanidad no acabada».
Por último, una condensada declaración de principios: desde hace ya dos décadas el cinéfilo cubano ha experimentado las imágenes de aquí y de allá, de antaño y de hogaño, lejos de la ingenuidad. ¿El culpable? Un «animal depravado» que medita, así calificaría el ilustre e ilustrado Juan Jacobo Rousseau a Rufo Caballero. Popular a más no poder este crítico y hombre de la cultura toda, para colmo. Respetado aun por detractores que persiguen su múltiple yo impreso. Aun cuando se permite discrepar de sus textos por razones corporales y/o de interpretación, sus valoraciones despejan el laberinto fílmico y hasta lo engrandecen. Podemos disentir de algunas opiniones de Caballero pero jamás negar del todo su fecundo trayecto por la crítica desde la vida. Excesivo y apasionado en algunos textos. ¿Enfermo de juventud? Tal vez. ¡Qué sé yo! En otros, parco pero igual de vehemente. Y otra vez lo de la pasión. Acaso hay que terminar de aceptar que «el sustrato real no es de pensamiento sino de sentimiento». Lo recuerda Ernst Cassirer en su libro maravilloso Antropología filosófica. Pero cuidado, Rufo es un hombre de ideas precisas, avaladas por un intelecto relacionante que bebe para regresar cuando conviene y luego se permite zanquear. ¿Corre riesgos ante el hecho fílmico? ¿Quién no? No todos los días se da en el clavo. Es una subjetivad ante otra, una summa adentrada en otra que acentúa la imperfección humana. Mas Rufo insiste en su peregrinaje. Ramón del Valle-Inclán lo ponderaría porque «hay que imponerse con lo que uno tiene y da. Y si no se logra es que no se tiene personalidad».
A Rufo Caballero le sobra esto último gracias, además, a su pensar el cine. Generoso él en su reino de la imagen, al que he intentado llegar por mi senda. Que vengan otros por sus caminos menos angostos y sepan aprovechar una subjetividad tremenda y amiga. Nadie es perfecto, una verdad de Perogrullo. Pero he aquí una nueva ocasión de revelar cómo el verdadero intelectual —y primero, el hombre— es capaz de sobresalir desde sus propios límites.
***
Texto incluido en el libro Nadie es perfecto. Crítica de cine de Rufo Caballero (Ediciones ICAIC, 2023)
[1] Cito de José Lezama Lima: La cantidad hechizada, La Habana, UNEAC, 1970, p.370.
[2] ¿Cuál es y, en caso de existir, cómo se establece, el deslinde de lo constituido en el objeto del análisis y lo constituido por el análisis del objeto? ¿Es que el objeto del análisis es también una figura del analizante (intérprete) y no del analizador (lo interpretado)?
[3] La crítica de arte moderna y posmoderna. Once respuestas a Anna María Guasch por Arthur C. Danto.
[4] Caballero, Rufo. Con odio y con amor, como un hombre. Sentido y placer del crítico cubano. La Gaceta de Cuba, enero-febrero, 2000, no 1, pp. 3-6.
[5] Wilde, Oscar. El crítico artista en Obras Completas. Aguilar, S.A. DE EDICIONES. Madrid, 1954. p.871.
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