No siempre el alumno recibe reconocimiento de sus maestros. Y no hablo de maestros en el sentido pedagógico del término, sino en el sentido humano, el que establece compromisos derivados del ejemplo profesional y ético de nuestros mayores. En el sentido de que quienes fueron tus modelos, tus maestros, se enorgullecieron de ti. He sido una discípula afortunada, pues recibí muestras de respeto y consideración, entre quienes ya no están, de grandes investigadores de nuestro Instituto, entre ellos en primerísimo lugar de José Antonio Portuondo y de Salvador Arias. El más grande reconocimiento que se puede recibir de figuras de tanto relieve como estas es el de merecer de ellos el tratamiento de colega. La satisfacción es aún mayor cuando uno sabe insalvable la distancia entre tu mentor y tú.
Salvador fue un investigador de una devoción sin límites por la literatura y por el arte. Parecían no importarle las cosas terrenales; solo aquellas relacionadas con la cultura artística y literaria. Vivía entregado al arte y la literatura como una especie de sacerdocio.
Un considerable número de trabajos avalan su trayectoria los cuales demuestran sus amplios conocimientos sobre la literatura cubana en todos sus géneros, desde la Colonia hasta la contemporaneidad. De temas coloniales, los cuales me parecen los más persistentes dentro de su vasta producción crítico investigativa, se recuerda sus estudios sobre la poesía de José María Heredia, Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), Gertrudis Gómez de Avellaneda, José Jacinto Milanés, Julián del Casal y José Martí. Fue también versado en temas de narrativa, realizó recopilaciones y prologó de libros como Esclavitud y narrativa en el siglo XIX cubano (1995); y de autores contemporáneos como Alejo Carpentier; tuvo a su cargo la Recopilación de textos sobre Alejo Carpentier (1977) y las Crónicas del regreso (1940-1941) (1996), así como fue prologuista de la edición de Los pasos perdidos (1977). Amplio conocedor de las figuras de José Martí y Jorge Mañach, recopiló Martí en Jorge Mañach (2014) y dedicó sus esfuerzos a la obra de Onelio Jorge Cardoso. De Abelardo Estorino prologó la edición de la obra El robo del cochino (1964). Y sobre temas literarios posteriores al triunfo revolucionario, se encuentran otros trabajos suyos como Hacia una cuentística de la Revolución (1984) y la antología Poesía social cubana (1980). La prosa reflexiva también fue analizada por Arias en trabajos como Estudios heredianos (1980), libro de José María Chacón y Calvo, y Capítulos de literatura cubana (1981), de José Antonio Portuondo. Su libro Búsqueda y análisis: ensayos críticos sobre literatura cubana (1974) exhibe una gama de diferentes investigaciones crítico-literarias —no es gratuita mi insistencia en señalar que son investigaciones de carácter crítico—, tanto sobre géneros de ficción, como de no ficción. En ese libro encontraremos uno de los más acuciosos análisis de uno de los poemas más reconocidos por la crítica dentro de la obra de José María Heredia: «En el Teocalli de Cholula».
Como propio de su modo de encarar el criterio sobre las obras analizadas, el aspecto formal de las mismas, junto con aquellos relativos a los contextos histórico e histórico-literario, sin llegar a asumir la crítica biográfica o un historicismo a ultranza, serán indicadores constantes de su procedimiento crítico-investigativo. En el caso del poema «En el Teocalli de Cholula», apenas quedó algún sistema compositivo de la obra que quedara sin ser minuciosamente repasado. El conocimiento previo de la literatura cubana, especialmente de la literatura colonial, y el rigor del análisis puntual sobre cada autor, permiten al crítico realizar observaciones muy atendibles acerca de las obras analizadas. De todos los poetas coloniales abordados por Salvador, tal vez el dedicado a Gertrudis Gómez de Avellaneda sea el que señale aspectos menos destacados en otros estudios acerca de la camagüeyana, pues no solo se le reconoce «corrección, limpieza y oficio» en su poesía, sino que también encuentra en ellos elementos premodernistas como es el caso del motivo del cisne empleado en su obra.
Su selección Poesía colonial cubana (2002) es el resultado de largos años de investigación y estudio, adoptando ya con ese conocimiento acumulado, una estrategia discursiva reflexiva en donde se demuestra su indiscutible dominio de la materia, lo que le permite captar el proceso evolutivo de nuestra nacionalidad, teniendo en cuenta juicios avalados al mismo tiempo por la tradición popular y por la crítica. Con ello se proponía reencontrar al lector cubano «con una parte esencial de su identidad colectiva», y permitir al lector extranjero «ponerse en contacto con uno de los más vigorosos, unitarios y expresivos momentos históricos de toda la literatura escrita en lengua española».
Fue un estudioso permanente de la vida y la obra de José Martí, labor que iniciaría en nuestro Instituto y completaría años después al integrarse al Centro de Estudios Martianos donde continuó sus indagaciones sobre La Edad de Oro y se incorporó al equipo a cargo de la edición crítica de la obra martiana.
La labor formadora de Salvador Arias fue uno de sus aportes más destacados a la investigación literaria. El tomo La Colonia de nuestra Historia de la literatura cubana se realizó con el trabajo de un colectivo joven recién estrenado en esta importante línea de los estudios literarios. La base de su éxito estuvo en la confianza en sus discípulas a las cuales orientó tareas que supervisó con paciencia, con rigor y con amor. Para lograr su objetivo, conformó un programa de actividades propiciadoras de un conocimiento y una cultura generales sobre la época colonial en aquel grupo. Tuvimos que repasar con Salvador los siglos XVIII y XIX, y acercarnos no solo a su historia y su literatura, sino también a sus artes plásticas.
Estudioso consumado de la literatura cubana, Salvador realizó investigaciones que no se quedaron solo en la recopilación de textos, el dato curioso, o la nota ampulosa, sino que con ellas se afanó en encontrar nuevas aristas para enriquecer el conocimiento ya establecido sobre los temas abordados y especialmente sobre el devenir de la literatura cubana y sus aportes a la expresión en lengua hispana.
Todo trabajo que yo emprendo hoy me recuerda a Salvador (tanto a como a Ana Cairo) que fueron y serán siempre, sin dudas, mis modelos. No digo que hayan sido perfectos, de hecho, es bueno que el discípulo mantenga una de sus manos en el paradigma, pero con la otra busque, rindiéndole homenaje, cómo desmarcarse con amor de sus modelos.
Y justo porque amor con amor se paga, he querido recordarlo hoy con todo mi respeto y todo mi corazón. Estoy segura de que trasmito el sentir de todas sus hoy ya acreditadas MUCHACHITAS. [1]
[1] Las MUCHACHITAS: así identificaron Salvador y Chaple al grupo de jóvenes investigadoras que ingresó al Instituto de Literatura a mediados de los 80 integrado, entre otras, por Aymée Borroto, Silvia Quintanar, Ileana Mendoza, Marivel Hernández y Marta Lesmes. Jóvenes recién graduadas cuya tarea de adiestramiento posgraduado más importante fue la participación en el proyecto de investigación Historia de la literatura cubana, tomo La Colonia. Sin experiencia profesional entonces y asumiendo retos de la época como el inicio del proceso de categorización para el sector de la ciencia, en medio de proyectos personales y familiares difíciles de cumplir por la llegada del llamado período especial con sus nefastas consecuencias, Las muchachitas no lograron igualar a investigadores de la talla de Enrique Saínz (cuyo homenaje por su reciente deceso ha sido extendido a todos los recordados aquí hoy con admiración y respeto), pero sí alcanzar a partir de entonces dignos resultados, apropiándose de una ética y de un inmenso orgullo por su trabajo que, aunque con caminos distintos, las acompaña por el resto de sus vidas.
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Ver la publicación anterior de esta serie por el 57 aniversario del Instituto de Literatura y Lingüística «Evocación de Bárbara Rivero».
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