Al hojear un texto de literatura o enciclopedia de un siglo atrás, poco más o menos, nos percatamos de la verdadera notoriedad que entonces tenía el poeta malagueño Salvador Rueda. Pero el tiempo transcurrido y la crítica han sido implacables con la obra de este bardo, aunque sobre ello no vamos a hacer juicio.
Cuando Salvador Rueda llegó a La Habana era una celebridad y como tal se le dispensó un recibimiento y acogida estruendosos. El arribo ocurrió el 2 de febrero de 1910. La colonia española, que por aquellos días era muy numerosa, pudiente y alborotadora, se preparó para dispensarle una estancia inolvidable, posiblemente más para demostrar su pujanza aún dentro de la vida republicana cubana, que para rendir tributo a un poeta, cuya obra muchos de aquellos mismos jamás habían leído y solo conocían de oídas.
Contaba Rueda poco más de 50 años y era hombre de pequeña estatura, más bien delgado y resuelto a no hablar en demasía, lo cual dejaba abierta la oportunidad de que otros lo hicieran y ensalzaran sus méritos hasta la hipérbole. Su visita, inicialmente dispuesta para un par de semanas, se prolongó por seis meses que transcurrieron entre homenajes, celebraciones y un recorrido por la Isla que le permitió conocer, cuando menos, hasta la región central y dejarse escuchar en los liceos y sociedades de varios pueblos y ciudades del interior. La prensa recogió en más de una ocasión los detalles de su rostro y las revistas publicaron sus versos que entonces sí fueron verdaderamente conocidos por los cubanos.
Léase un fragmento de su poema «Flores de almendro»:
Ella, riente y sencilla, llenas las sienes de estrellas, vertiendo flores de almendro como una visión se aleja…
La presencia en Cuba de Salvador Rueda fue uno de los acontecimientos culturales de mayor trascendencia durante el año de 1910. El semanario El Fígaro, el Diario de La Marina, Bohemia y Letras, entre otras publicaciones, le abrieron sus redacciones, participó de tertulias literarias, departió con numerosos intelectuales cubanos, se le dedicaron poemas y se le tributó un gran homenaje organizado por las sociedades españolas en el Teatro Tacón del Paseo del Prado habanero.
El poeta partió el 20 de agosto y una numerosa cantidad de admiradores y funcionarios oficiales acudieron a despedirlo hasta el muelle, donde embarcó en el vapor Reina Mercedes.
Enmarcado dentro del movimiento modernista, son recordados sus Cantos de la vendimia, Bajo la parra, Cielo alegre, Trompetas de órgano, Ruidos de caracol, Piedras preciosas (colección de cien sonetos), Tanda de valses y otros libros, contándose, además, las novelas andaluzas La reja y Gusano de luz, prueba de que fue un trabajador laborioso.
En una segunda ocasión se detuvo Rueda en La Habana, esta vez a partir del 25 de diciembre de 1916, visita más discreta que la anterior, que se prolongó hasta finales del mes de enero de 1917, cuando partió hacia México. No hubo homenajes oficiales, ni bombo alguno, tal vez por petición misma del escritor, que prefirió descansar y reponerse de una accidentada travesía.
«Más ruido que nueces» en torno a su condición poética. Puede ser…
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Texto incluido en el libro La Habana, un buen lugar para escribir, de Leonardo Depestre Catony, publicado por Cubaliteraria en 2019.
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