
Salvatore Quasimodo (Módica, Sicilia, 20 de agosto de 1901 – Amalfi, 14 de junio de 1968), poeta y periodista miembro del movimiento hermético italiano, recibió el Premio Nobel de Literatura en 1959. Pueden distinguirse en la poesía de Salvatore Quasimodo dos etapas diferentes: la primera corresponde a los poemas publicados en la antología Y de repente la noche y a su obra poética publicada hasta el final de la guerra, en los cuales utiliza una forma escueta, casi minimalista, junto con un contenido fuertemente simbólico. Una vez terminada la guerra, al desaparecer la censura, los temas de la poesía de Quasimodo se vuelcan en la problemática social, utilizando hábilmente la analogía entre las esclavitudes humanas actuales y los mitos griegos; abandona entonces el hermetismo y desarrolla una poesía más clara y vital.
Y de repente la noche
Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra traspasado por un rayo de sol: y de repente la noche.
Invierno antiguo
Deseo de tus manos claras en la penumbra de la llama: sabían a roble y a rosas; a muerte. Invierno antiguo. Buscaban el mijo los pájaros y de repente eran de nieve; tal las palabras. Un poco de sol, una aureola de ángel, y después la niebla; y los árboles, y nosotros hechos de aire en la mañana.
Oboe sumergido
Avara pena, tarda tu don en esta mi hora de suspirados abandonos. Un oboe gélido resilabea alegría de hojas perennes, no mías, y se desmemoria; en mi anochece: el agua tramonta sobre mis manos herbosas. Alas oscilan en débil cielo, lábiles: el corazón trasmigra y yo soy, yermo, y los días un escombro.
En la antigua luz de las mareas
Ciudad de isla sumergida en mi corazón, desciendo en la antigua luz de las mareas, cerca de sepulcros a la orilla de aguas que una alegría desata de árboles soñados. Me llamo: se espeja un sonido en amoroso eco, y el secreto se endulza, el estremecerse en amplios desprendimientos de aire. Un cansancio de precoces renacimientos se abandona en mí, la habitual pena de ser mío en una hora más allá del tiempo. Y tus muertos siento en los celosos latidos de venas vegetales hacerse menos hondos: un respirar absorto de narices.
Garza muerta
En el pantano caliente, clavada en el limo, querida por los insectos, me duele una garza muerta. Yo me devoro en luz y sonido; derrotado, en ecos escuálidos, de tiempo en tiempo gime un soplo olvidado. Piedad, no sea yo, sin voces y figura, en la memoria un día.
A tu lumbre náufrago
Nazco a tu lumbre náufrago, tarde de aguas límpidas. De serenas hojas arde el aire consolado. Erradicado de entre los vivos, corazón provisorio, soy límite vano. Tu dádiva tremenda de palabras, Señor, descuento asiduamente. Despiértame de entre los muertos: cada uno ha agarrado su tierra y su mujer. Tú me has mirado adentro en la oscuridad de las vísceras: nadie tiene mi desesperanza en el corazón. Soy un hombre solo, un sólo infierno.
Islas de Ulises
Detenida está la antigua voz. Oigo resonancias efímeras, olvido de noche llena en el agua estrellada. Del fuego celeste nace la isla de Ulises. Lentos ríos llevan árboles y cielos en el estruendo de orillas lunares. Las abejas, amada, nos aportan el oro: tiempo de las mutaciones, secreto.
En el sentido de muerte
Cerúleos árboles donde el más dulce sonido emigra y nace gusto por las lluvias nuevas. En una frasca, dócil la luz oscila al casarse con el aire; en el sentido de muerte, heme aquí, asustado de amor.
Camino de Agrigentum
Allá persiste un viento que recuerdo encendido en las crines de los caballos oblicuos que corren a lo largo de las llanuras, viento que mancha y roe la arenisca y el corazón de los telamones lúgubres, supinos sobre la hierba. Alma antigua, gris de rencores, tornas a aquel viento, olfateas el delicado musgo que reviste a los gigantes arrojados del cielo. ¡Cuán sola al espacio que te queda! Y más te afliges si oyes aún el sonido que se aleja amplio hacia el mar donde Venus ya serpentea matutino: el birimbao tristemente vibra en la garganta del carretero que reasciende el cerro nítido de luna, lento entre el murmurio de olivos sarracenos.
Escrito quizás sobre una tumba
Aquí, lejanos de todos, el sol da en tus cabellos y los reenciende en miel, y a nosotros los vivos, desde su arbusto, nos recuerda ya la última cigarra del verano, y la sirena que ulula profunda la alarma sobre la llanura lombarda. Oh, voces abrasadas por el aire. ¿Qué queréis? Todavía sube aburrimiento de la tierra.
Carta
Este silencio detenido en las calles, este viento indolente, que ahora resbala bajo, entre las hojas muertas, o remonta a los colores de las banderas extranjeras... tal vez el ansia de decirte una palabra antes que se cierre otra vez el cielo sobre otro día, tal vez la inercia, nuestro más vil mal...La vida no está en este tremendo, oscuro, latir del corazón, no es piedad, no es más que un juego de la sangre donde la muerte está en flor. Oh!, mi dulce gacela, te recuerdo aquel geranio encendido en un muro acribillado por la metralla. Oh, ¿ni siquiera la muerte ahora consuela más a los vivos, la muerte por amor?
Un arco abierto
El ocaso se fragmenta en la tierra con trueno de humo y el pequeño búho marca el tú, dice sólo el silencio. Las islas altas, oscuras aplastan el mar, en la playa la noche entra en las conchas. Y tú mides el futuro, el principio que no queda, divides con lenta fractura la suma de un tiempo ya ausente. Como la espuma se ciñe a las rocas, pierdes el sentido del escurrir impasible de la destrucción. No sabe la muerte mientras muere del canto cerrado del búho, intenta en torno su caza de amor, continúa un arco abierto, revela su soledad. Alguien vendrá.
Ancla del infierno
No nos digáis una noche gritando en los megáfonos, una noche de azahares, de nacimientos, de amores apenas comenzados, que el hidrógeno en nombre del Derecho quema la tierra. Los animales los bosques se funden en el Arca de la destrucción, el fuego es un muérdago sobre los cráneos de los caballos, en los ojos humanos. Después a nosotros los muertos vosotros muertos nos diréis nuevas tablas de la ley. En el antiguo lenguaje otros signos, perfiles de puñales. Balbuceará alguno sobre las escorias, inventará todo otra vez o nada en la suerte uniforme, el murmullo de las corrientes, el crepitar de la luz. No diréis la esperanza vosotros muertos a nuestra muerte en los embudos de barro hirviente, aquí en el infierno.
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