En julio pasado se cumplieron tres décadas de la desaparición física de un singular creador cubano, que destacó en varias esferas intelectuales. Nacido en San Juan de los Yeras, el 31 de marzo de 1914, Samuel Feijoó brilló como poeta, narrador, ensayista, editor, pintor y dibujante. Además, compiló y prologó numerosas antologías líricas y folclóricas. Dentro de su vasta creación poética, destacan su Libro de apuntes, de 1954; Faz, de 1956; El girasol sediento, de 1963, y Cuerda menor y Ser fiel, ambos de un año más tarde. En 1983 fue publicado el cuaderno titulado Ser; en 1984, Poesía; y en 2006, Breve concierto; selecciones todas que reúnen sus mejores poemas.
En 2007 la editorial Letras Cubanas sacó a la luz un conjunto de poemas de su autoría, denominado como El pensador silvestre. Con selección y prólogo de Virgilio López Lemus —uno de los grandes estudiosos de su obra—, en él se reúnen obras rescatados de la revista Signos, en diferentes años de la década del setenta, a la vez que agrupa siete cuadernos: El pan del bobo, publicado en 2002 en Cienfuegos; el libro homónimo que da título al presente volumen; La macana en flor, Rayo en yegua, Sonetinos, Epigramas y Letrillas y Haikus libres. De sus sonetinos, ofrezco a continuación una muestra:
Soy del cosmos, soy del suelo, porque entiendo esta belleza: si camino, la cabeza se me introduce en el cielo. ¿Cómo al cosmos no gozar, a la nube y al sol tardo, a esos mares donde ardo y a ese monte que veo andar? De tierra soy, soy el hijo de una diminuta estrella: apenas dejo mi huella en el polvo del camino; pero en cielo y tierra, fijo, encuentro mi fiel destino.
De este volumen, la editora Mayra Hernández Menéndez expresó:
Es un conjunto lírico de pleno goce estético, emotivo y a la par, intelectivo, lleno de sorpresas que nos hacen levantar la mirada de la lectura para el disfrute de lo dicho, la reflexión o el deleite de la emoción transmitida. Se confirma así la vigencia del quehacer poético de Samuel Feijoó, cuya obra se alza como un valor propio del idioma español.
Este autor se decanta por la sabiduría popular tradicional, folclórica, e interpreta en versos anécdotas, imágenes, secuencias, fábulas que sintetizan una frase o un dicho lleno de verdades ancestrales sobre valores como la libertad, el respeto, la importancia de conocer antes de manifestar criterios, el lugar que nos corresponde ocupar en la vida según la formación de cada cual, y otros aspectos interesantes y prácticos de la existencia. Contempla el uso inteligente y oportuno de recursos literarios como la ironía, el humor, la parábola, siempre con una preponderancia de la imagen, preferiblemente alusiva a escenas del campo cubano y ejemplares de la fauna y la flora patrias, como vemos en su «Ave en paz», donde cada negación en la lectura incita a un estado de retiro y contemplación, de abandono y conformidad ante la maravilla de la naturaleza:
La garza de ala tan blanca no se mira en el reflejo sereno del pardo espejo del arroyo en la barranca. No ve su ojo retinto sobre el agua, donde ondula, que su destello simula un relámpago distinto. No busca el sol de la sierra azul, de remota tierra que se encumbra. No ve suerte de oros en la cañada. En su tranquila mirada, no teje la tarde inerte.
Transpiran sus versos la huella de un creador sencillo y profundo a la vez, que evita adornos recargados en el lenguaje, exhibiciones académicas, floreos descriptivos sin un fin expresivo. Cada palabra tributa a su intención conceptual, a su idea central, a un objetivo que, finamente, logra materializar firme y sutilmente. Según quienes lo conocieron, escribía sin esfuerzo apenas, sin retarse, sin revisar mucho, como si fuera para él una necesidad vital y absolutamente natural y lógica.
De la misma manera recibimos sus versos, originales y sabios, vivaces y chispeantes, seguros y abiertos a la interpretación personal más cercana al lector, amén de sus valores literarios. Meritorio es el logro feijosiano de un paisajismo singular a través de la palabra, donde todo interesa: desde los sujetos y sus acciones hasta las pausas intermedias y los silencios finales de una muda declamación; desde la estructura y la rima —casi siempre presente— hasta la idea que trasciende las descripciones, muchas veces de raíz filosófica, didáctica, educativa, social y hasta política.
Donde es la yerba ella sola, cubre el prado, cubre el monte, luego trepa al horizonte y bufa ante la amapola. Donde el mediocre campea, revestido de su pompa, es seguro que se rompa el de la insólita idea. Por eso, bisoño amigo, sé lo que sabe el gorgojo: la gorgoja es su ideal. Por ello, a solas me obligo a cantar para ese cojo y para quien vence al mal.
Desde esta página le recomendamos la lectura de El pensador silvestre, de Samuel Feijoó, un tesoro literario que cumple ya quince años de publicado por la Editorial Letras Cubanas.
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