
Ya no recuerdo cuando vi por primera vez a Samuel Feijóo. Supongo que alguna que otra vez nos cruzamos en la redacción del periódico El Mundo donde éramos, es un decir, compañeros de página —yo tenía 18 años entonces y empezaba el camino y él era ya quien era. Más acá en el tiempo, conversamos durante una visita fugaz que hice a la Universidad Central, donde dirigía la revista Islas y después, una tarde, mientras caminaba sin rumbo por la ciudad de Cienfuegos, me salió de sopetón a la vuelta de una esquina…
Mi primer encuentro serio con el autor de Azar de lecturas y El girasol sediento, fue, en julio de 1974, la tarde en que, previa cita, fui a entrevistarlo al hotel donde se alojaba durante esa estancia suya en La Habana a la que venía muy de tarde en tarde hasta que terminó instalándose en ella.
Me obsequió Pleno día, que entonces era su libro más reciente y lo dedicó: «Para Ciro estos renglones sentimentales, personales, melcochosos, estas trovas cubanas bien cursis, discos en la esquina, íntimos y al descuido.»
Sin más ná ¿qué? Escribió sentimentales y melcochosos con zeta y calzó el texto con dos dibujitos; una jicotea y un gallo, a los que, me dijo, se parecía. «Me parezco a mis símbolos: la jicotea y el gallo». Añadió: «La jicotea es resistente, vive dos mil años, camina rente al suelo, toma el sol en las piedras, es lenta y cuando muerde, no suelta… El gallo es el vigilante del día, canta en su gallinero (mi país) es nervioso y espera en la mata de güira —otra vez y siempre— su propio canto para que salga el sol».
Sentenció: «A esto —con sus símbolos banales— se parece, quizás, esto que llamo mi yo, que, si es un yo verdadero, abarca multitudes, y como ama muchas cosas, con pasión excesiva, son las multitudes campesinas de mi patria las que me hacen creer que existo de veras y que este yo jicoteico y galleril no es el usual saco de gemidos egoístas del esmirriado».
A aquel encuentro siguió un intercambio de correspondencia y la solicitud de un par de trabajos míos para su publicación en la revista Signos, que dirigía y cuyas entregas remitía religiosamente a numerosas personas a la que un día se vio obligado a pedirles que le giraran el importe del franqueo porque la revista era gruesa y él lo pagaba de su bolsillo.
Un sábado de mañana, a las once, asistí a la presentación de uno de sus libros, entonces en la acera de La Moderna Poesía. Me acerqué a saludarlo e inquirí por su salud. Respondió que muy bien desde que ingería a diario veinte bistecs de nalga de pulga, frase que repitió por aquellos días no pocas veces. Aquella mañana se tocaba con un sombrero de yarey que lucía en su parte delantera una tarjeta en la que se leía: «Soy un come mierda».
Cursi, tristón, persistente
― «Samuel Feijóo es un poeta un poco cursi, tristón, persistente, con los consabidos siete lectores que se alcanzan en una generación, incluyendo al linotipista y por tanto excepcionalmente afortunado en mi patria» ―me dijo, y con relación a Pleno día aseguró que estaba compuesto por versos muy sencillos y, de seguro, muy humanos que habían surgido de su vida, pero en los que hablaba una multitud de desgraciados y de sedientos. Y los publicaba para acompañarlos y darles el ánimo del viaje.
Era para él un misterio la forma en que se conciliaban las dos líneas que advertía en su poesía, la íntima, que definía como amarilla del girasol, y la que llamaba línea vegetal cubana. Podía decir que sabía beber champagne en jícara y leer a Shelley con sumo placer debajo de una palma. Los cantos campesinos sencillos, humildes, lanzados al viento sin más trascendencia que la del instante en que se gozan, fueron sus maestros de humildad, de verdad y de alegría. Pero asimiló asimismo a grandes poetas y no escribió nada que no respondiera a una vehemencia vital de su ser, la vehemencia banal inclusive que complementaba la imagen de su posible yo poético.
Nació en el campo, en un pequeño pueblo de calles de tierra, llenas de caballos y se crio entre lomas, cañaverales, pesquerías, arroyos, jiras camperas… Fue atrapado desde temprano por la investigación folclórica; sin ella perdía la salud y se le secaban las fuentes de su poesía secreta, la que podía escribir, su desmañada poesía escrita.
— Yo no he dejado de recoger, de almacenar materiales fundamentales del ser popular cubano en estas últimas décadas —puntualizó. No existen sacrificios para mí. Duermo en hamaca o en el suelo, camino leguas y leguas bajo el sol, con comida o sin ella, por el placer indescriptible de hallar esas riquezas supremas de nuestro pueblo. Me he entrenado muy reciamente para esos trabajos. Yo no sé lo que es el folclore de gabinete. El folclor lo he aprendido con «las patas», monte adentro y con el placer de su cercanía penetrándome, enseñándome, ensanchándome. El placer que experimento no se lo puedo expresar. Ni lluvias ni truenos ni sol ni ríos crecidos me intimidan. Un cagajón de caballo puede servirme de almohada y duermo bajo las estrellas sin merma de salud…
― ¿Qué caracteriza entonces al folclore campesino cubano? —inquirí.
― El sentido del humor, la fuerza imaginativa y la incesante creación.
Precisó que el cubano se aburre rápidamente de un cuento, de una canción, de un mito, de una danza, de un dicharacho, de un trabalenguas… Inventa otros. Ha creado una jerga folclórica que se renueva por término medio cada diez años. Necesita inventar conceptos, palabras, refranes, dicharachos, canciones y mitos pues la novedad es fundamental en la expresión folclórica y popular cubana. De ahí su riqueza, sus variaciones y las grandes manifestaciones locales de mitos y de jergas que podemos encontrar en regiones muy cercanas entre sí.
Guardó silencio, meditó durante unos minutos y añadió:
― Usted me ha pedido las características de nuestro folclor campesino y termino hablándole de mis propias características, quizás porque tan penetrado he sido por la riqueza folclórica que hablando de mí, hablo también del folclor cubano. Claro, esto sería mi orgullo si fuera verdad.
Dejó escuchar el poeta frases que el cronista anotó al vuelo o apuntó con más o menos exactitud. «Un folclorista no se improvisa», dijo y añadió que el folclor es un arte y un saber muy difícil, una alegría muy intensa, un alimento poderoso… es lo que sale de la tierra, lo legítimo que produce un país. «Pero un país no es verdaderamente saludable ni es verdaderamente un país si está cerrado, sellado, embalsamando en su cultura propia, en su folclor propio». Mencionó que acababa de buscar en Baracoa famosos mitos de mucha fuerza en el siglo XIX y los encontró vigentes. Debido a siglos de aislamiento, halló allí un lenguaje singular y de riquísimas enseñanzas. Baracoa es una mina para los filólogos y un hito muy feliz para nuestro folclor general. Habló sobre los resultados de sus estudios de folclor comparativo en Rumania y Bulgaria y expuso que los montañeses son muy parecidos, no importa si las cumbres donde viven crezcan guásimas o abedules; existen variantes, pero a través de ellas se comprende que el hombre se parece al hombre. «Una de las cosas que mejor define a un país es lo que el pueblo requiere para su felicidad. Conociendo lo que un hombre necesita para ser feliz, yo establezco su desarrollo, me aproximo cercanamente a sus valores y puedo determinar la etapa de desarrollo sicológico en que se encuentra».
Feijóo pintor, dibujante, ilustrador de sus propios libros. ¿Por qué nunca ha expuesto su pintura? No lo había hecho hasta el momento de este encuentro; desconoce el cronista si después.
«Hubiera querido exponerla, pero estaba seguro de que el lugar escogido no tendría el asentimiento de promotores y curadores. Quería exponer en sitio público, abierto y alegre, un parque, por ejemplo, con la pintura colgando de las ramas bajas de los árboles, moviéndose al compás del viento y humedecidos por el rocío. ¿Y si llueve? “Qué le vamos a hacer”.»
Confesó identificarse con toda su obra. «En ella está mi desarrollo», lo que no quiere decir que lo escrito hoy sea mejor que lo de ayer. «Tengo poemas de juventud que, para mí, levantan un árbol verde y lleno de pájaros en cada página. Los primeros dibujos me ganan siempre. Jamás volveré a ese paraíso donde la búsqueda era un pájaro lleno de rayos». Mejorar lo hecho es un intento permanente para Feijóo.
― Poeta, narrador, ensayista, crítico… ¿Con cuál de esas facetas gustaría de pasar a la posteridad?
― Como la posteridad es algo que no me compete, no sé qué pueda interesarles a los afanosos lectores profundos del futuro. El lector profundo, actualmente escaso, es mi meta, al cabo. No sé qué le gustará leer de lo mío actual. En secreto le digo que no pienso nunca en ello ni creo ganar lectores profundos para mi obra en la demasía —que es ley— en el exceso —que es mi naturaleza— que yo quisiera, para ayudarle con mi posible verdad real, de vida entera: Un destello o un posible relámpago, casi invisible, sobre la página desértica.
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