Es nuestro propósito ofrecer dos importantes polémicas tenidas lugar después del después del 20 de mayo de 1902. Se trata de discusiones relevantes para el destino de Cuba como nación en ciernes, en momentos históricos diferentes, acerca de dos tratados comerciales decisivos para el futuro de los cubanos. Aunque en definitiva pudiera considerarse una misma querella sobre la suerte de Cuba como país supuestamente libre en el contexto internacional de naciones. Cuando se discutió la Enmienda Platt como un apéndice a la constitución cubana, Manuel Sanguily fue de los que opinó que tácticamente lo más adecuado era aceptarla pues lo importante era proceder a la evacuación de las tropas estadounidenses que mantenían la ocupación y dar paso a alguna forma de autogobierno que nos permitiera reasumir nuestra soberanía en el menor tiempo posible.
En esas circunstancias, Sanguily estimaba que en el terreno económico se podría dar una batalla decisiva por lograr un mayor grado de independencia. Fue así que asumió un rol protagónico en los debates que sobre las relaciones internacionales se dieron dentro y fuera del senado cubano. En esas discusiones quedaría demostrado que Estados Unidos no cedería un ápice en sus intentos por monopolizar todo el comercio de Cuba; más allá de la Enmienda Platt había medidas coercitivas a las que pudieron apelar para señorear sobre la Mayor de las Antillas. Por esos años, Washington experimentaba en tierra cubana un modelo de dominio de corte neocolonial con el objetivo de extenderlo al resto de las Américas, para ello contaba con ciertos agentes políticos en la Isla. Pudiéramos afirmar que uno de los más eficaces fue, sin lugar a dudas, Antonio Sánchez de Bustamante, rival por antonomasia de Manuel Sanguily en el senado republicano.
La discusión en los congresos cubano y norteamericano sobre el Tratado de Reciprocidad Comercial entre Cuba y los Estados Unidos tuvo lugar en marzo de 1903. Para ese entonces, se habían neutralizado algunos de los elementos que resultaban adversos a su concertación. En el Senado cubano tuvo lugar un encendido debate cuyos protagonistas fueron Antonio Sánchez Bustamante, por quienes lo defendían, y Manuel Sanguily, por sus detractores.
En definitiva el Tratado de Reciprocidad se aprobó en los mismos términos en que el Senado norteamericano lo había dispuesto, a pesar de las posiciones vacilantes de los senadores de la Isla que, según el propio Sanguily, mantuvieron tres actitudes diferentes en el breve espacio de 24 horas.
No fue posible aplicarles las enmiendas a los artículos IV y VIII, porque se situó a la Alta Cámara cubana en la disyuntiva de que si no aprobaba el tratado en su forma original, el mismo se debía negociar nuevamente. De este modo, Washington podía adoptar represalias. Según Sanguily: «Aquí se nos traza un círculo infranqueable: o todo el tratado, como quiera que este sea, o ningún tratado»1.
Sanguily, en su primer discurso, llamaba la atención sobre los beneficios que podría obtener Cuba de los acuerdos de la Convención azucarera de Bruselas porque «gracias principalmente a la iniciativa y gestiones de Inglaterra» se favorecería el consumo mundial del dulce. El senador cubano entendía que las rebajas arancelarias otorgadas a nuestro azúcar en los Estados Unidos podrían ser vistas como una especie de prima, lo que provocaría que los gobiernos firmantes de la Convención le impusieran derechos elevados al azúcar cubano en cualquiera de sus mercados, básicamente en Europa.
El veterano mambí entendió que el país no solo debería enfrentar las sanciones de la Convención de Bruselas, también dejaría escapar los beneficios de otros mercados del mundo. Otro argumento de peso sostenido por Sanguily fue que los mayores favorecidos por el Tratado de Reciprocidad serían los monopolios norteamericanos, en particular el Trust refinador de azúcar:
Se beneficiará sobre todo el Trust azucarero de Estados Unidos porque las rebajas en las aduanas americanas de los derechos de importación que gravan al azúcar y el tabaco (…) equivalen a una merma del tesoro que puede calcularse en unos seis millones de pesos (…) todas las sospechas hacen presumir con verosimilitud que todo ese dinero se sumergirá en la caja del Trust azucarero!2.
Antes de concertarse el Tratado de Reciprocidad se había iniciado la competencia entre el monopolio azucarero americano y el mercado de Londres, este último ofrecía precios superiores al primero, lo que destacó Sanguily en su segundo discurso. El senador Frías lo interrumpió para aclararle que ello se debía a que no estaba en vigor el protocolo comercial cubano-norteamericano, a lo que Sanguily con mucha sagacidad respondió:
Cuando haya Tratado ocurrirá (…) que el Trust, por medio de sus agentes, comprobará aquí, aquí fijará e impondrá los precios y luego importará a los Estados Unidos todo el azúcar que hubiese adquirido, disfrutando él solo por tal manera del beneficio de la rebaja arancelaria3.
Por último, a un patriota nacionalista como Sanguily no se le escapaba que en el equilibrio comercial con el mundo y en los beneficios de la libre competencia podría apoyarse la Mayor de las Antillas para ejercer su soberanía. A esos efectos era necesario conservar los vínculos con Europa:
Por eso impugno el Tratado porque contribuye a nuestra debilidad y facilita nuestro desastre, desalojando el comercio europeo, y, con el comercio, los intereses europeos, el interés de Europa en la conservación de la República. (…)
Excluida Europa, se rompería el equilibrio; desaparecería una fuerza moral considerable que pudiera mantenerlo indefinidamente, quedarían los cubanos, más o menos debilitados y empobrecidos, enfrente del dinero y el poderío de los americanos4.
No sería esa la primera vez en la historia de Cuba en que nos fuera preciso aliarnos a otras potencias para evitar ser absorbidos por Norteamérica. Sanguily tuvo un formidable rival en Antonio Sánchez Bustamante, un senador pragmático con cierta solvencia en el congreso cubano. Bustamante apeló al instinto material de la oligarquía y utilizó inteligentemente el temor a las represalias norteamericanas. Los senadores que representaban a esta clase social, a «esos pocos ricos que nos quedan», según el criterio de Sanguily, quedaron subyugados por las palabras de Bustamante:
La reciprocidad verdadera está en tener conciencia de nuestras respectivas necesidades (…) nosotros partimos nuestras diferencias comerciales no como enemigos, sino como aliados recíprocos, y si quedara alguna diferencia (…) como llevamos hidalgamente en el alma motivos de gratitud para ese gran pueblo, más a nuestro placer se lo pagaremos con serias ventajas en los derechos de aduanas que con jirones de nuestro territorio o pedazos de nuestra soberanía5.
Bustamante utilizó el señuelo de nuestra soberanía amenazada con la creación de varias bases militares estadounidenses para que los senadores nacionalistas venciesen sus temores hacia las consecuencias del Tratado de Reciprocidad. Para él, los especiales vínculos comerciales entre Cuba y Estados Unidos no comprometían nuestra independencia formal, por tanto no se debía temer de una posible anexión territorial. A los que recelaban que entre Washington y La Habana se mantendría una relación económica dependiente les señalaba:
A mí me parece el Tratado de Comercio una obra antianexionista. (…) El organismo que quiere supervivir en las luchas de la especie, como en las luchas de la sociedad, se nutre y no se debilita; crece y no se rebaja. No es la miseria, ciertamente, la manera de sostener frente al extranjero nuestra personalidad propia, soberana e independiente, sino la prosperidad y la riqueza6.
En realidad, tanto en la opulencia como en la miseria quedaríamos a disposición de las ambiciones hegemónicas del Tío Sam. En definitiva, Sanguily perdió la porfía; sus agudas reflexiones no podían calar en quienes tenían sus intereses fijados en los beneficios de la oligarquía cubana, que malamente podía extenderlos al resto de las clases sociales del país. En palabras pletóricas de sabiduría y refinado verbo señalaría:
No obstante de que al cabo no ha de pesarse y medirse la verdad por las prendas de sus contrarios ni por la debilidad de sus mantenedores, sino por ella misma y por ella sola, y aún cuando para mí ha de sufrir ella esta noche un eclipse, no renuncio con todo a la esperanza de que seguirá brillando en el fondo de todas las conciencias, pues estoy profundamente convencido de que no somos nosotros los equivocados7.
Un poeta de la Isla, Enrique Hernández Miyares, conmovido por el discurso de Sanguily, comparó a este con el Quijote y a Bustamante con el Caballero de la Blanca Luna, también le dedicó el soneto «La más fermosa» al veterano mambí. El 27 de diciembre de 1903 comenzaría a regir en la República de Cuba el Tratado de Reciprocidad Comercial.
Leer también: Hacia una falsa apertura democrática a inicios de 1958.
- Hortensia Pichardo: Documentos para la historia de Cuba.Editorial Ciencias Sociales, 1969. Tom II p. 224.
- Ibídem, p. 232.
- Ibídem, p. 243.
- Ibídem, p. 247.
- Historia de la Nación Cubana. Tomo VIII. Libro primero. Presidencia de Estrada Palma por José M. Pérez y Enrique Gay-Calbó. Ed. Historia de la Nación cubana, S. A. pp. 8-9.
- Rafael Martínez Ortiz: “Cuba, los primeros años de independencia”. Ed. “Le livre Libre“, París, 1929, pp. 35-36.
- Hortensia Pichardo: Ob. Cit. p. 237.
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