El 30 de mayo de 1906 se abrió a discusión el Tratado anglo-cubano de comercio y navegación en el senado cubano. Era el momento decisivo para quienes habían sobrevivido a las maquinaciones de Washington y todavía sostenían el proyecto de un comercio diversificado para la mayor de las Antillas. Ahora el Tratado sería objeto del análisis de los políticos que ya cargaban el lastre de los cambios abruptos que había sufrido el país desde la intervención militar norteamericana en 1898. Los senadores, en particular los del Partido Moderado, habían sido aleccionados por Estrada Palma para que cuestionasen el Tratado con Gran Bretaña en virtud de facilitar la revisión del Tratado de Reciprocidad Comercial con los Estados Unidos y propiciar la ratificación del Tratado Hay-Quesada. Aunque en realidad se trataba de meros sofismas, el Presidente cubano se había comprometido con la administración Roosevelt a boicotear el convenio con Londres porque aspiraba a que Washington le continuase ofreciendo apoyo político en sus planes de reelección electoral.
Por otro lado, los senadores del Partido Liberal, encabezados por Alfredo Zayas, se habían manifestado contra el Tratado anglo-cubano por considerar que no era conveniente en ningún sentido. Solo algunas personalidades de prosapia mambisa, animadas por sentimientos nacionalistas, se decidieron a dar la batalla a favor del tratado pactado con el Reino Unido. De nuevo el Quijote de nuestra dignidad nacional en el Senado, Manuel Sanguily, rompería lanzas contra las camarillas que por largo tiempo habían cabildeado en torno al asunto que ahora sería debatido. Dirigiéndose a los representantes del Partido Liberal, a los del Partido Moderado y a los miembros de la Comisión de Relaciones Exteriores, puso en evidencia la inconsecuencia de sus actos:
Los liberales en la persona de su Jefe, se oponen al Tratado ¿cabe en los principios que uno debe suponer que abrigue y defienda su partido, semejante actitud? Pero los moderados me sorprenden a mí más. El Tratado con Inglaterra es una obra del gobierno y los moderados y el gobierno son la misma cosa. ¿Cómo es posible que ellos estén en tal desacuerdo con el gobierno? Y sobre todo, cuando esa actitud ha de implicar el descrédito de nuestro gobierno, a los ojos de Inglaterra y a los ojos del mundo.[1]
La denuncia de Sanguily pondría en una situación moral embarazosa al Partido Moderado. En realidad los senadores moderados habían seguido las orientaciones oportunistas de Estrada Palma por lo cual rompieron con la política oficial de la Secretaría de Estado.
Aunque la actitud del gobierno de Londres con relación a la disputa en torno al Tratado con Cuba era muy cautelosa y más bien pasiva, el 13 de enero en cablegrama emitido indicaba que habían autorizado la más amplia divulgación del mismo para que el mundo supiese que «el documento no tiene significación alguna y es solo para demostrar a los gobiernos interesados en ello que el Tratado es inatacable».[2] Sanguily, dirigiéndose entonces a los miembros de la Comisión de Relaciones Exteriores, les increpó:
Y mientras el gobierno inglés declara que el tratado es inatacable, la Comisión de Relaciones Exteriores lo modifica, no solo en su aspecto formal, sino en su fondo, en su espíritu y en todo lo que en él hay de trascendental. La Comisión de Relaciones Exteriores, pues, anula el Tratado. Dado, ese cablegrama, dado el carácter del gobierno inglés (…) no es posible que con esas enmiendas el gobierno inglés se resigne, aceptándolo (…). Y he aquí otro de los motivos para que yo, que lo sospechaba, jamás hubiera asumido el papel de defensor unipersonal y exclusivo de este Tratado.[3]
Sanguily, refiriéndose más específicamente a las enmiendas del artículo I relativas a las excepciones hechas en materia de cabotaje y pesca, señalaría que no eran necesarias ya que estas se comprenden dentro de los derechos reservados de las naciones. En cuanto al texto impuesto por Washington, inicialmente como artículo XXI que luego se añadió por la Comisión de Relaciones Exteriores al artículo primero, el combativo senador utilizó como antecedente para su análisis un tratado comercial entre los Estados Unidos y México de 1863. En este último se expresaba el concepto que mantenían los Estados Unidos sobre la cláusula de nación más favorecida que no se aplicaba a los Tratados de Reciprocidad; por tanto no debía haber contradicción alguna entre lo que proponía el Tratado anglo-cubano y lo que estaba establecido por el Tratado de Reciprocidad Comercial. Por esa razón Washington podía proponer cualquier tipo de tratado de reciprocidad sin que ello pudiera ser reclamado por el gobierno de Londres para su beneficio. Además el Quijote cubano apelaría al sentido común para alejar fantasmas de quienes querían ver peligros en las sencillas cláusulas del Tratado entre británicos y cubanos:
Cuanto es posible que Inglaterra le concediera a Cuba, cuanto era natural que Cuba le concediera a Inglaterra, está estatuido en el Tratado, cuanto debiera respetar Cuba, en relación con sus propios compromisos, respetado está en este tratado.[4]
Una solución de este tipo se pudo haber encontrado si no fuera por la arrogante postura que adoptó el gobierno norteamericano. El veterano mambí pasaría entonces a la ofensiva para denunciar las pretensiones imperialistas de los Estados Unidos recordando las advertencias que hiciera cuando se discutió el Tratado de Reciprocidad Comercial:
Si lo tuviéramos en cuenta (…) yo recordaría a los señores Senadores el debate ocurrido aquí respecto del mismo Tratado de Reciprocidad (…) sosteniendo yo entonces, y repitiendo ahora, que es indispensable proceder con mucha cohesión y levantado espíritu patriótico para estar prevenidos contra las llamadas fatalidades de la historia.
Desgraciada la raza, y desgraciado el pueblo y hasta desgraciado el individuo de ese pueblo, si todos y cada uno no resienten siquiera la aspiración a mantenerse con una personalidad en frente de las otras personalidades históricas (…) y nosotros ¿qué importa decirlo en voz alta, si es una verdad que todos los días tenemos que reconocerla y lamentarla? Nosotros casi sentimos terror por los Estados Unidos.[5]
Las consideraciones de Sanguily sobre las pretensiones de los Estados Unidos no estaban alejadas de la realidad. En una época y en un contexto donde decir la verdad era quedarse solo y ganarse cuando menos la calificación de loco, el Quijote del Senado arremetía contra las aspas del molino del imperialismo norteamericano:
Yo creo que positivamente en la política de los Estados Unidos está arraigado el propósito de acaparar, de dominar, en absoluto y exclusivamente, desde luego, todo el comercio de la Isla de Cuba; y creo también que por ese camino perderíamos indefectiblemente la independencia.[6]
Por cierto, el informe de la Cámara de Comercio de Santiago de Cuba favorable al Tratado anglo-cubano, que había sido silenciado por toda la prensa, fue retomado por Sanguily en su intervención. Candentes problemas eran abordados por la referida Cámara comercial con valiente actitud: «Es asombroso que Cuba, después de la guerra, con las rebajas del arancel de la intervención, resista, —¡qué resistir!— prospere, a pesar de cuanto se dijo, con el tratado con los Estados Unidos».[7]
Sin embargo, para la mayoría de los políticos en activo los problemas económicos derivados del fracaso inicial del Tratado de Reciprocidad se debían resolver implorando favores a Washington. Sanguily, además de denunciar las consecuencias adversas de los pactos con Norteamérica, destacaba la capacidad recuperativa de la isla y apoyaba nuevas fórmulas para garantizar su independencia y diversificar su comercio internacional. Al respecto presentaba agudas reflexiones:
A pesar de que se nos ha querido poner bajo la planta del poderoso; no han podido achicarnos, ni menos reducirnos en lo absoluto a la miserable condición del que demanda favores; sino que nos piden más (…)
¿Por qué desde ahora tenemos que dar a entender que estamos dispuestos a todo, y sin embargo, de que allí se nos llame, y se nos siga llamando limosneros?
¿Qué pueden querer? ¡Es imposible adivinarlo! Aunque hay trasuntos que permiten concebirlo, quizás nos pidan tales privilegios que renazca aquí aquel sistema desventurado que estuvo establecido y asentado sobre el derecho diferencial de bandera.[8]
Respecto a la burda manipulación ideada por la SEAP, el Centro de Comerciantes e Industriales y la prensa norteamericana más reaccionaria sobre el artículo VIII que había motivado su enmienda por la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, Sanguily se refería al estatus que quería disponerse para los casos de accidente de buques ingleses de guerra:
Y respecto de Inglaterra se pretende que se introduzca una cláusula (…) que solo se concede en tiempo de paz; primero, como si esto fuera necesario; segundo, como si esto fuera posible; tercero, como si esto no fuera la práctica universal; porque por encima de todos los derechos de todos los tratados, están los derechos de la civilización y de la humanidad.[9]
A manera de conclusión, el relevante orador y polemista, en su primera y extensa intervención sobre el Tratado anglo-cubano, destacaría las ventajas que ofrecía a Cuba que los vínculos cercanos con la Gran Bretaña se asegurasen convenientemente:
Más que perjudicarnos, en ese tratado encontraremos medios de defendernos, cualesquiera que sean las asechanzas o las exigencias de la avidez comercial, que este tratado es un valladar, cualquiera que sea el punto más o menos oscuro y dudoso que en él podáis presumir que exista. Os da la satisfacción de que garantiza, asegura y prueba nuestra soberanía e independencia.[10]
[1] República de Cuba. Senado: Diario de Sesiones, 9na. legislatura, 18va. sesión, 30 de mayo de 1906, p. 5.
[2] Ibídem.
[3] Ibídem. pp. 5-6.
[4] Ibídem. pp. 6-7.
[5] Ibídem. p. 7.
[6] Ibídem.
[7] Ibídem. p. 8.
[8] Ibídem. pp. 7-8.
[9] Ibídem. p. 8.
[10] Ibídem.
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