Sobre el autor
Teresa de Cepeda y Ahumada, más conocida como Santa Teresa de Jesús o simplemente Santa Teresa de Ávila (Gotarrendura o Ávila, 28 de marzo de 1515-Alba de Tormes, 4 de octubre de 1582), fue la fundadora de la Orden de Carmelitas Descalzos —rama de la Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo—, mística y escritora española. Canonizada en 1614 —a poco menos de cuarenta años de su muerte—, fue proclamada doctora de la Iglesia católica en 1970 durante el pontificado de Pablo VI. Junto con san Juan de la Cruz, se la considera la cumbre de la mística experimental cristiana y una de las grandes maestras de la vida espiritual de la Iglesia. Aunque su poesía tiene una alta relevancia, fue una prosista notable, por eso compartimos aquí un capítulo de su libro Camino de perfección.
Fragmentos de su obra
Capítulo 2
Que trata cómo se han de descuidar de las necesidades y del bien que hay en la pobreza
- No penséis, hermanas mías, que por no andar a contentar a los del mundo os ha de faltar de comer, yo os aseguro. Jamás por artificios humanos pretendáis sustentaros, que moriréis de hambre, y con razón. Los ojos en vuestro Esposo; Él os ha de sustentar; contento Él, aunque no quieran, os darán de comer los menos vuestros devotos, como lo hemos visto por experiencia. Si, haciendo vosotras esto, muriereis de hambre, ¡bienaventuradas las monjas de San José! Esto no se os olvide, por amor del Señor; pues dejáis la renta, dejad el cuidado de la comida; si no, todo va perdido. Los que quiere el Señor que la tengan, tengan enhorabuena esos cuidados, que es mucha razón pues es su llamamiento; mas nosotras, hermanas, es disparate.
- Cuidado de rentas ajenas, me parece a mí, sería estar pensando en lo que los otros gozan; sí, que por vuestro cuidado no muda el otro su pensamiento, ni se le pone deseo de dar limosna. Dejad ese cuidado a quien los puede mover a todos, que es el Señor de las rentas y de los renteros. Por su mandamiento venimos aquí; verdaderas son sus palabras, no pueden faltar; antes faltarán los cielos y la tierra. No le faltemos nosotras, que no hayáis miedo que falte; y, si alguna vez os faltare, será para mayor bien, como faltaban las vidas a los santos, cuando los mataban para el Señor, y era para aumentarles la gloria por el martirio. Buen trueco sería acabar presto con todo y gozar de la hartura perdurable.
- Mirad, hermanas, que va mucho en esto, muerta yo, que para esto os lo dejo escrito; que mientras yo viviere os lo acordaré, que por experiencia veo la gran ganancia: cuando menos hay, más descuidada estoy; y sabe el Señor que, a mi parecer, me da más pena cuando mucho sobra que cuando nos falta; no sé si lo hace. Como ya tengo visto, nos lo da luego el Señor. Sería engañar el mundo otra cosa: hacernos pobres no siéndolo de espíritu, sino en lo exterior. Conciencia se me haría —a manera de decir— y me parecería pedir limosna las ricas, y plega a Dios no sea así, que adonde hay estos cuidados demasiados de que den, una vez u otra se irán por la costumbre, o podrían ir y pedir lo que no han menester, por ventura a quien tiene más necesidad; y, aunque ellos no pueden perder nada, sino ganar más, nosotras perderíamos. No plega a Dios, mis hijas. Cuando esto hubiera de ser, más quisiera tuvierais renta.
- En ninguna manera se ocupe en esto el pensamiento, os pido, por amor de Dios, en limosna; y la más chiquita, cuando esto entendiese alguna vez en esta casa, clame a Su Majestad y acuérdelo a la mayor; con humildad le diga que va errada; y lo va tanto, que poco a poco se va perdiendo la verdadera pobreza. Yo espero en el Señor no será así ni dejará a sus siervas; y para esto, aunque no sea para más, aproveche esto que me habéis mandado escribir por despertador.
- Y crean, mis hijas, que para vuestro bien me ha dado el Señor un poquito a entender los bienes que hay en la santa pobreza; y las que lo probaren lo entenderán, quizá no tanto como yo; porque no sólo no había sido pobre de espíritu, aunque lo tenía profesado, sino loca de espíritu. Ello es un bien que todos los bienes del mundo encierra en sí; es un señorío grande; digo que es señorear todos los bienes de él otra vez a quien no se le da nada de ellos. ¿Qué se me da a mí de los reyes y señores, si no quiero sus rentas, ni de tenerlos contentos, si un tantito se atraviesa haber de descontentar en algo por ellos a Dios? ¿Ni qué se me da de sus honras, si tengo entendido en lo que está ser muy honrado un pobre, que es en ser verdaderamente pobre?
- Tengo para mí que honras y dineros casi siempre andan juntos, y que quien quiere honra, no aborrece dineros, y que quien los aborrece, que se le da poco de honra. Entiéndase bien esto, que me parece que esto de honra siempre trae consigo algún interés de rentas o dineros, porque por maravilla hay honrado en el mundo, si es pobre; antes, aunque lo sea en sí, le tienen en poco. La verdadera pobreza trae una honraza consigo que no hay quien la sufra; la pobreza que es tomada por solo Dios, digo, no ha menester contentar a nadie sino a Él; y es cosa muy cierta, en no habiendo menester a nadie, tener muchos amigos; yo lo tengo bien visto por experiencia.
- Porque hay tanto escrito de esta virtud, que no lo sabré yo entender, cuanto más decir, y por no agraviarla en loarla yo, no digo más en ella. Sólo he dicho lo que he visto por experiencia, y yo confieso que he ido tan embebida, que no me he entendido hasta ahora. Mas, pues está dicho, por amor del Señor, pues son nuestras armas la santa pobreza y lo que al principio de la fundación de nuestra orden tanto se estimaba y guardaba en nuestros santos padres (que me ha dicho quien lo sabe, que de un día para otro no guardaban nada), ya que en tanta perfección exterior no se guarde, en lo interior procuremos tenerla. Dos horas son de vida, grandísimo el premio; y cuando no hubiera ninguno, sino cumplir lo que nos aconsejó el Señor, era grande la paga imitar en algo a Su Majestad.
- Estas armas han de tener nuestras banderas, que de todas las maneras lo queramos guardar: en casa, en vestidos, en palabras, y mucho más en el pensamiento. Y mientras esto hicieren, no hayan miedo caiga la religión de esta casa, con el favor de Dios; que —como decía santa Clara— grandes muros son los de la pobreza. De éstos —decía ella— y de humildad quería cercar su monasterio; y a buen seguro, si se guarda de verdad, que esté la honestidad y todo lo demás fortalecido mucho mejor que con muy suntuosos edificios. De esto se guarden, por amor de Dios y por su sangre se lo pido yo; y, si con conciencia puedo decir, que el día que tal hicieren se torne a caer.
- Muy mal parece, hijas mías, de la hacienda de los pobrecitos se hagan grandes casas. No lo permita Dios, sino pobre en todo y chica. Parezcámonos en algo a nuestro Rey, que no tuvo casa, sino en el portal de Belén adonde nació y la cruz adonde murió. Casas eran éstas adonde se podía tener poca recreación. Los que las hacen grandes, ellos se entenderán; llevan otros intentos santos; mas trece pobrecitas, cualquier rincón les basta. Si, porque es menester por el mucho encerramiento, tuvieren campo —y aun ayuda a la oración y devoción con algunas ermitas para apartarse a orar, enhorabuena; mas edificios y casa grande, ni curioso, nada ¡Dios nos libre! Siempre acordaos se ha de caer todo el día del juicio ¿qué sabemos si será presto?
- Pues hacer mucho ruido al caerse casa de trece pobrecillas no es bien, que los pobres verdaderos no han de hacer ruido; gente sin ruido ha de ser para que los hayan lástima. Y ¡cómo se holgarán si ven alguno, por la limosna que les ha hecho, librarse del infierno!; que todo es posible, porque están muy obligadas a rogar por ellas muy continuamente, pues os dan de comer; que también quiere el Señor que, aunque viene de su parte, lo agradezcamos a las personas por cuyo medio nos lo da; y de esto no haya descuido.
- No sé lo que había comenzado a decir, que me he divertido; creo lo ha querido el Señor, porque nunca pensé escribir lo que aquí he dicho. Su Majestad nos tenga siempre de su mano para que no se caiga de ello, amén.
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