Esa gran artista, la muerte,
empieza muy lentamente a dar sus primeros toques.
Saul Bellow
La voz del humanista judío Saul Bellow calló para siempre el 5 de abril de 2005; contaba con 89 años cuando ocurrió su deceso en su casa de Brookline, Massachussetts.
Nacido en Canadá, de ascendencia rusa, se mudó a Estados Unidos desde muy pequeño. El padre no entendió su talento y dificultó su inspiración, pero su madre sí comprendió las inclinaciones de su hijo; por todo esto Bellow entró a la vida literaria tardíamente. Para un chico criado en barrios modestos, con una familia que había luchado por sobrevivir, la fama la tomó con cuidado. No quería transformarse en otro personaje de la cultura pop de la época. En consecuencia rechazaba invitaciones oficiales y concedía pocas entrevistas; pero nunca abandonó dar clases, incluso cuando ya era un célebre acaudalado, «para tener con quien conversar», confesó.
Muchos afirman que murió «maravillosamente lúcido»: se había casado cinco veces, tenía tres hijos y, a los 84 años también fue padre.
Su quehacer literario
Aunque los personajes de sus novelas no se restringen solo al mundo judío, se le considera un modelo dentro del grupo de escritores estadounidenses de esta religión de la segunda mitad del siglo pasado. Él era, como gustaba definirse, un «historiador social», uno de los grandes de la literatura moderna norteamericana.
Todo entraba en su «saco»: pobres, ricos, judíos, infieles, violentos, automóviles usados, religión, dinero, coristas, moda, clubes masculinos, Washington Square, prostitución, Henry Adams, San Juan de la Cruz, Dante, Dostoyevski, Marilyn Monroe, Henry Ford, Sigmund Freud y su amor-odio: Nueva York. En un fondo adverso y desencantado, se mezcla, casi siempre, lo cómico con lo doloroso.
En 1976 recibe el Premio Pulitzer por El legado de Humboldt, novela considerada una obra clave en la narrativa anglosajona del siglo XX.
Poco después le fue entregado el Premio Nobel de Literatura, erigiéndose como el sexto escritor judío en recibirlo. Se tuvo en consideración, según el jurado: «la comprensión y análisis sutil que realiza de la sociedad contemporánea en sus trabajos», además por «”cuidar” tan bien del “anti-héroe”, que pese a las turbulencias seguía intentándolo, porque el valor de la vida depende de su dignidad y no de su éxito».
Pero su obra cumbre, según la crítica, es Herzog, una novela autobiográfica que cuenta, casi al detalle, la infidelidad de su mujer Sondra. El escritor creía que la novela no vendería mucho, pero su editor, James Atlas, se dio cuenta desde el primer momento que era colosal. Por ella, Bellow es definido como el sucesor de Hemingway y Faulkner, y le hizo merecedor asimismo del Premio Nacional del Libro estadounidense.
Saul Bellow nunca dejó de trabajar, escribía y escribía sin parar, casi como una obsesión. «Soy una hormiga» –se calificaba–, y así encontró su estilo.
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