
Poeta alemán, Fredrich Hölderlin fue conocido por su estilo, en el que fundía elementos clásicos con la corriente literaria conocida como romanticismo. Hölderlin estudió Teología y Filosofía, tras lo cual comenzó a trabajar como profesor particular para familias nobles y de la alta burguesía. El autor alemán alternó esta actividad con la escritura de poemas como Hiperión, quizá su obra más conocida. Tras varios problemas personales, Hölderlin abandonó la enseñanza y trabajó como traductor y en algunas de sus obras. Su salud mental comenzó a resentirse hasta que finalmente, tras pasar por varios centros psiquiátricos, perdió por completo la razón. Hölderlin pasó sus últimos años de vida en casa de un admirador que aceptó hacerse cargo de sus cuidados.
Mi dominio
(1799-1800)
En su plenitud reposa al fin el día otoñal, ya se aclaró el mosto y el vergel está rojo de frutos, aunque algunas de sus bellas flores temprano cayeran como ofrenda en la tierra. Todo en rededor, en los campos por cuya senda tranquilo transito, a los hombres dichosos ya les maduró la cosecha y muchas alegres faenas depárales ahora su nueva riqueza. Desde el cielo mira a esos que se afanan entre sus frutales la suave luz, mientras comparte su dicha, pues no creció solo por mano del hombre el fruto de otoño. Y también para mí luces tú, oh Dorada, y para mí también sopláis, brisas, como si una dicha me consagrarais, como otrora, y, como a los dichosos, tú el pecho me rondas. Yo fui antaño uno de ellos, mas ¡ay! que, como las rosas, perecedera era aquella vida piadosa, demasiado a menudo así me lo recuerdan las que todavía me florecen, las hermosas estrellas. Dichoso quien amando en paz a una buena esposa vive en su propio hogar y en su patria gloriosa, pues más hermoso sobre un firme suelo le luce siempre al hombre su cielo. Como desarraigada planta, que no crece en suelo propio, así se consume el alma del mortal que, ya desde el instante en que nace el día, mísero sobre la sagrada tierra camina. Con demasiada fuerza, ¡oh celestiales!, tiráis de mí hacia lo alto; con tormenta o en días serenos yo bien siento cómo me vais devorando por dentro unas y otras ¡oh, vosotras, mudables fuerzas divinas! Mas dejad que siga hoy en paz el familiar sendero que conduce al bosque, cuyo follaje que se extingue, dorado adorna las cimas, y coronadme la frente también, ¡oh vosotros, recuerdos sublimes! Mas, para que mi corazón mortal tenga, como el resto, un lugar seguro donde hallar su refugio, y mi alma sin patria no sienta el anhelo de alzar más allá de la vida su vuelo, sé tú ¡oh canto! mi amistoso asilo, deja que te cuide, a ti que me das dicha, sé tú el jardín por donde vagaré con calma entre esas flores que nunca se marchitan, en donde moraré en medio de sencillez segura, mientras fuera, con su oleaje, del poderoso tiempo mudable el rumor a lo lejos se escucha, y un sol más pacífico mi quehacer madura. Vosotras, fuerzas celestiales, que bondadosas a cada mortal bendecís lo suyo más propio.
Este es un esbozo de oda, escrito en versos alcaicos, contenido en un cuadernillo del año 1799. Su nombre original era «El otoño». Está escrito tras la dolorosa separación de Hölderlin de su amada Susette Gontard.
A Diotima. Hermoso ser
(1797/98)
¡Hermoso ser! Vives como las frágiles flores en invierno, floreces encerrada y solitaria en un mundo envejecido. Anhelas sacar fuera tu amor, a la luz primaveral solazarte y buscar en el calor de sus rayos la juventud del mundo. Mas tu sol, aquella época más hermosa, ya se ha metido, y silban ahora en la noche glacial los huracanes.
Este breve, pero bello fragmento de poema, es un esbozo elegiaco, contenido en el compendio manuscrito llamado «Homburger Quartheft», junto con otras creaciones de 1797/98).
Canción del destino
(1798)
Vagáis allá arriba en la luz, sobre blando suelo, ¡oh, genios dichosos! Resplandecientes brisas divinas os rozan al pasar sutiles como los dedos de la artista rozan las cuerdas sagradas. Libres de destino, como el lactante en su sueño, así alientan los celestiales; castamente guardado, dentro de humilde capullo, así florece eterno su espíritu para ellos. Y sus ojos dichosos, con serena y eterna claridad contémplanlo siempre todo. Mas a nosotros nos ha sido dado no hallar descanso en ningún lado. Desvanécense, caen los hombres sufrientes ciegamente de una hora a la siguiente, como agua de peña en peña arrojada rodando año tras año a la sima de lo incierto.
Esta canción está incluida dentro del segundo volumen de la novela poética Hiperión, cuya fecha de aparición fue 1799 en la editorial de Cotta, en Tubinga (la primera parte se publicó también allí en 1797).
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Traducción y comentarios de Helena Cortés Gabaudan
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