Sobre el autor
Charles Pierre Péguy, también conocido por sus seudónimos Pierre Deloire y Pierre Baudouin (Orleans, 7 de enero de 1873-Villeroy, 5 de septiembre de 1914), fue un filósofo, poeta y ensayista francés, considerado uno de los principales escritores católicos modernos.
En 1894, llegó a París para estudiar. Recibió las enseñanzas de Romain Rolland y de Henri Bergson, que lo marcaron notablemente. Fundó Les Cahiers de la quinzaine, revista destinada a publicar sus propias obras y a descubrir nuevos escritores.
Desde 1906, inició un proceso de conversión al catolicismo, acompañado por Jacques Maritain. A partir de entonces combinó su obra en prosa, a menudo política y polémica, con obras místicas y líricas. Como teniente en la reserva, fue movilizado durante la I Guerra Mundial y murió en combate al comienzo de la batalla del Marne.
Péguy fue un escritor difícil, con un estilo que se desenvuelve en una serie interminable de repeticiones, con cadencias de letanía; un gran río lleno de riquezas… Péguy «veía la prueba de su intransigente lealtad a la realidad: si su estilo es rebuscado, corregido y completado sin tregua, ello se debe simplemente a que el escritor ha aceptado una sola regla, aquella regla caprichosa que le imponía el ritmo mismo de la vida».
Entre sus obras editadas en español se encuentran: Un nuevo teólogo: el Sr. Fernand Laudet (2022), Nuevo inicio; Asalto a Dios (2020), Nuevo inicio; Elogio de la noche y el sueño (2019), Nuevo inicio; El misterio de la vocación de Juana de Arco; (2019), Nuevo inicio; Nuestra juventud (2018); Sobre la razón (2018), Nuevo inicio; El frente está en todas partes (2014), Nuevo inicio; Clio, diálogo entre la historia y el alma pagana (2009), Editorial Cactus; Los tres Misterios (2008), Encuentro; Marcel, primer diálogo de la ciudad armoniosa (2007), Nuevo inicio; Eva (2004), Encuentro; Palabras cristianas (2002), Ediciones Sígueme; entre otros.
Selección de poemas
La muerte no es nada
La muerte no es nada.
Simplemente pasé a la habitación de al lado.
Yo soy yo, ustedes son ustedes.
Lo que fui para ustedes lo seguiré siendo siempre.
Llámenme con el nombre con que siempre me llamaron.
Háblenme como lo hicieron siempre, no cambien el tono de voz.
No se pongan solemnes ni tristes.
Sigan riéndose de lo que juntos nos reíamos.
Recen, sonrían, recuérdenme…
Que mi nombre sea pronunciado en casa como lo fue siempre,
sin ningún énfasis, ni asombro de sombra.
La vida significa todo lo que siempre fue.
El hilo se cortó.
¿Por qué estar ausente de sus pensamientos?
¿Sólo porque no me ven?
No estoy lejos… estoy sólo al otro lado del camino.
Verán, todo está bien.
El pórtico del misterio de la segunda virtud
Lo que me admira, dice Dios,
es la esperanza.
Y no me retracto.
Esa pequeña esperanza que parece
de nada.
Esa niñita esperanza.
Inmortal.
Porque mis tres virtudes,
dice Dios.
Las tres virtudes, criaturas mías.
Niñas hijas mías.
Son también
como mis otras criaturas.
De la raza de los hombres.
La Caridad es una Madre.
Una madre ardiente, toda corazón.
O una hermana mayor
que es como una madre.
La Esperanza
es una niñita de nada.
Que vino al mundo el día de Navidad del año pasado.
Que juega todavía
con el bueno de Enero.
Con sus pequeños pinos
de madera de Alemania cubiertos
de escarcha pintada.
Y con su buey y su asno
de madera de Alemania. Pintados.
Y con su pesebre lleno de paja
que los animales no comen.
Porque son de madera.
Pero esa niñita
atravesará los mundos.
Esa niñita de nada.
Sola, llevando a las otras,
atravesará los mundos concluidos.
Una llama traspasará
las tinieblas eternas.
La pequeña esperanza
Yo soy, dice Dios, Maestro de las Tres Virtudes.
La Fe es una esposa fiel.
La Caridad es una madre ardiente.
Pero la esperanza es una niña muy pequeña.
Yo soy, dice Dios, el Maestro de las Virtudes.
La Fe es la que se mantiene firme por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se da por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que se levanta todas las mañanas.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que se estira por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que se extiende por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que todas las mañanas nos da los buenos días.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es un soldado, es un capitán que defiende una fortaleza.
Una ciudad del rey,
En las fronteras de Gascuña, en las fronteras de Lorena.
La Caridad es un médico, una hermanita de los pobres,
Que cuida a los enfermos, que cuida a los heridos,
A los pobres del rey,
En las fronteras de Gascuña, en las fronteras de Lorena.
Pero mi pequeña esperanza es
la que saluda al pobre y al huérfano.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es una iglesia, una catedral enraizada en el suelo de Francia.
La Caridad es un hospital, un sanatorio que recoge todas las desgracias del mundo.
Pero sin esperanza, todo eso no sería más que un cementerio.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
Yo soy, dice Dios, el Señor de las Virtudes.
La Fe es la que vela por los siglos de los siglos.
La Caridad es la que vela por los siglos de los siglos.
Pero mi pequeña esperanza es la que se acuesta todas las noches
y se levanta todas las mañanas
y duerme realmente tranquila.
Yo soy, dice Dios, el Señor de esa Virtud.
Mi pequeña esperanza
es la que se duerme todas las noches,
en su cama de niña, después de rezar sus oraciones,
y la que todas las mañanas se despierta
y se levanta y reza sus oraciones con una mirada nueva.
Yo soy, dice Dios, Señor de las Tres Virtudes.
La Fe es un gran árbol, un roble arraigado en el corazón de Francia.
Y bajo las alas de ese árbol, la Caridad,
mi hija la Caridad ampara todos los infortunios del mundo.
Y mi pequeña esperanza no es nada más
que esa pequeña promesa de brote
que se anuncia justo al principio de abril.
Dichosos los que han muerto…
Dichosos los que han muerto por la tierra carnal,
con tal que ello haya sido en una justa guerra.
Dichosos los que han muerto por su trozo de tierra,
dichosos los que han muerto de una muerte triunfal.
Dichoso los que han muerto en batallas campales,
tendidos en la tierra, de cara contra el cielo.
Dichosos los que han muerto en un excelso anhelo
entre toda la pompa de grandes funerales.
Dichosos los que han muerto por ciudades carnales,
pues ellas son el cuerpo de la ciudad de Dios.
Dichosos los que han muerto por su hogar
y por los pobres honores de las causas paternales,
pues ellas son la imagen y son el primer lazo,
y ensayo y cuerpo de la divina mansión.
Dichosos los que han muerto en ese estrecho abrazo,
ese abrazo de honor y humana confesión,
pues esta confesión de honor es la inicial
y el ensayo primero de eterna confesión.
Dichosos los que han muerto en esta destrucción,
cumpliendo de ese modo su voto terrenal,
pues este voto de la tierra es la inicial
y el ensayo primero de una fidelidad.
Dichosos los que han muerto en forma tan triunfal
y con anta obediencia y con tanta humildad.
Dichosos los que han muerto, pues fueron reintegrados
a la primera arcilla y a la primera tierra.
Dichosos los que han muerto en una justa guerra,
dichosas las espigas y los trigos segados.
Genoveva
Genoveva, hija mía, era una sencilla pastora.
Jesús era también un sencillo pastor.
Pero qué pastor hija mía.
Pastor de qué rebaño, Pastor de qué ovejas.
En qué país del mundo.
Pastor de cien ovejas que permanecieron en el redil, pastor de la oveja perdida, pastor de la oveja que vuelve.
Y que por ayudarla a volver, ya que sus patas no podían llevarla,
sus patas extenuadas,
la toma dulcemente y la lleva él mismo sobre sus hombros,
sobre sus dos hombros,
dulcemente plegada como una media corona, en torno de la nuca,
la cabeza de la oveja dulcemente apoyada así sobre su hombro derecho.
Que es el buen lado.
Sobre el hombro derecho de Jesús,
Que es el lado de los buenos,
y el cuerpo enrollado en torno del cuello y en torno de la nuca.
En torno del cuello como una media corona,
como una bufanda de lana que da calor.
Así la oveja misma da calor a su propio pastor,
la oveja de lana.
Las dos patas delanteras bien y debidamente agarradas con la mano derecha,
que es el buen lado,
agarradas y apretadas,
dulce pero firmemente,
como se agarra un niño cuando se juega a llevarlo a horcajadas
sobre los dos hombros,
la pierna derecha con la mano derecha, la pierna izquierda con la mano izquierda.
Así el Salvador, así el buen pastor
lleva a horcajadas esa oveja que se había perdido, que iba a perderse
para que las piedras del camino no golpeen más sus pies golpeados.
Porque habrá más alegría en el cielo por este pecador que vuelve
que por cien justos que no hayan partido.
Es preciso que mi gracia sea efectivamente de una fuerza increíble
Es preciso que mi gracia sea efectivamente de una fuerza increíble
y que brote de una fuente inagotable
desde que comenzó a brotar por primera vez
como un río de sangre del costado abierto de mi Hijo.
¿Cuál no será preciso que sea mi gracia y la fuerza de
mi gracia para que esta pequeña esperanza, vacilante
ante el soplo del pecado, temblorosa ante
los vientos, agonizante al menor soplo,
siga estando viva, se mantenga tan fiel, tan en pie,
tan invencible y pura e inmortal e imposible de apagar
como la pequeña llama del santuario
que arde eternamente en la lámpara fiel?
De esta manera
una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los
mundos, una llama vacilante ha atravesado el espesor
de los tiempos,
una llama imposible de dominar, imposible de apagar
al soplo de la muerte,
la esperanza.
Lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza,
y no salgo de mi asombro.
Esta pequeña esperanza que parece una cosita de nada,
esta pequeña niña esperanza,
inmortal.
Porque mis tres virtudes, dice Dios, mis criaturas,
mis hijas, mis niñas,
son como mis otras criaturas de la raza de los hombres:
la Fe es una esposa fiel,
la Caridad es una madre, una madre ardiente, toda corazón,
o quizá es una hermana mayor que es como una madre.
Y la Esperanza es una niñita de nada
que vino al mundo la Navidad del año pasado
y que juega todavía con Enero, el buenazo,
con sus arbolitos de madera de nacimiento, cubiertos
de una escarcha pintada,
y con su buey y con su mula de madera pintada,
y con su cuna de paja que los animales no comen
porque son de madera.
Pero, sin embargo, esta niñita esperanza es la que
atravesará los mundos llenos de
obstáculos.
Como la estrella condujo a los tres Reyes Magos
desde los confines del Oriente, hacia la cuna de mi
Hijo,
así una llama temblorosa, la esperanza,
ella sola, guiará a las virtudes y a los mundos,
una llama romperá las eternas tinieblas.
Por el camino empinado, arenoso y estrecho,
arrastrada y colgada de los brazos de sus dos
hermanas mayores,
que la llevan de la mano,
va la pequeña esperanza
y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación
de dejarse arrastrar
como un niño que no tuviera fuerza para caminar.
Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras
dos,
y la que las arrastra,
y la que hace andar al mundo entero
y la que le arrastra.
Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos
y las dos mayores no avanzan sino gracias a la
pequeña.
El Ciego
I
Siete ciudades se jactan de haber producido a Homero pero él no nació en ninguna de las siete alternativas Esmirna le ha alimentado desde la fina profundidad de los bosques Quíos le ha arrullado desde los brazos de su madre Colofón no manejó sino una gloria efímera Salamina con él hizo naufragar al rey de reyes Rodas le ha empapado con el respeto por las leyes Argos le ha frotado con la sangre de las quimeras Nosotros le otorgamos de este modo a la séptima, Atenas, la única donde estamos seguros que nunca lo vieron los nacimientos de antes siempre son inciertos [estos]son los hijos de las antiguas fuentes, solitarias, que el Padre ha dado Padre, he aquí a tus hijos, todos son tus grandes capitanes y el desfile único, [que]fue visto sólo una vez
El juego del gana pierde
Yo he jugado con frecuencia con el hombre, dice Dios. ¡Pero qué juego! Tiemblo sólo de recordarlo. He jugado muchas veces con el hombre, pero, ¡por Dios!, que era sólo para salvarle y he temblado de no poder salvarle, de no lograr salvarle y Yo mismo me preguntaba con miedo si sería capaz de salvarle. Y fijaos si sé Yo lo insidiosa que es mi gracia y cómo sabe revolverse y jugar (es hasta más astuta que una mujer), pues todo lo que ella hace jugando con el hombre es dar vueltas y más vueltas para salvar al hombre e impedirle pecar. Juego por eso con él, pero es el hombre el que quiere perder como un tonto y soy Yo el que quiere que gane, y algunas veces lo consigo: que me gane. Así que jugamos al que gana pierde, por lo menos él. Porque Yo, por mi parte, si pierdo pierdo, pero él cuando pierde gana. Es, como veis, un juego muy singular al que jugamos, porque Yo soy a la vez su compañero y su adversario de juego y él quiere ganar contra mí, es decir perder, y Yo, que juego contra él, lo que quiero es hacerle ganar.
Tapisserie de Notre Dame (fragmento)
Cuando hubo que sentarse en la cruz de dos caminos. Y elegir entre el pesar y el remordimiento… Usted sola sabe, dueña del secreto, Que uno de los dos caminos corría más abajo Usted conoce el que eligieron nuestros pasos… «Y no por virtud, ya que no poseemos mucha, Y no por deber, ya que no nos gusta… «Y para colocarnos mejor en el eje de nuestra angustia, Y por esa sorda necesidad de ser más desgraciado. Pero la esperanza, dice Dios, esto sí que me extraña, me extraña hasta a Mí mismo, esto sí que es algo verdaderamente extraño. Que estos pobres hijos vean cómo marchan hoy las cosas y que crean que mañana irá todo mejor, esto sí que es asombroso y es, con mucho, la mayor maravilla de nuestra gracia. Yo Mismo estoy asombrado de ello. Es preciso que mi gracia sea efectivamente de una fuerza increíble y que brote de una fuente inagotable desde que comenzó a brotar por primera vez como un río de sangre del costado abierto de mi Hijo. ¿Cuál no será preciso que sea mi gracia y la fuerza de mi gracia para que esta pequeña esperanza, vacilante ante el soplo del pecado, temblorosa ante los vientos, agonizante al menor soplo, siga estando viva, se mantenga tan fiel, tan en pie, tan invencible y pura e inmortal e imposible de apagar como la pequeña llama del santuario que arde eternamente en la lámpara fiel? De esta manera, una llama temblorosa ha atravesado el espesor de los mundos, una llama vacilante ha atravesado el espesor de los tiempos, una llama imposible de dominar, imposible de apagar al soplo de la muerte, la esperanza. Lo que me asombra, dice Dios, es la esperanza, y no salgo de mi asombro. Esta pequeña esperanza que parece una cosita de nada, esta pequeña niña esperanza, inmortal. Porque mis tres virtudes, dice Dios, mis criaturas, mis hijas, mis niñas, son como mis otras criaturas de la raza de los hombres: la Fe es una esposa fiel, la Caridad es una madre, una madre ardiente, toda corazón, o quizá es una hermana mayor que es como una madre. Y la Esperanza es una niñita de nada que vino al mundo la Navidad del año pasado y que juega todavía con Enero, el buenazo, con sus arbolitos de madera de nacimiento, cubiertos de escarcha pintada, y con su buey y su mula de madera pintada, y con su cuna de paja que los animales no comen porque son de madera. Pero, sin embargo, esta niñita esperanza es la que atravesará los mundos, esta niñita de nada, ella sola, y llevando consigo a las otras dos virtudes, ella es la que atravesará los mundos llenos de obstáculos. Como la estrella condujo a los tres Reyes Magos desde los confines del Oriente, hacia la cuna de mi Hijo, así una llama temblorosa, la esperanza, ella sola, guiará a las virtudes y a los mundos, una llama romperá las eternas tinieblas. Por el camino empinado, arenoso y estrecho, arrastrada y colgada de los brazos de sus dos hermanas mayores, que la llevan de la mano, va la pequeña esperanza y en medio de sus dos hermanas mayores da la sensación de dejarse arrastrar como un niño que no tuviera fuerza para caminar. Pero, en realidad, es ella la que hace andar a las otras dos, y la que las arrastra, y la que hace andar al mundo entero la que le arrastra. Porque en verdad no se trabaja sino por los hijos y las dos mayores no avanzan sino gracias a la pequeña.
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