Gisela Cárdenas Molina nació en La Habana en el año 1930. Era Master en Filología en checo y francés por la Universidad Carolina de Praga y Dra. en Ciencias Filológicas por el Instituto de Lingüística de la Academia de Ciencias de la URSS. Fue investigadora titular del Instituto de Literatura y Lingüística (ILL) «José Antonio Portuondo Valdor» del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. También fue nombrada Académica de número de la Academia Cubana de la Lengua en 2003. Al fallecer en 2009, colaboraba activamente con instituciones cubanas diversas, y nucleaba a investigadores, profesores y estudiantes en torno a su saber y espíritu fraterno.
Conocí a Gisela en 1984, cuando yo todavía era estudiante de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana. Junto a otras compañeras de estudio de las especialidades de Lingüística Hispánica y de Literatura Cubana llegué al ILL para que algunas investigadoras del centro nos asesoraran en trabajos de curso y finalmente nos tutorearan en los trabajos de curso y en la tesis de licenciatura. Desde entonces, y hasta su deceso, fue una maestra y una amiga para mí.
Era maestra normalista y siempre se acordaba de su abuelita, quien la había criado con esfuerzo en tiempos difíciles. La recuerdo elegante y amable, combinada siempre y atenta. Correcta y precisa en todo momento, su opinión siempre contaba.
Devoraba la literatura general y la especializada. Su dominio del inglés, del francés, del checo y del ruso le permitía acceder a obras diversas y participar en discusiones de impacto. Se mantenía actualizada en temas de nuestras ciencias del lenguaje y siempre nos orientaba en nuestras búsquedas de bibliografía y lecturas de formación. Siempre acudíamos a ella por su sapiencia y su disposición para compartirla. Sus muchos alumnos, dentro y fuera de un aula, coincidirán conmigo seguramente en que estaba siempre dispuesta a sugerir una lectura, a proporcionar un ejemplo de uso de alguna palabra, y a sumarse a una investigación o a una discusión científica.
En 1986, luego de defender mi tesis de licenciatura sobre cuestiones relativas al componente expresivo en el español de Cuba, con ella a mi lado en calidad de tutora, y al muy recordado Leandro Caballero, como oponente, comencé a trabajar en el ILL. Allí fue Gisela hasta el último momento de su vida, una compañera solidaria, una guía recta y nada complaciente. Recuerdo sus consejos que a menudo rebasaron lo propiamente profesional y se adentraron en mi formación personal.
En 1992 compartimos, junto a Antonia Ma. Tristá, una experiencia renovadora: la estancia en la Universidad de Augsburgo, Alemania, para desarrollar el trabajo de investigación que condujo a la realización del Diccionario del español de Cuba (DECu) (2000), dentro del Proyecto del Nuevo Diccionario de Americanismos, bajo la dirección de los hispanistas Günther Haensch y Reinhold Werner. Allí compartimos hospedaje en una vivienda patrimonial del siglo XVI con una familia muy original que nos hizo sentirnos como en casa. El equipo cubano gozó de la alta estimación de aquellos destacados estudiosos alemanes y nucleó en ambiente ameno y fraternal a otros colegas del ámbito hispánico como María Teresa Fuentes Morán, Claudio Chuchuy, Atanasio Herranz o Francisco Javier Pérez. Con su gracejo y simpatía Gisela se ganó la confianza de todos. Su aporte lexicográfico más significativo deriva precisamente del trabajo constante y riguroso en el DECu y de su labor pionera en la elaboración del Diccionario ejemplificado del español de Cuba (DEEC) (2016).
La contribución de Gisela a los estudios léxicos, lexicográficos y terminológicos es muy significativa y referencia obligada en los estudios sobre la modalidad cubana del español. Sus conocimientos están al alcance de muchos a través de libros, artículos reseñas y otras modalidades de dar a conocer resultados científicos como ponencias y conferencias en congresos nacionales e internacionales. A ella debemos estudios fundamentales que no han perdido interés, importancia y actualidad, como «El movimiento lexical y los diccionarios cubanos» (1991); «Viraje pragmático en el estudio de la comunicación verbal» (1992); «Apuntes sobre la lexicografía cubana» (1999); «El discurso político-propagandístico en el español de Cuba» (1996-1997); «Anglicismos en la norma léxica cubana» (1999); «El regionalismo. Su tratamiento en los diccionarios de lengua» (2000-2003); «Voces marineras en el español de Cuba» (2002); «Arcaísmos léxicos en el español de Cuba» (2004); y «En torno a la nueva política panhispánica» (2007). Otras colaboraciones, artículos, ponencias, conferencias, se mantienen dispersas y nos obligan, como continuadores, a localizar, organizar y recuperar su legado. Le debemos a Gisela una compilación de su obra toda.
En la Academia Cubana de la Lengua (ACuL) ingresó como miembro de número en el año 2003 y hasta su fallecimiento marcó con laboriosidad y rigor su trabajo en la corporación. Recuerdo su activa intervención como académica a cargo en las revisiones de las obras panhispánicas. A la ilustre casa de Dulce María Loynaz, que fuera sede de la Academia Cubana de la Lengua por el año 2006, acudí primero embarazada y luego con mi beba Carolina recién nacida, para encargarme como becaria de colaboración de la ACuL de las tareas encargadas por la Real Academia Española (RAE) y la Asociación de Academias de la Lengua Española (ASALE). Fue una etapa de aprendizaje y esfuerzo, en compañía de Gisela, de Ofelia García Cortiñas y de Nuria Gregori.
Su labor investigativa trascendió las fronteras de Cuba. En su larga y provechosa vida profesional colaboró con distintas universidades, centros de investigación, institutos y pedagógicos del país. Contribuyó con gentileza, profesionalidad y rigor a la formación de varias generaciones de estudiosos de la lengua. Sus discípulos la recordaremos como un ejemplo de trabajadora incansable y como una buena persona.
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