No existe un «poetómetro» para deslindar científicamente quién lo sea, quién no lo sea. Pero toda persona no es un poeta, aunque capte poesía y hasta pueda expresarla. El poeta convierte esa expresión en arte de la palabra, es un artista, tiene dones y talentos peculiares. Es un ciudadano normal, corriente, con derechos y deberes como cualquier otro, solo que su cualidad de artista le ofrece un medio de trabajo estético definido. Para la poesía no basta con que se escriba un poema o que se oralice un texto a modo de un versificador, por lo tanto, todo el que escriba poemas o los improvise, no necesariamente sería un poeta, así se le considere un buen versificador.
¿En qué consiste ser un poeta? En este terreno es mejor andar el camino del subjuntivo: debería ser un artista con suficiente sensibilidad para que le asista el talento (aptitudes, capacidades, ingenio, agudeza…), y también el don creativo (gracias, destreza) más suficiente tesón, sin el cual ni el don ni el talento producen gran cosa. No está mal recordar siempre la idea de Aristóteles en su Poética que explica: «la poesía es obra del ingenio o del entusiasmo, porque los ingeniosos a todo se acomodan y los de gran numen en todo son extremados».
El poeta debe cultivarse, elevar su cultura, sobre todo del buen manejo del idioma, de los recursos formales con que contaría y tener conocimiento general del mundo y sus circunstancias. Las facultades relacionadoras (metafóricas, por ejemplo) pueden ser innatas, el poeta puede pensar en imágenes o tener un sentido de captación de la realidad asistido por la imaginación. No se ha comprobado de modo indiscutible que exista algo así como «los genes de la poesía» o ¿tal vez haya una predisposición hereditaria hacia la facultad creativa?; el arte poética parece provenir de la vida social y claro está que los sistemas expresivos se adquieren con el idioma y otros medios propios de la cultura de la que proceda el poeta.
El de poeta es un oficio humano por excelencia, que requiere entrenamiento, asunción de lo que puede llamarse la tecné, y ejecución de obras. Como en cualquier oficio, la pericia sería lentamente adquirida (se aprende a escribir, escribiendo) o como en los casos del genio (piénsese en Arthur Rimbaud) es un súbito, una razón al parecer congénita, un brote rápido y de alto valor literario. La intuición a veces sería mucho más importante que el raciocinio, el poeta alcanzaría a ser un visionario, un catalizador de percepciones poéticas, un «clarividente» (vidente se llamaba a sí mismo Rimbaud), poseer inteligencia aprehensiva, y hasta trabajar con corazonadas, en lo cual se inmiscuye lo que los románticos llamaron «inspiración».
Un poeta suele no dar explicaciones sobre cómo transfiere su experiencia en poesía, o sí, y arma una poética (una suerte de «filosofía» de la poesía). Ella es un sistema de ideas que amparan un método de escritura. Y toda la obra se arma en función de esa poética. Edgar Allan Poe incluso quiso mostrar una manera racional de explicar su proceso creativo, y «El cuervo» es un claro ejemplo de ello, pero el cuervo es un ave negra, oscura, y hasta misteriosa, si pica en la puerta y parecen toques es que cierta magia lo circunda: «Nunca más» se envuelve de misterio y hasta de carga metafísica, y entonces se complica la explicación racional del texto.
Hay poetas que arman en torno suyo ciertas atmósferas, crean sus propios mitos, y sus conductas parecen extrañas a otras personas, raras o hasta exóticas cuando no misteriosas o llenas de obsesiones. Suelen tener complejidades sicológicas y mundos ricos en referencias e imaginación. Si el poeta no vence el llamado de la dorada mediocritas, poca altura alcanzará en la expresión de lo que logre «ver». El antes citado Rimbaud apelaba a lo que él llamaba el «desorden de los sentidos», mientras que Federico García Lorca lo hacía maestro en los cinco sentidos, con la vista como reina de la aprehensión poética del mundo. Ni conforma un género humano aparte ni se sitúa en posición desprendida del mundo y sus circunstancias.
Ser poeta sería poseer una sensibilidad refinada para alcanzar a vislumbrar lo que dejó dicho José Martí en su crónica «Julián del Casal»: «No se ha de decir lo raro, sino el instante raro de la emoción noble o graciosa.»[i]. El poeta sería capaz de expresar ese «instante» con palabras. Mujer u hombre, el arte no tiene sexo, el artista sí, y su captación de la poesía puede tener connotaciones evitables o no de la sexualidad. Pero no se es menos o más poeta por ser hombre o mujer ni cualesquiera que sean las opciones sexuales que ellos posean y expresen.
Tampoco es extraño que los poetas tiendan a ser críticos literarios y ensayistas. Los hay, como dice Northon Frye en Anatomía de la crítica, pues «se da el caso de poetas que solo consideran auténticos a quienes suenan como ellos», quizás eso es «normal», el poeta siente que es de una «familia» de la sensibilidad. Y a veces se ha solido confundir el «sujeto lírico» con el autor, el poeta. A veces coincide, pudo ser así en la poesía romántica, pero no siempre en la metafísica (verla en los metafísicos ingleses) o cuando el poeta asume en el texto otra personalidad, no un «travestismo» literario, sino que el poema adopta un sujeto lírico diferente al ejecutivo del poeta, quien ha creado incluso personajes (sin ser obra dramática) o atribuye lo que se dice a una tercera persona, ejemplo de ello es el «Réquiem para una amiga», de Rainer Maria Rilke, cuando aparece otra voz que no la del poeta que se adueña del texto.
En Marxismo y poesía[ii], George D. Thomson relacionaba al poeta y su creación con el trabajo, con las canciones de trabajo en las comunidades primitivas, y en un momento de su exposición dice algo válido que me parece acertado:
En el verso las palabras están distribuidas en forma artificiosa y, si el trovador tiene la misma fluidez en su oficio que cuando emplea el lenguaje hablado, se debe a que tiene a su disposición un repertorio de fórmulas tradicionales que abarca todos los elementos alusivos a su asunto, todos los rituales y procedimientos prescritos por la vida social. Estos procedimientos son parte de su oficio. […] Este es el secreto del trovador. Por el contrario, el poeta sofisticado ha perdido el don de improvisar, pero ha adquirido el poder de individualizar su medio y convertirse así en un artista consciente.
No me parece que Thomson estuviese en su propuesta discriminando al poeta que algunos han llamado «culto» (como si la oralidad no fuese una cultura en sí, proveniente de la vida popular), antes bien, corrige cualquier aserto prejuicioso y hace ver diferencias entre un improvisador (poeta trovador, no mero intérprete) y un poeta que ha sedimentado su saber en el oficio creativo. Claro que el poeta oral tiene su propia tecné, y esta se relaciona con los procedimientos de la comunicación oral, más el ritmo, el énfasis, el tono, y otras maravillas acompañantes del concierto de las palabras.
El poeta de la tradición escrita suele alcanzar a una tecné mucho más sofisticada, capaz de ser eficiente en la estructuración de un texto que se convierte en portador del arte de la palabra. El poeta oral y el que escribe sus textos poseen talento y virtudes para la poesía, pero se expresan mediante procedimientos diferentes, esos son los que Thompson encuentra apropiados para un trovador y los que usa de manera consciente el poeta de la tradición literaria.
[i] José Martí. Obras completas. La Habana, tomo V, pág. 222
[ii] George D. Thomson Marxismo y poesía. Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1969, pág. 59.
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