Ernest Hemingway consideraba al cubano Enrique Serpa como «el mejor novelista de la América Latina». La aseveración parece exagerada. Lo que está fuera de toda duda es que Contrabando es una de las mejores novelas escritas en español de todos los tiempos.
Contaba Loló de la Torriente que una tarde Hemingway le preguntó por dónde andaba Serpa. Acababa de leerse la novela y quería hablarle.
-¡Ah! Anda por muchas partes –respondió la futura autora de Mi casa en la tierra. Y añadió que podía estar en el bar Panamerican, en Bernaza número 1, el primer establecimiento de su tipo en La Habana provisto de aire acondicionado. O quizás por El Templete, bar-restaurante de la Avenida del Puerto especializado en pescados y mariscos, o por la redacción del periódico El País, en la Calzada de Reina.
El escritor de Fiesta pidió a la columnista del diario El Mundo y de la revista Bohemia, que llevase a Serpa al día siguiente al Floridita. Cuando llegaron, Hemingway estaba en la barra con un vaso de whisky en la mano. Loló le anunció la presencia del novelista cubano. Hemingway, sin soltar su vaso, condujo a los recién llegados a una mesa. Ya sentados, clavó sus ojos en Serpa y le espetó:
-Oiga, amigo, ¿por qué pierde usted su tiempo como periodista?
Recordaba Loló que Serpa, rápido como el vuelo de una gaviota, respondió con su voz ronca y cascada:
-Porque aquí no pagan veinte mil dólares por un cuento corto para el cine, ¿sabe usted? Y mi familia y yo también comemos.
Ante lo cual, sigue ella en sus evocaciones, Hemingway afinó su lenguaje, dulcificó el rostro, soltó una insolencia en español y, en apariencia, aceptó de buen grado el puntillazo al decirle:
-Es usted el mejor novelista de la América Latina y debe dejarlo todo para escribir novelas.
La charla, tragos van y tragos vienen, se prolongó hasta las diez de la noche. Al día siguiente, concluía Lolo su relato, Hemingway estaba en Cojímar pescando, con dos muchachos en su lancha, y Serpa trataba de cazar una noticia en la sala de prensa del Palacio Presidencial.
Por la misma época, en México, Rubén Romero, autor de La vida inútil de Pito Pérez, preguntaba a Loló si Enrique Serpa vivía de sus libros.
-Ay, don Rubén, en Cuba ningún escritor vive de sus libros. Tiene que hacer gacetillas, ser maestro, vender chibiricos o morirse de hambre… Los oportunistas viven del presupuesto con botellitas miserables. Los verdaderos escritores tragan en seco…
Rubén Romero sabía muy bien de qué le hablaba la cubana, pues había sido embajador de México en Cuba.
Lo que dice la crítica
«Comencé la lectura de su novela y la terminé sin interrumpirla. La he saboreado bien…» escribía don Fernando Ortiz a Enrique Serpa con relación a Contrabando, publicada originalmente en La Habana, en 1938. Ese título, en opinión de Alberto Garrandés, «es una de las novelas más logradas de la primera mitad del siglo XX cubano», y su autor, escribía Loló de la Torriente, «ha sido uno de los escritores más hechos de los últimos años republicanos», que con ese texto dio a su obra, según Mariblanca Sabas Alomá, «categoría máxima», en tanto que para Salvador Bueno «era una de las novelas más vigorosas nunca antes escritas en Cuba».
Su publicación en Francia (París, 2009), en traducción de Claude Fels, suscitó amplia resonancia en la prensa de ese país, que la vio como un clásico. Críticas y reseñas, afirmaba Graziella Pogolotti, revelaron la inocultable sorpresa de los comentaristas que, situados de manera inconsciente en una perspectiva eurocéntrica, destacaban la eficacia del autor en el empleo de los procedimientos narrativos, la densidad del relato y la caracterización de los personajes, colocados en una situación límite. El año en que fue publicada, Contrabando ganó el Premio Nacional de Novela. Desde 1975 ha sido reditada varias veces en Cuba.
La miel de las horas
Se trata de un poeta de una nota muy personal, como se advierte en La miel de las horas (1925) y Vitrina (1940) y, como asegura Raimundo Lazo, es un narrador de tenaz vocación que supo conservar los caracteres de su personalidad literaria en medio de las vicisitudes de su época. Muestra particular buena fortuna en los cuentos que compiló en volúmenes como Felisa y yo (1937) y Noche de fiesta (1951). Su relato «Aletas de tiburón» (1963) se hace imprescindible en cualquier antología del género que se publique en estas tierras.
Otra novela suya es La trampa (1956). En 1978, aparece La manigua heroica, que no llegó a publicar en vida, y deja inéditos Tierra de tabaco e Historia de un juez. Quedan también sin publicar La oscura tragedia de Julio Douvrés (novela) y los cuentos de Es su secreto y otras historias. Serpa fue, además, el autor de uno de los capítulos de Fantoches (1926), novela firmada por varios escritores.
Como periodista, su nombre se inscribe entre los de los grandes cronistas cubanos; fue muy valorado asimismo por sus reportajes y por ser un notable fotorreportero. Consciente de que el destino último del bien periodismo es el libro, mucho de lo que escribió para diarios y revistas –El Mundo, El País, Excélsior, El Fígaro, Social, Carteles, Bohemia…– lo reunió en volúmenes como Norteamérica en guerra (1944) Presencia de España (1947) Jornadas villareñas (1962) y Días de Trinidad (1939) que muchos consideran su más valioso aporte periodístico.
Sobre esa arista de su quehacer, escribe el también periodista Fernando G. Campoamor:
En su obra –aun en la del diarismo, que injuria y hasta mutila a sus hijos- Serpa salió a salvo de la prueba de los ácidos, y hasta en sus reportajes redactados sobre la marcha por pueblos, guardarrayas y atajos de provincias, hay una identidad con su fino espíritu, con su arte inicial de poesía, que siguió campeando en su prosa plástica.
Enrique Serpa mereció los premios Enrique José Varona, Eduardo Varela Zequeira y Antonio Bachiller y Morales, y, en tres ocasiones, el Premio de Reportaje del Ministerio de Educación por sus trabajos «Raid Habana-Santiago» (1936) «Oro en Isla de Pinos» (1938) y «Fracasará la revolución en México» (1939). Precisamente, el gobierno de ese país le otorgó la condecoración del Águila Azteca, y ciudades del interior de la Isla le confirieron la condición de Hijo Adoptivo. En 1951, su cuento «Odio» consiguió el premio Hernández Catá, la más alta distinción literaria cubana anterior a 1959.
¿Quién fue Enrique Serpa?
Nació el 15 de julio de 1900, en La Habana. Fue un hombre hecho por sí mismo. Apenas logró asistir a la escuela, pues con doce años de edad intentaba ganarse la vida como aprendiz de zapatero y de tipógrafo y como mensajero de una tintorería. Tenía quince años de edad cuando abandonó la casa materna –era huérfano de padre– y encuentra empleo en Matanzas, primero como pesador de caña y más tarde como oficinista en un central azucarero.
De vuelta a la capital, Rubén Martínez Villena le consigue empleo en el bufete de Fernando Ortiz, de quien el autor de La pupila insomne era secretario. Será entonces secretario del secretario. Habían sido condiscípulos en la Escuela Pública número 37 del Cerro y la amistad los unió para siempre. Conservó un cuento que Rubén escribió en sus días de primaria. Se titula «El oso» y permaneció inédito hasta julio de 1971, cuando el autor de esta nota lo publicó en La Gaceta de Cuba.
Junto a Rubén, Andrés Núñez Olano y otros jóvenes intelectuales de la época, es habitual en las tertulias del Café Martí y forma parte del grupo Minorista.
Son años en los que lee como un endemoniado. Con 21 años ingresa como reportero de a pie en el periódico El Mundo, donde no tarda en ser nombrado jefe de corresponsales y luego jefe de información.
Viaja muchísimo por el exterior y recorre el país de cabo a rabo. Entre 1952 y 1958 es encargado de prensa en la embajada cubana en Francia. Queda cesante con el desplome del gobierno batistiano y pide dinero prestado para regresar a Cuba. Ya aquí, vuelve al periodismo. Escribe para el diario El Mundo, que dirige Luis Gómez-Wangüemert, y también para las revistas Bohemia, Unión y Mar y Pesca.
Fallece en La Habana, el 2 de diciembre 1968.
78 mil dólares por un libro
En la papelería de Serpa, que quedó en poder de su hija, ya también fallecida, obraba copia una carta de Martha Gellborn, la tercera esposa de Hemingway, en la que pedía a Max Perkins, editor de su marido, que tradujera Contrabando y procurase el modo de publicarla.
Hace unos diez años, un ejemplar de la primera edición de For whom the bell tolls (Por quién doblan las campanas) dedicado por su autor al cubano en agradecimiento por el envío de Contrabando, registró, hasta dónde conoce quien esto escribe, una oferta de 78 000 dólares en una subasta online.
Se ignora el camino que hasta ahí recorrió ese libro desde la biblioteca de Serpa, donde supuestamente estuvo alguna vez.
¿Estuvo en verdad? Clara Elena Serpa decía, enfática, que nunca lo vio, que en la biblioteca de su padre todos los libros estaban en español y que cuando ella quiso leerlo recurrió a la traducción. De cualquier manera, él es el escritor cubano más representando en la biblioteca de Finca Vigía. Libros en cuyas dedicatorias Serpa habla de admiración, homenaje, afecto, amistad…
Algo hay más importante aún, señalan especialistas. Es la influencia que Serpa parece haber ejercido en Hemingway. Entre La aguja, escrito por el cubano, y El viejo y el mar hay coincidencias. De seguro, pura casualidad, porque no hay que olvidar que, grandes escritores al fin, cada cual recorrió su propio camino.
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