Me consta que para Sigfredo Ariel, pues más de una vez entre bromas y veras me lo comentó, Siglo pasado, compilación de crónicas aparecidas en el bienio 2000-2001 en La Gaceta de Cuba a tenor del parteaguas de los milenios, era una lectura de su preferencia. Allí aparece incluido con su texto «1982», donde de la mano de amigos y canciones, dos grandes motivaciones que siempre le acompañaron, cuenta de su extraña y juvenil epifanía en su visita a la ciudad del Guacanayabo: «Aquel año comenzó, en Manzanillo, la ruta que, con más o menos dudas y claridades voy llevando aún». Y concluye «el último día de ese octubre cumplí mis veinte años».
Su relación con la revista empezó desde fecha muy temprana cuando, en los primeros ochenta como poeta se diera a conocer con una voz signada siempre por un código muy personal. Con La Gaceta estuvo vinculado, literalmente, hasta el final de sus días, y como diría su admirado Miguel Matamoros, y aún más allá. Entre sus hitos en la publicación en 1996 ganó la segunda edición del premio de poesía que convocamos. Tuve la satisfacción de integrar el jurado con Roberto Fernández Retamar y Emilio García Montiel, y celebrar con ellos ese merecido reconocimiento. A tenor del premio participó ese año en el Festival Internacional de Poesía de Medellín. En las horas inmediatas de hacerse público su fallecimiento, pudimos recordar, gracias a los hechizos de la televisión, su imagen siempre adolescente leyendo en las jornadas intensas y gozosas del festival antioqueño.
De varias maneras contribuyó con nosotros, como jurado de ese mismo premio; con textos variados en prosa y verso; alguna vez con sus viñetas ―creo que no se le ha reconocido lo suficiente como ilustrador―; con su bien provisto banco de fotos sobre música, que identificábamos con un crédito que disfrutaba como un guiño de complicidad: «Archivo: Pérez-Guedes»; o como lector con sugerencias puntuales que siempre agradecimos.
Sus últimas colaboraciones con la revista fueron un disfrutable artículo a propósito del centenario de Benny Moré, aparecido en el último número que editamos, correspondiente a julio-agosto de 2019, número que, debido a la imposibilidad de imprimirlo, por la carencia de papel por todos conocida, solo se ha presentado de manera digital y, por tanto, no ha tenido la visibilidad que añorábamos, aunque sigue siendo una deuda reproducirlo como merece en soporte papel. En ese texto, graficado con las imágenes que comenta de Agnès Varda, y que la reconocida realizadora cinematográfica incluyera como un fotomontaje de vistas fijas del Bárbaro del Ritmo en su «filme cubano» Salut, les cubains, Sigfredo especula sobre la construcción de esa imagen icónica que es parte imprescindible de la perdurabilidad del Benny. En sus páginas desfilan algunos de los contemporáneos célebres del sonero como Orlando Guerra Cascarita ―del que me regalara hace unos cuantos años un disco―, Pacho Alonso o Fernando Álvarez, de los últimos podemos leer gracias a su autor una deliciosa anécdota, cuando estos por primera vez lo acompañaron como coro. Pacho se dirigió a Fernando, por demás amigo de años, al inicio de su actuación con Moré, realizada «casi sin ensayo, al oírlo: “Este sí canta, compay, usted y yo somos unos descara´os”, lo que era, por supuesto, una exageración».
El otro texto, solo publicado hasta hoy como homenaje póstumo en la revista digital La Jiribilla, es un poema del que con razón se sintió muy satisfecho, del cual nos envió varias versiones, y le introdujo arreglos hasta al final ya en la página compuesta, lista para una Gaceta futura. Poema para mí de una dimensión representativa tal, que me siento consecuentemente comprometido a reproducirlo al final de esta evocación.
Para terminar, quiero compartir parte del intercambio que sostuvimos relacionado con la publicación de ambos textos. Respondiendo a nuestra solicitud de colaborar con el dosier dedicado al Bárbaro, me escribe:
Querido Norbert:
Aquí va lo que tengo, es decir pienso sobre Benny Moré. Tú dirás, mi herma, si conviene al Gacetón. Dime, si lo lees, qué te parece. En otro mensaje te mando el poemita, casi sin esperanza, pues la cola debe ser larga, con más estrellas que en el cielo.
Un abrazote para ti y un beso sona´o a Gise, Sigfre.
El envío del poema llevaba como asunto «por si cuela», y decía el mensaje que acompañaba al adjunto:
Aunque no me lo pediste, más bien te lo empujé, pero por si cuela, aquí va la redacción definitiva de este poemita. Si no lo quieren, dímelo pa’ tirarlo pa’ otro la’o. A mí me gusta.
Un abrazo, Sigfre.
Y en un mensaje posterior, resume con relación a sus colaboraciones:
Hola, bro:
Gracias, bro. Me encanta que te haya cuadrado lo de Benny. Si acaso decides publicar el poemita, las dos últimas líneas deben decir: «como un negro loco de la calle / que habla solo».
Alante, Norbert! Sig.
Fredo, como me gustaba llamarlo, reconoció en la amistad, en la poesía y en la música el amplio espectro de su cubanía profunda. Por eso es significativo que tengamos presentes esas vertientes de su obra y, sobre todo, de su vida, claves que siempre nos acompañarán.
Los negros que trajeron a Cuba
Para Mane Ferret
Los negros que trajeron a Cuba cargados de cadenas eran fuertes jóvenes, niños o recientes matronas de grandes carcajadas que muchas veces arrancaron de sus crías Los traficantes no trajeron a los sabios de cada casta con la lengua curtida por tratar con deidades y explicar agrestes moralejas No fueron hombres de largas vidas quienes podrían cortar cañas violentas bajo látigo y sol, fueron vivos músculos los que envejecieron mientras erosionaban las ruedas de piedra del trapiche y escurría para ellos el tiempo del amor entre aquellas espigas cercenadas a ras, la raíz de la casa inexistente y la ausencia de un padre No fueron sacerdotes negros sino muchachos negros quienes plantaron en nosotros la intuición en lugar de la sabiduría / sus idiomas se contaminaron hasta hacerse incomprensibles en tanto los viejos dioses se transfiguraron en nuevos dioses anhelantes de sexo en nidos de solares, maniguas y accesorias En lugar de torrentes tuvieron arroyos crecidos en estaciones imprecisas / no atabal de árbol selvático sino tablas de álamo y tiras de barril percutieron con la palma de las manos, es decir el fleje único que posee el espíritu hasta que la sangre mermó y vino la fatiga física a andar de un lado a otro desde el brazo a la cabeza como un ermitaño como un negro loco ermitaño como un negro loco de la calle que habla solo.[1]
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Ver también «Ejercicio 63. Breve viaje con Sigfredo por sus lares luminosos (I)» y «Ejercicio 64. Breve viaje con Sigfredo por sus lares luminosos (II)».
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[1] Sigfredo Ariel.
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